De Tsipras al Papa
La desigualdad social es el talón de Aquiles de América. Y Europa es inviable si no implementa valores
En esta cabalgata de la nueva dialéctica política, el referéndum griego del 5 de julio ha marcado un hito. Alexis Tsipras fue el primer sorprendido de su propio éxito. La democracia asamblearia en la que uno permite al pueblo aceptar o rechazar las resoluciones representa el ideal, en teoría. Y, efectivamente, si hay preparado un plan alternativo, lo más importante es tener el respaldo popular.
El problema viene cuando el presupuesto que motivó esa consulta no cambia. Lo que Tsipras preguntó a los griegos, al pedirles que rechazaran la propuesta de los acreedores, fue si se podría gritar más fuerte y más claro. Porque pese a las intenciones de pagar y de seguir el orden establecido, el país ha tocado fondo y la crisis es un atentado contra la dignidad nacional.
Ese mismo día, el papa Francisco aseguraba ante el presidente de Ecuador, Rafael Correa, que “los pobres son la deuda que aún tiene toda América Latina”. En realidad, los pobres, para el jefe de la Iglesia católica que se precia de ser universal y global, representan la deuda que el mundo aún tiene pendiente. Pero en América Latina se manifiesta con especial crueldad por la inequidad y la inestabilidad política.
Tsipras en Europa, el papa Francisco en todo el mundo y los premios Nobel de Economía, Paul Krugman y Joseph Stiglitz, dicen casi lo mismo, pero por causas diferentes. Si no se arregla la brecha social, si seguimos cabalgando a lomos del tigre de la desigualdad, el mundo dejará de ser viable. Y habrá muestras de un orden injusto, incompleto, fracturado y exigente, por ejemplo, la Unión Europea y sus relaciones con Grecia.
Vivimos en un mundo global. Por ello, esa nueva falla de San Andrés, que es la deuda social en los continentes, unifica y pone de manifiesto un llamado a poner en marcha una serie de soluciones políticas que restauren la dignidad de los pueblos. El populismo está fracasado, de norte a sur y de este a oeste. Tan fracasado como el modelo implacable de una vida mejor y una dieta perfecta que te permitirán tener mejor aspecto cuando seas un cadáver.
Si no se arregla la brecha social, si seguimos cabalgando a lomos del tigre de la desigualdad, el mundo dejará de ser viable
La desigualdad social es el talón de Aquiles de América. Y Europa, que consiguió ese balance sobre una ficción monetaria, es inviable sin la implementación de valores. El fracaso de la revolución de las expectativas —un concepto del economista David Konzevik— en los países desarrollados resulta más dramático que en los pobres.
Por ejemplo, durante mucho tiempo se consideró que la Unión Europea no sólo vacunaría contra los golpes de Estado o la inestabilidad política, sino que también garantizaría una vida digna del primer mundo. Sin embargo, nadie consiguió cambiar el efecto espejismo que supone el euro. Porque una cosa es tener una moneda común y otra, condiciones simétricas de disciplina fiscal, económica y social para que esa moneda siga representando un valor de igualdad y permita crear condiciones políticas que le den estabilidad a los sistemas.
Es lo que pasa en Estados Unidos y Puerto Rico, donde el Tío Sam, que con la mano derecha pide comprensión para Grecia, niega con la izquierda esos mismos recursos al Estado Libre Asociado. En el caso de Europa, el euro también creó un efecto falso, en el sentido de que sería capaz per se de solucionar lo que lleva siglos sin ser resuelto, es decir, las singularidades de cada país.
El Papa, Tsipras, Stiglitz y Krugman coinciden en algo: el viejo orden ha desaparecido y aún nadie tiene una propuesta clara para el nuevo tiempo que vivimos. Lo cual impone dar un paso más y ser capaces de incorporar esos conceptos que se dan la mano entre la extrema izquierda y la extrema derecha del Parlamento Europeo. Al contrario que Tsipras, el viejo orden siempre sabe qué hacer. La banca siempre gana.
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