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PENSÁNDOLO BIEN...
Columna
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El flagelo de ser bonita

Nadie rechazaría combustibles gratuitos en el subsuelo, pero la historia demuestra que tal bendición termina siendo una condena

Jorge Zepeda Patterson

Hay personas a quienes les estorba el atractivo físico. Hombres y mujeres que caminan por la vida con un rostro que provoca suspiros, aunque en su alma anide una fractura paralizante. Como si haber crecido dotados del beneficio estético que abre puertas y corazones inhibiera en las bellas y en los apuestos el desarrollo de otras herramientas de sobrevivencia.

Más o menos lo mismo piensan los economistas sobre las naciones con recursos petroleros. Nadie en su sano juicio rechazaría un mar de combustibles gratuitos en el subsuelo y, sin embargo, la historia demuestra que tal bendición termina siendo una condena. El fenómeno ha sido ampliamente demostrado y se le conoce como "paradoja de la abundancia" o "maldición de los recursos". En los últimos treinta años, el crecimiento del PIB per cápita ha sido mucho menor en los países de la OPEP que en el resto del mundo. Y para no ir más lejos, en América Latina Venezuela y México, las potencias petroleras, exhiben tasas de crecimiento por debajo del resto de los países medios y grandes de la región.

Las razones para este extraño fenómeno no tienen nada de esotéricas. Las rentas extraordinarias que proceden del petróleo con un mínimo de esfuerzo producen efectos inhibitorios en el resto de la economía. Los ingresos fáciles quitan incentivos para que el resto del aparato productivo sea competitivo en el mercado internacional. La sociedad genera el síndrome del rentista de hábitos parasitarios; los cuantiosos recursos que maneja el Estado (gracias a la explotación directa o a la exacción de impuestos petroleros) producen una estructura política clientelar y populista que dificulta el surgimiento de un tejido institucional democrático. En suma, economía, sociedad y estructura política salen tan contaminados como los ríos y los mantos friáticos.

Desde hace algunos meses, México ha comenzado a sufrir escasez de gasolinas por primera vez en su historia

Desde hace algunos meses, México ha comenzado a sufrir escasez de gasolinas por primera vez en su historia. En una media docena de entidades federativas los letreros de desabasto en las estaciones de servicio aparecen cada vez con mayor frecuencia. Y peor aún, donde la hay, el precio por litro es superior a la cotización internacional.

Pemex ha atribuido el desabasto a los problemas logísticos (es decir, ineficiencia) y escasez por robo y tomas clandestinas. A los motivos anteriores, los especialistas añaden la creciente dependencia del mercado externo en materia de derivados de petróleo; el país es deficitario, importa poco más de 450.000 barriles diarios para satisfacer el mercado interno. Mal negocios pues: vendemos petróleo crudo barato, compramos petróleo derivado caro.

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Parecería que vivimos lo peor de los dos mundos. Un país con problemas de obesidad que aún no se libra de la desnutrición endémica. Padecemos muchas de las desventajas y distorsiones de un país petrolero, pero la gasolina para los autos y los combustibles para las industrias son caros y comienzan a escasear. Nos hemos quedado con finanzas públicas adictas a la renta petrolera (la recaudación fiscal por otras vías es bajísima), con un Estado de costumbres clientelares, abrumado por la burocracia y la corrupción sindical, pero sin los recursos para sostenerlo. Y, todo indica, nos dirigimos a una dependencia crónica en materia energética.

Somos el chico guapo que se acostumbró al éxito rápido y gratuito y que 15 años después se encuentra obeso y desfigurado por los excesos, sin las herramientas para competir y hacerse respetar por méritos propios. Algo tendremos que hacer para recuperar el tiempo perdido. La reforma energética de Peña Nieto puede dar resultado o no, de la misma manera en que las dietas y el gimnasio podrían evocar algo de la belleza perdida. Al margen de ello, es imprescindible que México y los mexicanos asumamos que no hay atajos para el éxito, salvo aquello que lleva a mejorar nuestra productividad. Nada recibiremos por nuestra linda cara o nuestros yacimientos. Sobre todo, cuando esa cara ha dejado de ser linda y los yacimientos están por agotarse.

@jorgezepedap

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