_
_
_
_

Obama se estrella contra la brecha racial y el control de las armas

El presidente de Estados Unidos afronta el tramo final de mandato sin haber regulado las pistolas ni alcanzar los soñados Estados Unidos postraciales

Marc Bassets
Una pareja afroamericana en el memorial por las víctimas de Charleston.
Una pareja afroamericana en el memorial por las víctimas de Charleston.David Goldman (AP)

La matanza de Charleston (Carolina del Sur) expone una doble frustración del presidente Barack Obama en el tramo final de su presidencia. Obama, pese a las esperanzas que despertó en 2008 la llegada del primer afroamericano a la Casa Blanca, se marchará sin haber cerrado la herida racial de Estados Unidos. Y, pese a la sucesión de matanzas durante este tiempo este país tampoco ha avanzado ni un milímetro en la regulación de las armas de fuego. Sin capacidad para cambiar el statu quo, el presidente se ha resignado a que sus discursos y exhortaciones queden sin respuesta.

En Charleston, el viejo puerto sureño donde estalló la Guerra Civil, han confluido dos crisis que recorren la presidencia de Barack Obama: la crisis por las tensiones raciales y las crisis de las armas de fuego. La conjunción de un racismo destructivo, en una parte ínfima de la población pero extremadamente peligrosa, y el fácil acceso a las pistolas ha derivado en una combinación macabra. Nueve personas, todas negras, murieron el miércoles en una iglesia afroamericana de la ciudad de Carolina del Sur por los disparos de un blanco de 21 años.

En otro país el perpetrador lo hubiera tenido más difícil para hacerse con una pistola, o quizá tendría que haberse conformado con atacar con un cuchillo. En Estados Unidos, con una población de más de 310 millones de habitantes, circulan entre 270 y 310 millones de armas de fuego en manos privadas, concentradas en manos de cerca de un 40% de la población. La interpretación vigente de la Constitución ampara la propiedad privada de las pistolas. En ningún país del mundo hay tantas. El siguiente, en armas per cápita, es Yemen. Cada año, en EE UU, mueren más de 10.000 personas por la violencia con armas de fuego.

Las armas son —como la pena de muerte— una exepción estadounidense, un rasgo que distingue a este país de la mayoría de democracias desarrolladas. Otro rasgo es el trauma del racismo. El racismo, obviamente, no es una particularidad de EE UU, pero aquí fue el pilar fundacional de un sistema —el de la esclavitud hasta 1865, el de la segregación hasta cien años después, el de los 4.743 muertos por linchamientos entre 1882 y 1968— que dejó secuelas. Una parte de la población negra vive atrapada en un espiral de pobreza, desestructuración familiar y violencia que tapona cualquie vía hacia el sueño americano.

La victoria de Obama hace siete años creó la ilusión de que EE UU entraba en la era posracial. Si el presidente era negro, si la primera dama descendía de esclavos, ¿qué otra frontera quedaba por romper? Pero los avances son lentos. La matanza de Charleston es el colofón a un año de tensiones, un año que el goteo los episodios de muertes de negros por disparos o el maltrato de la policía —en Ferguson, en Nueva York, en Baltimore— ha despertado conciencias. EE UU tiene el 5% de la población mundial y y un 25% de la población carcelaria; en las cárceles los negros son cerca del 40% aunque representen el 12% de la población estadounidenses.

Tampoco ha avanzado Obama en sus planes para regular las armas de fuego. El ritual siempre es parecido y el jueves se repitió. Salta la noticia de una matanza. El presidente comparece en la sala de prensa. Lee un comunicado lamentando los hechos y, en ocasiones, pide una reflexión sobre la facilidad con la que las armas de fuego circulan por este país. Después, nada. No ocurrió nada tras el asesinato de veinte niños en una escuela primaria de Connecticut, en diciembre de 2012, pese que, por primera vez, Obama propuso tímidas restricciones a la compraventa de las armas de fuego más peligrosas.

En EE UU mueren al año, según las cifras el FBI, más de 400 personas por disparos de la policía (la cifra real, según investigaciones recientes de la prensa, puede ser el doble). Según un gráfico de The Economist, basado en los últimos datos disponibles, en el mismo periodo mueren en Alemania por disparos de la policía 8 personas y en Reino Unido y Japón, ninguna. Una explicación de esta disparidad es precisamente la abundancia de armas en EE UU: un agente estadounidense sabe que cualquier persona puede ir armada y su reacción a cualquier incidente es más agresiva.

La influencia de Obama para reformar la policía es escasa, porque las policías son locales, no federales. A la hora de hablar del racismo, es cauto. Su capacidad para regular las armas de fuego todavía es menor. El Congreso bloquea todas las iniciativas, como se comprobó después de Newtown. Obama cree que el cambio será lento y paulatino, y que sólo llegará si los estadounidenses presionan a sus representantes. Nada ocurrió después de masacres como las de Columbine, Aurora o Newton. Si estos antecedentes son un indicio, Charleston será un nombre más.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_