El salto productivo a la tecnología
América Latina debe unir esfuerzos para una recomposición industrial profunda.
La industrialización en América Latina está poco diversificada. En las últimas décadas, la zona no ha hecho un cambio en su estructura productiva, basada sobre todo en la explotación de los recursos naturales, y sus políticas industriales han sido débiles. “El gasto es insuficiente en investigación y desarrollo, existe escasa relación entre la universidad y la empresa, tiene un modelo de incentivo débil hacia las carreras técnicas y una política de pymes anunciada, discutida, pero que finalmente avanza poco”, explica Mario Cimoli, director de la División de Desarrollo Productivo y Empresarial de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Con los altos precios de las materias primas, que se explicaban sobre todo por el crecimiento de China, las economías latinoamericanas tuvieron estupendas noticias durante una década. Algunos especialistas, entusiasmados, pensaban incluso que este ciclo podría prolongarse 30 años. Las materias primas (commodities) generaron desde 2003 tanta renta que pocos se arriesgaron a invertir en otros sectores, sin que tampoco los Estados aplicaran políticas industriales que permitieran el desarrollo de nuevas áreas de producción. Pero la situación cambió. “El ciclo volvió a la baja, estamos con situaciones difíciles y nos quedamos con la misma estructura productiva que teníamos hace 10 o 20 años. La situación es preocupante”, explica Cimoli.
América Latina sigue siendo una región extractiva que exige una mirada estratégica
Eduardo Bitrán, vicepresidente ejecutivo de la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) chilena, señala que los países que usaron los recursos naturales de América Latina para desarrollarse lograron generar tecnología, conocimiento y fortalecieron su propia industria para insertarse a nivel global. Australia, desde la minería, se transformó en líder indiscutido de los servicios tecnológicos y software en este sector. El mismo camino siguió Finlandia a partir de la industria forestal y, en alguna medida, también Canadá y Suecia. “Pero América Latina sigue siendo una región con una economía extractiva y rentista. Cosecha lo que el cielo y la tierra da y solo recientemente hay esfuerzos de algunos países por empezar a generar tecnología en torno a los recursos naturales”, señala Bitrán.
La situación de Chile ejemplifica en parte lo que ocurre a nivel latinoamericano. Uno de sus desafíos prioritarios es el cambio de la matriz productiva, porque sigue siendo básicamente mono productor minero: depende del cobre ahora como en las primeras décadas del siglo XX necesitaba del salitre. La reforma educacional que impulsa el Gobierno de Michelle Bachelet es crucial, porque busca proporcionar mejores recursos humanos, pero resulta insuficiente como una política aislada. No solamente se trata de un asunto de cualificación, sino de empleos de mayor calidad y una mirada estratégica futura para recuperar algo del tiempo perdido. A ese desafío está enfocada CORFO, que lleva adelante políticas de especialización inteligente, inspiradas en los programas marco de la Unión Europea.
Bitrán señala que es el proyecto estratégico fundamental que tiene CORFO y busca aprovechar las potencialidades donde Chile es grande a nivel mundial. “Estamos tratando de recuperar un nuevo tipo de industrialización, con mucha más tecnologías de información, a partir de nuestros recursos naturales. Es una nueva manufactura con inteligencia, con electrónica, automatización y robótica, aplicada a la minería, a la salmonicultura, a la silvicultura”, señala el líder de esta agencia del Gobierno de Chile a cargo de apoyar el emprendimiento, la innovación y la competitividad.
Modelo difuso
Existen otros casos interesantes en América Latina. En Ecuador se ha desarrollado la industria metalmecánica; en México, la Agencia Espacial Mexicana (AEM), y en Argentina presumen de INVAP, una empresa pública dedicada al diseño y construcción de sistemas tecnológicos complejos. Pero el modelo regional es difuso y los Gobiernos no han entrado todavía en la lógica de una política de industrialización. Según los expertos como Cimoli, es necesaria una mirada conjunta porque cada país, por sí mismo, no podrá plantarse solo frente a los gigantes mundiales.
La situación de Latinoamérica resulta especialmente compleja porque la región no está preparada para afrontar la recomposición productiva profunda que se producirá en los próximos años a nivel global, con Estados Unidos y China con políticas industriales agresivas y con Europa intentando retomar su agenda en esta materia. En este escenario geopolítico, América Latina queda prácticamente aplastada. Considerando que la región tiene el récord de desigualdad en los índices globales, una de las consecuencias nefastas de la industrialización pendiente es el impacto en las inequidades. “El aumento de productividad y la diversificación productiva son condiciones necesarias para hacer sostenibles la inclusión social en el largo plazo”, señala el director de la División de Desarrollo Productivo y Empresarial de la CEPAL. “Una economía que permite distribuir la productividad entre los diferentes sectores, distribuye mejor la riqueza. Pero para eso no alcanza exclusivamente con el mercado, sino que requiere que el Estado haga política industrial”, concluye Cimoli.
El juego de Estados Unidos
Los problemas a los que se enfrenta Latinoamérica se explican en parte por lo que sucedió después del período de sustitución de importaciones que, a causa de la Segunda Guerra Mundial y la paralización de las economías del mundo desarrollado, incentivó la industrialización en la región. Después de ese período, mientras el resto del mundo se recuperó y siguió avanzando, en América Latina se desmantelaron las instituciones.
Cuando se intentó retomar el camino, no solo se carecía de una estructura institucional, sino que había que hacer frente a un nuevo problema: la pugna ideológica. “Los que mejor hacen política industrial son los estadounidenses, porque tienen el ministerio de Defensa y no deben justificar nada a nadie. La hacen sin decirlo y forman a los ministros de Hacienda y a los economistas que van al resto de los países para decir que, ideológicamente, no hay que hacer política industrial. Por lo que EE UU se queda solo haciéndola”, indica Mario Cimoli, de CEPAL.
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