Rusia encoge en la OTAN
La desconfianza en Moscú lleva a la Alianza a vigilar en Bruselas al personal del Kremlin
La vida de los diplomáticos rusos en la OTAN ha dado un giro en el último año. De moverse sin restricciones por los pasillos infinitos de la Alianza en Bruselas, los miembros de la delegación rusa —salvo cuatro— han pasado a ser escoltados por oficiales de la organización que controlan sus pasos. A esta vigilancia, impuesta a raíz de la anexión de Crimea por parte de Moscú, se le sumará en nueve meses un castigo más doloroso para Rusia: la expulsión de alrededor del 45% de su personal destacado en los cuarteles generales de la OTAN. El motivo oficial es una limitación para todos los socios con representación en la Alianza por razones de espacio. Pero bajo esa restricción subyace la sospecha de que algunos de esos diplomáticos pudieran ejercer labores de espionaje.
Ni la Alianza ni los —al menos formalmente— socios rusos han querido alzar la voz sobre este asunto. Pero Rusia pidió explicaciones a la OTAN hace una semana. El ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, preguntó por esta medida al secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, durante el encuentro que mantuvieron el martes pasado en Bruselas, según confirma una portavoz de la organización. Aun así, la medida no tiene marcha atrás˜, y Rusia —curiosamente el único de los 22 socios de la OTAN que tiene a más de 30 trabajadores destinados en la sede de Bruselas— deberá ceñirse a ese tope a principios de 2016. Aunque en la página web de la delegación rusa figuran 37 personas destacadas, una portavoz de la misión de Moscú afirma que son más los diplomáticos que trabajan allí, sin querer precisar el número. Fuentes aliadas lo sitúan por encima de 50, lo que ya representa una reducción respecto a los 70 que había en 2014.
Sin querer entrar en las hipótesis de espionaje, a la OTAN le cuesta entender qué hacen tantos trabajadores en el corazón de la Alianza Atlántica una vez suspendida la cooperación técnica con Rusia en abril del año pasado. “Treinta es un número alto que permite muchas actividades. Con los rusos decidimos suspender toda la colaboración práctica [tras la anexión de Crimea], pero mantenemos abiertos los canales de diálogo político y militar. Una delegación de 30 personas es más que suficiente para eso”, argumentó en una reciente entrevista con EL PAÍS y otros diarios europeos el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Implicaciones estratégicas
La misión rusa se muestra contrariada por la medida, aunque prefiere optar por la discreción. “Cada delegación debería decidir el modo en que se organiza. No es una cuestión de números, sino de la forma como la OTAN ve a Rusia, y tendrá implicaciones estratégicas en la relación entre ambos. Pero sí, tendremos que acatar la norma”, concede la portavoz rusa.
Tras el fin de la Guerra Fría, Rusia se convirtió en 1994 en socio de la OTAN, una relación que se fue estrechando hasta que la cordialidad estalló por los aires con el conflicto de Ucrania.
Hoy, solo el embajador ruso, su adjunto, el conductor y un asistente conservan la libertad de movimientos en la sede de la Alianza. El resto acepta a regañadientes que funcionarios de la organización político-militar los acompañen para cualquier gestión que implique salir de sus oficinas.
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