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LAS PALABRAS
Columna
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Riesgos de Narcoestado

Perú se ha habituado a vivir peligrosamente, pero no creo que exista un narcogobierno

Gustavo Gorriti

En las últimas semanas, el narcotráfico ha vuelto a suscitar un cuestionario de miedos en mi país. "Advierten riesgo de que el Perú se vuelva un narcoestado", encabezó El Comercio su nota de portada este 2 de mayo. Aunque el Perú se haya habituado a vivir peligrosamente, no me parece que entre sus riesgos esté el de convertirse en narcoestado.

El país progresa desde el año 2000, pero conserva las memorias nada lejanas de cuando —fines de los 80, inicios de los 90 del siglo pasado— la hiperinflación incineraba la economía, Sendero Luminoso se lanzaba a la ofensiva que creía final y, entonces sí, el narcotráfico era casi la única actividad económica que no paraba de crecer.

Hasta la primera parte de los 90, el Perú fue el principal productor de pasta básica de cocaína en el mundo. Había por lo menos 130.000 hectáreas sembradas con coca. Un puente aéreo mantenido por una gran flota de avionetas exportaba la pasta básica de cocaína a Colombia, día y noche, los siete días de la semana. Ahora hay alrededor de 60.000 hectáreas de coca en el país, menos de la mitad de entonces. Pero el Perú —signo de los cambios en el mercado de drogas— sigue siendo el primer productor mundial de coca. Un nuevo (desde hace unos tres años) puente aéreo exporta gran parte de la droga que produce hacia Bolivia. El centro de esta actividad se encuentra ahora en los valles de la selva alta en el sur del país, donde discurren los ríos Apurímac y Mantaro y se juntan en el Ene (el VRAE).

Hasta la primera parte de los 90, el Perú fue el principal productor de pasta básica de cocaína en el mundo

En las montañas boscosas de esa región subsiste lo que queda de la insurrección armada de Sendero Luminoso, cambiada respecto de la original, pero cuyos jefes llevan 35 años alzados en armas. Esa zona está sembrada de bases militares, cerca de las cuales sobrevuelan, aterrizan y despegan las 12 o 15 avionetas diarias que aerotransportan la droga desde el centenar de pistas distribuidas en el Valle. Sucede que Estados Unidos se opone ahora (o así lo entiende el Perú) a la interdicción aérea de los narcovuelos y el gobierno peruano no se arriesga a desafiar esa oposición.

En la década de los 90, sin embargo, Estados Unidos participó activamente en un agresivo programa de interdicción aérea que, luego del derribo de decenas de avionetas colombianas, eliminó el puente aéreo y provocó, por desplome de precios, el colapso del narcotráfico industrial. El área sembrada con coca cayó entonces a menos de 30.000 hectáreas en el Perú.

Hace cerca de un mes, el presidente Ollanta Humala sobrevoló las selvas del VRAE, observó el centenar, o más, de pistas de aterrizaje en el Valle. Y ordenó al jefe del Comando Conjunto, el almirante Jorge Moscoso, destruirlas de inmediato. En abril retumbaron las explosiones en el VRAE. Un centenar de pistas quedaron inutilizadas con cráteres profundos. Patrullas de combate permanecieron al lado de parte de las pistas destruidas, para impedir su rehabilitación.

Para los lugareños, cada pista volada significaba un trabajo inmediato y bien pagado de rehabilitación. Las noches fueron muy activas y, de acuerdo con los últimos reportes, el ruido inconfundible de las avionetas bolivianas ha vuelto a escucharse en el Valle.

El ruido inconfundible de las avionetas bolivianas ha vuelto a escucharse en el Valle

Una cantidad menor pero importante de droga es embarcada clandestinamente en el Callao y otros puertos principales, privatizados o no, a través de redes controladas por grupos criminales, incipientes en comparación con los mexicanos, colombianos o brasileños, pero cuya potencia de fuego ha crecido año tras año. Así, ¿resulta justificado el temor de que el Perú esté en camino de convertirse en un narcoestado? Me parece que no.

Los estimados oficiales sostienen que el Perú produce alrededor de 300 toneladas de cocaína anualmente. Yo creo probable que sea el doble, o algo más. Pero el kilo de cocaína se vende en las zonas de producción a 1.000 o 1.200 dólares. Algo más en los puertos de la costa. Eso significa un valor FOB que difícilmente será mayor de 700 u 800 millones de dólares al año. No es poco, pero resulta una actividad secundaria en un país cuya economía ha crecido sustantivamente desde el año 2000.

La cocaína genera mayor criminalidad conforme se aleja del lugar de producción y crece su plusvalía. Su ruta luctuosa no ha producido hasta ahora narcoestados sino narco-regiones: señoríos feudales del crimen, de fronteras elásticas, guerras intensas y vidas efímeras.

Los tiempos de Luis García Meza, Manuel Antonio Noriega o de los carteles de Cali o Medellín pertenecen al pasado. En el futuro habrá, como ahora, no pocos corruptos en el poder en América Latina. Narcogobiernos, creo que no.

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