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Columna
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La bancarrota es un desastre

Un tercer rescate bien hecho es mejor que todo “default”, incluso sin que Grecia salga del euro

Xavier Vidal-Folch

A medida que se eternizan las negociaciones entre Grecia y el Eurogrupo —y seguirán enfangándose hasta el mismo borde del precipicio—, no solo la economía griega capota más y más, aunque un día suelto pueda ser mejor. También sucede que al pairo de los nervios proliferan ideas sorprendentes, a veces disparatadas.

Una de esas ideas atrabiliarias consiste en que una bancarrota o suspensión de pagos de Grecia pudiera ser benéfica. Falso de toda falsedad. Nunca una quiebra es una buena solución; como máximo, será una salida si fallan todas las demás. Y a fe que hay otras menos letales: desde un mejor acuerdo de tercer rescate; a una —más discutible— quita; o planes más complejos que incorporen un estímulo fiscal/inversor europeo para relanzar la economía helénica y hacerla más competitiva y viable.

Hasta ahora la quiebra (“default”) se asociaba a la salida/expulsión del euro (“Grexit”), pactada o por accidente (“Grexident”). Desde hace días se ha puesto de moda la variante “default sin exit”. O sea, quiebra, pero dentro del euro. Como si Grecia fuera California, que suspendió pagos pero se recuperó sobre todo con sus propias fuerzas, dado su potencial endógeno. Como si el euro estuviera tan consolidado como el dólar. Y como si el presupuesto europeo (1% del PIB) fuera tan grande como el estadounidense (más del 20%). Todo eso llegará, pero con tiempo.

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La quiebra (“default”) caótica, unilateral, hostil, desordenada, salvaje y sin pacto sería una catástrofe. Para los ciudadanos griegos y para los de toda la eurozona. Sí. No pagar la deuda contraída con el FMI convertiría a Grecia en un paria excluido de los mercados mundiales (nadie le financiaría). No pagar al fondo de rescate europeo y/o a los otros Estados miembros de la UE multiplicaría sus déficits (el de España, en un 2,6%: casi la mitad del 5,8% actual), y provocaría la inquina de estos acreedores.

Al BCE le sería casi imposible seguir apoyando a la banca griega —con balances ahítos de bonos públicos nacionales, de repente súperdevaluados— y la quiebra del Estado se doblaría de bancarrota bancaria.

Los depositantes se llevarían todo el dinero residual un minuto antes, aumentando la asfixia financiera, y habría que establecer un corralito permanente (prohibición de mover el dinero, extracciones limitadas de los cajeros) para evitar esa huida, como se hizo en Chipre, aunque ahí fue por una breve temporada.

Cierto que podría evitarse la salida del euro y por tanto se salvaría la irreversibilidad de la unión monetaria. Pero el cerco a la libre circulación de capitales degradaría no solo a la eurozona. Desgarraría el mercado interior. Desnaturalizaría a toda la UE. Y los socios se verían tentados a imponer a Atenas, con la máxima dureza, las sanciones del Pacto de Estabilidad.

La versión dulce de la bancarrota unilateral y salvaje es el “default” pactado entre todos. Pero si hay capacidad de pacto ¿acaso no es mejor pactar una solución superior, como un tercer rescate bien hecho? Lo bueno es siempre mejor que lo malo.

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