Obama logra una reconciliación con América Latina llena de desafíos
El presidente tendrá que lidiar con un Congreso hostil a su política exterior.
El puente que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha tendido con Cuba no termina en La Habana. Llega a todas o casi todas las capitales de una América Latina que durante más de medio siglo clamó contra la política agresiva del gigante estadounidense hacia la pequeña isla.
La región, tras la Cumbre de las Américas en Panamá de este fin de semana, empieza a constatar que ha comenzado una nueva era en las relaciones del vecino del norte con el sur. Con muchas imperfecciones y aún grandes desconfianzas, pero diferente. Y todos reconocen —algunos muy a regañadientes aún— que el artífice de este cambio tan reclamado durante décadas tiene un nombre: Barack Obama.
El cambio de actitud ha tenido ya resultados concretos, como la deseada reconciliación de Dilma Rousseff con EE UU. Tras una reunión con la presidenta brasileña, Obama anunció que ésta viajará a Washington el 30 de junio. Cumplirá así, por fin, la visita pendiente desde octubre de 2013, suspendida por el enfado de la mandataria tras conocer el espionaje al que fue sometida por la NSA.
Pero el camino del reencuentro estadounidense con Cuba especialmente, y por extensión de la región, es aún largo y tortuoso. A Obama además le va a costar venderlo en casa.
Obama se resiste a anunciar si saca a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo
Tras las sonrisas, apretones de manos y grandes palabras que intercambiaron en público Obama y Castro, faltan todavía muchos gestos concretos. Pese a tener ya todos los elementos solicitados y hasta una decisión tomada, Obama se resiste a anunciar si saca a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo. La Habana y Washington no han conseguido tampoco fijar una fecha para reabrir embajadas.
Después queda la eliminación del embargo comercial a la isla, que requerirá una dura negociación con un Congreso estadounidense que debe derogarlo y donde no todos ven con buenos ojos el acercamiento al enemigo histórico. Cuba también reclama la devolución del territorio donde se erige la base naval estadounidense de Guantánamo, cuya prisión Obama tampoco ha logrado cerrar.
Persiste además el diferendo venezolano tras la decisión de imponer sanciones a siete altos funcionarios del Gobierno de Nicolás Maduro. Obama aprovechó la cita panameña para mantener un encuentro informal con Maduro en el que volvió a reiterar, cara a cara, que “EE UU no tiene interés en amenazar a Venezuela sino en apoyar la democracia, la estabilidad y prosperidad en Venezuela y la región”, según la Casa Blanca. Las críticas a la acción norteamericana escuchadas en Panamá dejaron claro que Obama tiene todavía mucho por hacer para vencer una desconfianza muy arraigada en la región. “Superar un pasado en el que EE UU consideró a América Latina su patio trasero va a llevar años de acción diplomática”, dice Joy Olson, directora de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos.
Pero tiempo es lo que le empieza a faltar a Obama. Con la entrada de la demócrata Hillary Clinton en la batalla por llegar a la Casa Blanca en 2016, y la del republicano Marco Rubio —enemigo acérrimo de un acercamiento a Cuba— EE UU se zambulle hoy en una larga campaña electoral. El tiempo de descuento del mandato de Obama se acelera. Y aún tiene que resolver otros grandes frentes internacionales, como concluir la negociación con Irán, que tantas suspicacias crea incluso entre los demócratas.
Aferrados a la retórica contra el imperio
Ni siquiera el acercamiento entre los presidentes Raúl Castro y Barack Obama logró que mandatarios como el ecuatoriano Rafael Correa o el boliviano Evo Morales bajaran en la cumbre el tono de su dialéctica frente al "imperialismo" estadounidense.
"El discurso de Castro, notablemente conciliatorio, hizo que los de Maduro, Correa, Morales y Cristina Fernández sonaran muy anacrónicos", señala Michael Shifter, del Diálogo Interamericano. "Esos presidentes no están en sintonía con el discurso dominante de la región, que es más pragmático y menos beligerante".
"Varios países, liderados por Venezuela, quieren aferrarse al argumento de que EE UU es una amenaza existencial a su independencia", coincide Peter Kornbluh. Para el autor del libro sobre medio siglo de negociaciones secretas entre La Habana y Washington, Back Channel to Cuba , se trata de "pura política". "Parte de su identidad, de ser líderes populistas y permanecer en el poder se basa en criticar a EE UU e einsinuar que existe una amenaza donde no la hay".
"Acusar a EE UU de los males es práctico y funciona para distraer la atención de la responsabilidad propia ante los problemas", recuerda Joy Olson, directora de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos.
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