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Español, soviético, cubano

Pilar Bonet

En el Instituto Cervantes de Moscú no cabía un alfiler al inaugurarse la exposición sobre los niños españoles evacuados a la URSS a raíz de la Guerra Civil (1936-1939). La muestra, que se abrió al público el 8 de abril,es itinerante y recorrerá las localidades rusas donde vivieron los miembros de aquel colectivo formado por unas tres mil personas.

Por recoger fotos y documentos privados de los propios niños, incluidos dibujos y correspondencia, la exposición es especialmente emotiva. Su organización ha corrido a cargo de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio (AGE) el Centro Español de Moscú, la Fundación Nostalgia, el Arxiu Nacional de Catalunya y muchas otras entidades españolas y rusas, incluidas las respectivas embajadas. El proyecto, en el que convergen los esfuerzos de otras instituciones y personas, es un homenaje a los “niños”, de los que, por ley de vida, apenas quedan ya un centenar en Rusia.

Algunos “niños” vinieron especialmente de España a Moscú para asistir a la exposición, como Manuel Arce, el jefe de la Fundación Nostalgia, o Fernando Rueda, un ingeniero de 88 años. Desde la tribuna, Arce se refirió a aquellas vacaciones del 37 que se prolongaron durante décadas. “Ni nosotros ni nuestros padres pensaban que la separación duraría tanto”, dijo. Sentado en la sala, Rueda escuchaba acompañado de su sobrina María y su sobrino-nieto Kolia. El tío Fernando nos regaló su libro de memorias, que se titula “Mis Tres Vidas” en referencia a los tres entornos geográficos y culturales que han marcado su biografía: España, la URSS y Cuba. En el despacho de Tatiana Pigariova, la gestora cultural del Cervantes, encontramos la calma necesaria para conversar durante un par horas. Lo hacemos en ruso (con algunas licencias en castellano) deliberadamente para que Kolia, a punto de cumplir 19 años, pueda seguir un relato que le concierne por tratarse de sus propias raíces.

Fernando, nacido en San Sebastián, llegó a Leningrado en la última expedición de niños, salida desde Le Havre en 1938. Es plenamente responsable de ello, pues él mismo había escrito una carta al dirigente del Partido Comunista de España, José Díaz. La invasión nazi en junio de 1941 le sorprendió en un pueblo fronterizo con Finlandia. Fue evacuado primero a la parte europea de Rusia, y luego a los Urales. En la Moscú de posguerra, estudió ingeniería y trabajó en una fábrica de aviones, confeccionando las alas de los IL-2. Se casó con Esther Rueda, una asturiana que había vivido en la misma casa de niños. Cuba es uno de los capítulos de la exposición, pues tras la Revolución Cubana de 1959, los “españoles soviéticos” (el término pertenece a Che Guevara, según Rueda) tuvieron un papel clave en el asesoramiento militar, organización económica, formación científica y profesional y también como intérpretes del español al ruso. Los “niños”, por entonces adultos formados y en la plenitud de su vida, fueron un eslabón clave entre el mundo soviético y el mundo caribeño, porque participaban de los dos.

Los ojos de Fernando ríen cuando recuerda su época de Cuba, adonde llegó en 1962 y donde estuvo 13 años. Él y su esposa, pediatra, eran parte del grupo de los “españoles soviéticos” que ayudaron a que la revolución de Fidel funcionara a pesar de las sanciones que EEUU le había impuesto. Recuerda el tío Fernando cómo organizó un taller nocturno de reparación de autobuses en La Habana para que las guaguas británicas, escasas de piezas de repuesto debido a las sanciones, pudieran salir a la calle por la mañana. Después de los autobuses, montó talleres de reparación de camiones para la rama agropecuaria del Estado Mayor del Ejército y luego, talleres para reparar los tanques que llegaban de la URSS.

“Es una lástima que el fenómeno tan extraordinario como el eco cultural de la Guerra Civil todavía esté por estudiar tanto en Rusia como en México y en EEUU”, escribe Natalia Malinovskaya, presidenta de la Asociación de Memoria de los Descendientes de los Voluntarios Soviéticos participantes en la Guerra Civil Española. Los niños se incorporaron a la sociedad soviética “sin dejar de ser españoles”, dice Antonio Fernández Ortiz, historiador y coordinador de la asistencia al colectivo de los niños de la Guerra en el Consulado General de España en Moscú.

El retorno a España tuvo varias oleadas a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. El régimen de Franco acogió con desconfianza a los que regresaban en los años cincuenta, tras la muerte de Stalin en 1953, y muchos volvieron a hacer las maletas, para retornar a la URSS o seguir camino hacia otros países. Los repatriados de los cincuenta fueron el objeto del “proyecto niños”, un programa de la Central de Inteligencia Norteamericana (CIA) que, entre otras cosas, estaba destinado a obtener información militar sobre la URSS. Según un documento de 1963, desclasificado en 1995 e incluido en la exposición, en Marzo de 1957, para llevar a cabo el “proyecto niños”, la CIA abrió un centro de interrogatorios en Madrid. El programa duró cuatro años, cubrió a 1800 repatriados y produjo más de 2000 informes útiles. Gracias a los interrogatorios, dice el documento, EEUU obtuvo “información de gran importancia” sobre los proyectos de construcción de misiles guiados.

En definitiva, la exposición sobre los “niños”, en tanto que viaje humano e histórico por el siglo XX, resulta simultáneamente entrañable y aleccionador. El interés se incrementa en esta época en que los distanciamientos (sanciones y contra sanciones entre Rusia y Occidente) coexisten con los acercamientos (EEUU y Cuba). Por lo demás, esperemos que los “niños de la guerra” encuentren el apoyo financiero necesario para pagar el alquiler del Centro Español de Moscú también en 2015. Un año más.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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