Un soplo para Teherán
El país, aislado y agotado por las sanciones, necesita pactar para mejorar la economía
Una imagen que circula por Internet resume la importancia del eventual acuerdo nuclear para los iraníes. Es una foto de una oficina de Western Union en la calle Yumhuri de Teherán. Por supuesto, la delegación de esa empresa de transferencias y cambio de dinero es tan falsa como las tiendas de Zara y otras marcas internacionales que se ven en la ciudad. En el mejor de los casos, sus propietarios llevan la mercancía desde Turquía o desde concesionarios en Dubái. La osadía refleja tanto el aislamiento como las aspiraciones de una nación acogotada por el régimen de sanciones con el que se ha castigado su desafío nuclear.
Esas medidas no sólo impiden la venta de petróleo o la adquisición de materiales sospechosos, sino cosas tan sencillas como enviar y recibir dinero de otros países. ¿Cómo se las arregla entonces un pequeño empresario para pagar su mercancía? ¿Cómo financiar los estudios de un hijo en el extranjero? ¿Cómo enviar dinero a la familia si se trabaja fuera?
Al final, todo se hace con intermediarios. Los últimos modelos de móviles y ordenadores llegan al centro comercial Paytakht, pero son más caros. Mientras una élite conectada se beneficia de ese mercado paralelo y convierte Irán en un atractivo mercado para Porsches y Maseratis, los salarios se han depreciado a causa del parón económico; eso si se tiene un trabajo.
Los analistas elucubrarán en los próximos días sobre cómo el presidente Hasan Rohaní se jugó su prestigio y la reelección por buscar un acuerdo, o sobre el papel del líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei. Pero lo que de verdad cuenta para los iraníes es la esperanza de dejar atrás unas penurias que no se corresponden con el potencial de su país, dos tercios de cuyos 78 millones de habitantes tienen menos 35 años. Muchos observadores se muestran convencidos de que el círculo de poder que rodea al líder aceptó la negociación nuclear por temor a que las crecientes dificultades económicas propiciaran el colapso del régimen.
De hecho, los tanteos para llegar a la firma del preacuerdo que lanzó las conversaciones empezaron de forma secreta en Omán meses antes de la elección de Rohaní en el verano de 2013. El nuevo presidente, y antiguo negociador nuclear en tiempos del reformista Jatamí, supo captar esa necesidad de cambio de su país, pero también vadear las procelosas aguas políticas iraníes. Tanto quienes genuinamente recelan de Occidente, y en particular de Estados Unidos, por razones históricas o ideológicas, como quienes salen perdiendo con la apertura, van a seguir poniendo palos en la rueda.
La lucha política interna no acaba, y se mantienen sus señas de identidad
La lucha política interna no se acaba con el acuerdo, como no desaparecen tampoco las señas de identidad de un régimen que se ha beneficiado de la hostilidad exterior para no evolucionar al ritmo de sus (jóvenes) habitantes. Nada hace pensar que las consignas revolucionarias vayan a desaparecer en la próxima plegaria del viernes, ni que el intercambio de embajadas con Washington esté a la vuelta de la esquina. No todavía. Si muchos en Occidente recelan de que Irán cumpla lo pactado, un club parecido persiste en ese país.
También se desilusionaran quienes esperen que, tras el pacto, los iraníes vayan a abrazar un modo de vida y valores occidentales. La República Islámica tiene la población menos antiestadounidense de la región, pero el iraní es profundamente nacionalista. Liberados de las presiones y las amenazas, tal vez encuentren una forma de defender sus intereses que no les enfrente al resto del mundo.
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