La Salada, el gran mercado negro de Latinoamérica
En la periferia de Buenos Aires se levanta tres noches por semana el comercio de ropa más denunciado por Estados Unidos
Son las dos de la madrugada en Buenos Aires. Es jueves 12 de marzo. Como dice el tango, a esa hora ya todo está en calma, el músculo duerme, la ambición descansa. Pero en el distrito de Lomas de Zamora, allá donde muchos taxistas se resisten a viajar de noche aunque diste solo a media hora del centro, comienza a desperezarse la imponente musculatura de lo que Estados Unidos considera “el mercado negro más grande de América Latina”. Se trata del gran comercio de ropa de La Salada, con sus 40.000 pequeños puestos de venta para abastecer a decenas de miles de compradores, con sus bares y restaurantes y sus aparcamientos en constante ampliación. En temporada baja llegan cada día 500 autobuses y cientos de coches. En la alta, mil autobuses.
Ahora, que estamos en temporada baja, la caravana de vehículos en las inmediaciones se prolonga más de un kilómetro. El acceso huele igual que buena parte del inmenso conurbano bonaerense: a basura quemada y al agua estancada del Riachuelo, uno de los lugares más contaminados del continente, un curso alrededor de la capital argentina donde miles de industrias vienen arrojando sus desechos desde hace décadas.
Los ladrones saben que en esos páramos se mueve mucho dinero. En el acceso a La Salada hay vigilancia policial y seguridad privada. Pero eso no impide que siga habiendo atracos cada noche. Jorge Castillo es el administrador del complejo Punta Mogote, uno de los tres recintos en que se divide este polémico mercado. “Yo tengo 70 cámaras de vigilancia, a 70 personas de seguridad adentro del recinto y 20 afuera. Puedo decir que mi recinto es seguro. En los otros dos espacios hay descuidistas y atracadores que arreglan con los guardias para que les dejen robar. Pero en el mío no, porque yo llevo el registro de los turnos y me doy cuenta de las guardias que permiten que entren los delincuentes”.
Los clientes de La Salada no vienen hasta ahí para comprar un vestido o un par de zapatos. Son profesionales como Claudia, que ha viajado diez horas desde la localidad de Malabrigo, en la provincia de Santa Fe. Su compra la meterá en un saco, la desplazará con un carrito o contratará a uno de los cientos de “carreros” que se ganan la vida portando mercancía. Meterá todo en el autobús donde vino junto a otros comerciantes y lo venderá en su tienda de Malabrigo. Cada martes, jueves y domingo la feria acoge a decenas de miles de personas que, como Claudia, llegan desde las dos de la madrugada hasta las ocho de la mañana. Llegan de todas las provincias de Argentina, de Uruguay y Paraguay.
En La Salada hay 40.000 puestos de venta. Abre tres noches a la semana. En temporada baja llegan 500 autobuses cargados de clientes cada jornada. Y en la alta llegan el doble
El mercado nació en 1991 con un pequeño grupo de bolivianos asentados en el predio de una antigua piscina. Y ahora los vendedores son, sobre todo, argentinos. Hay tres recintos cerrados que acogen a un tercio de los puestos de ventas. Y el resto de los comercios se encuentran en las calles aledañas. Se vende sobre todo ropa y calzado. Pero también videojuegos, CD y DVD. Estos últimos, todos falsificados, tanto en los recintos como en las calles.
Para la Unión Europea y Estados Unidos éste es el emblema del pirateo, de lo “trucho”, como se conoce en Argentina a las falsificaciones. Éste es el lugar donde se puede comprar una camiseta tres veces más barata que en cualquier sitio. Para el administrador Jorge Castillo, La Salada es solo un síntoma de la “destrucción” de la economía nacional a la que condujo el presidente Carlos Menem (1989-1999). Castillo asume que el 10% de los productos que se venden en los recintos del mercado son falsificados, pero admite que en las calles aledañas el porcentaje es mucho más alto. Y es en las calles donde está la mayor parte de las tiendas.
“Falsificar marcas está mal y no quiero justificarlo”, alega Castillo. “Y por eso nosotros en la propaganda ponemos ‘No compre réplicas’. ¿Pero afectamos a Estados Unidos y a la Unión Europea? No, porque el que compra en La Salada no puede comprar lo que ellos les quieren vender. Al contrario, les hacemos publicidad a Estados Unidos y a Europa. Además, el mayor mercado ilegal no es La Salada, sino China. Y EEUU no puede hablar porque es socio de China, que no joda”.
“La violación de marca está mal”, continúa Jorge Castillo, “pero también hay un derecho social a que la persona que no tiene plata pueda usar las zapatillas de Messi, que está viendo todo el tiempo por la tele. Nadie tiene que atentar contra la propiedad intelectual. Pero acá no hay estafa porque no se engaña a nadie. El que compra algo trucho sabe lo que está comprando”.
El recinto de Punta Mogote es el mayor y más antiguo, el que mejor infraestructura presenta. Tiene hasta una radio que difunde el programa “La Salada está de moda” a través de la emisora de onda media Splendid por todo el país. Martín Sánchez, de 24 años, es productor del programa. “Cada domingo sorteamos 2.000 pesos (unos 142 euros en el mercado paralelo) para gastar acá. Y el fin de año, un auto, una moto y un televisor. También hacemos cada tres o cuatro meses desfiles con vedettes famosas del país, que muestran la ropa que se vende acá en la feria y desfilan por la escalera mecánica”.
Lo que más sorprende a Sánchez de La Salada son los precios. “Toda mi ropa me la compro acá. Una remera (camiseta) de algodón te cuesta en cualquier comercio de nuestro país unos 250 (17 euros). Mientras acá la encuentras por 60 (cuatro euros). Pero en el calzado de mujer la diferencia es de diez veces más barato acá que en cualquier otro sitio”.
Para el Departamento de Comercio de Estados Unidos, los precios de la Salada no ofrecen ningún misterio: se trata de “productos pirateados o de contrabando, porque el control legal ha sido escaso e intermitente, y eso en el mejor de los casos”. Así lo señala el último informe elaborado por la oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (USTR, por sus siglas en inglés). En informe, difundido la semana pasada, lamenta que el Gobierno de Cristina Fernández apoye este “mercado ilegal” hasta el punto de que los directivos de La Salada han acompañado a la presidenta en misiones comerciales en el exterior.
En efecto, Jorge Castillo, viajó junto a Cristina Fernández y decenas de empresarios argentinos en su misión comercial a Angola en 2012. Castillo no sacó fruto de aquel viaje porque se dio cuenta después de que en Angola “no hay seguridad jurídica”. Pero asegura que Estados Unidos miente respecto a La Salada. “El único secreto de nuestros precios es que vendemos ropa autóctona de gran calidad al precio justo. El coste de un jeans es de 80 pesos y lo vendemos a 160. Pero el mismo pantalón te cuesta en cualquier otro comercio argentino. 400 pesos. El tema está en el abuso que hay en la cadena de intermediación”.
Sin embargo, para la Cámara de Comercio Argentina (CAC), el abuso lo cometen muchos de los dueños de este mercado que no pagan impuestos ni alquileres y que han conseguido reproducirse en los últimos años hasta registrar más de cien pequeños mercados ilegales o “saladitas”, en la ciudad de Buenos Aires. En La Salada, el músculo y la ambición no paran de crecer desde hace 24 años.
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