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Las movilizaciones callejeras abren un nuevo frente para Rousseff

Cacerolazos en una docena de ciudades empañan un discurso de la presidenta brasileña

La presidenta brasileña, Dilma Rousseff.Foto: reuters_live | Vídeo: REUTERS LIVE
Antonio Jiménez Barca

A las ocho y media de la noche del domingo, en un mensaje grabado días atrás que constituía la primera alocución al país desde que fue elegida para el segundo mandato en enero, la presidenta brasileña Dilma Rousseff comenzó a justificar los ajustes y recortes que su Gobierno está llevando a cabo para equilibrar las cuentas descuadradas. En ese mismo momento, en cuanto dijo las primeras palabras, en barrios acomodados y de clase media de al menos una docena de grandes ciudades como São Paulo, Belo Horizonte o Río de Janeiro, los vecinos dieron la espalda a la televisión, se asomaron a las ventanas y salieron a los balcones armados de sartenes y cacerolas que comenzaron a golpear en señal de protesta.

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Algunos gritaron “Fuera Dilma” y “Fuera el PT”, el Partido de los Trabajadores; otros se limitaron, durante los tres minutos y medio que duró el mensaje, a apagar y encender alternativamente las luces de su casa en una señal visible desde la distancia. Hubo bocinazos en las calles y alarmas de coches sonando a propósito. La protesta había sido alimentada por las redes sociales y por los teléfonos móviles, espoleados, sobre todo, por dos grupos, VemPraRua (Sal a la calle) y Revoltados online (Cabreados online). Amplificada por la reproducción exponencial de los vídeos grabados y colgados en YouTube y en Facebook por los mismos manifestantes, el hecho pilló al país por sorpresa.

Brasil no acostumbra (no acostumbraba) a salir a la calle y mostrar su rechazo explícitamente a los dirigentes políticos de esta forma. Pero las multitudinarias manifestaciones de junio de 2013 lo han cambiado todo y la gente ha descubierto que la calle sirve para responder a un presidente con el que no están de acuerdo.

Rousseff, con un mensaje didáctico, especialmente dedicado a sus votantes, las clases menos favorecidas del país y menos letradas (“tienen que tener cuidado con lo que dicen los periódicos”) trató, por un lado, de tranquilizar a la población asegurando que las medidas de ajuste son transitorias y, por otro, echó la culpa de la mala marcha de la economía brasileña a la intensidad y a la duración de la crisis económica mundial. Reconoció, eso sí, que el impacto del parón económico ya se siente en la calle. Esto es verdad: con una inflación del 7,7%, la misma marea mala que mueve las curvas y gráficos de los especialistas en macroeconomía sube el precio del pollo, de la gasolina, de la luz y los frijoles.

La intención de la alocución, pues, fue la de calmar al país y convencerle de que su Gobierno tiene controlada la crisis (“Brasil no se va a parar”) y de que no se hunde en un pozo sin salida (“dentro de seis meses se verán los primeros resultados”). Pero lo que consiguió, en un rebote inesperado, fue inflamar a la otra parte, que ni siquiera se molestó en escucharla.

Ahora, las manifestaciones simultáneas en varias ciudades convocadas para el domingo 15 hace semanas a fin de reclamar la destitución de Rousseff, han ganado poder simbólico y, sin duda, adeptos. Hay quien calcula que el domingo saldrán a la calle cerca de 100.000 personas y en las redes sociales las adhesiones a estas marchas se han multiplicado. Pero una cosa es darle a un clic en el móvil y otra bajar a la calle.

De cualquier modo, al escándalo de corrupción de Petrobras, a un Congreso casi ingobernable y a una crisis económica que ha venido para quedarse, a Rousseff se le alza un nuevo frente inesperado e incontrolable: el de la protesta callejera. En junio de 2013 el detonante fue la subida de 50 céntimos de real (0,3 euros) del billete de bus y metro de São Paulo combinado con la brutal represión policial. Entonces —como ahora— nadie se esperaba lo que sucedió después.

El real se hunde frente al dólar

Al día siguiente de la accidentada alocución de Dilma Rousseff al país, que fue contestada con caceroladas en una docena de ciudades brasileñas, el dólar volvió a escalar con respecto al real, que se hunde desde hace semanas frente a la moneda estadounidense.

Esta tendencia es una respuesta a la inestabilidad política creciente. Hoy se cambian 3,12 reales por un dólar, lo que supone que la divisa brasileña ha llegado a su nivel más bajo desde agosto de 2004 y ha perdido un 17% de su valor desde principio del año, cuando comenzó el segundo mandato de la presidenta brasileña.

Todos los números parecen conjurarse contra el gigante suramericano. La inflación se encuentra en un 7,7%, cuando el objetivo del Gobierno de Brasilia es dejarla en un 4,5% y hay estudios económicos que vaticinan que a lo largo de 2015 el PIB del país se encogerá un 0,6%. Todo un cambio para quien, en 2010, asombraba al mundo con un crecimiento de un 7%.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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