Reos de importación
Ante el descenso de su población reclusa, Holanda cede celdas a países con déficit carcelario, como Noruega o Bélgica, y evita despedir a sus trabajadores
Los 239 funcionarios de la cárcel de Norgerhaven, al noreste de Holanda, están a punto de dar un giro a sus vidas. Van a recibir lecciones sobre legislación penal noruega además de cultura básica del país escandinavo. Tendrán también que mejorar su inglés. El recinto se vacía de presos holandeses para acoger en breve a 242 internos procedentes de Noruega, donde un millar de delincuentes no tienen sitio en el que cumplir condena. Reconversión o desempleo.
A Noruega le faltan prisiones. En Holanda, por el contrario, sobran. Las 12.000 celdas abiertas están ocupadas por 8.500 detenidos y el Ministerio de Justicia tiene ahora más funcionarios que presos. Como el paro acecha, la solución adoptada por Fred Teeven, secretario de Estado de Justicia, combina la imaginación y el pragmatismo. En lugar de seguir cerrando penales, los cede. En 2010, Bélgica estrenó un plan que empieza a calar. Desde entonces, 500 de sus reos ocupan una cárcel holandesa en Tilburg, cercana a la frontera entre ambos países. Noruega es la siguiente y Suiza ya ha mostrado interés en subcontratar la vigilancia de su población reclusa.
Norgerhaven pertenece al pueblo de Veenhuizen, una colonia penitenciaria cerrada al mundo entre 1823 y 1984. Al lugar solo podían acceder los penados, sus familias y el personal de prisiones. A principios del siglo XIX, los tres inmuebles principales eran asilos para pobres obligados a trabajar la tierra. A partir de 1875 fueron transformados en cárceles. La localidad, que tiene unos 800 habitantes, se considera la cuna nacional de los presidios. Es también la prisión más cercana a Noruega, por eso la han elegido para el experimento, que durará un mínimo de tres años y costará al país 25,5 millones de euros en concepto de manutención y traslado de condenados. El precio incluye los salarios de sus guardianes holandeses, un director noruego y un gerente local. Ni un céntimo de alquiler, pero no importa. Según Fred Teeven, “este trato no es un producto de exportación; sirve para conservar funcionarios especializados”, dice.
Ya hay medio millar de presos belgas cumpliendo condena en una cárcel holandesa
Las celdas tienen una ventana, cama, aseo, armario, estantería y televisión. Solo el color escarlata de la puerta llama la atención. Pero, ¿tanto ha bajado el índice de criminalidad en Holanda para vaciar sus celdas? Teeven menciona de carrerilla a modo de respuesta “las penas alternativas, trabajos comunitarios, seguimiento de los jóvenes proclives a delinquir, la vigilancia y trabajo en barrios conflictivos… y el cibercrimen, creciente y difícil de controlar”.
Lo que no esperaba el Gobierno es la demanda interpuesta por 18 reclusos (cuatro con cadena perpetua y el resto con condenas largas), los únicos inquilinos holandeses que quedaban en Norgerhaven. Quieren permanecer allí, pero Teeven es tajante: “Es prerrogativa de Justicia decidir dónde cumple su condena el reo”.
A Holanda llegarán nacionales con condenas largas, y delincuentes extranjeros abocados a la expulsión posterior. Todos seguirán el régimen de la cárcel de Ullersmo, cercana a Oslo. La lejanía, de todos modos, dificultará los viajes de los parientes. De ahí que la oposición laborista noruega haya preguntado al Gobierno conservador cómo piensa “reinsertar a unos internos de los que parece desentenderse”. El ministro noruego de Justicia, Anders Anundsen, no lo ve así. “Noruega es muy grande. De un extremo a otro hay tanta distancia como hasta Roma”, afirmaba el lunes sin perder la calma durante una visita a la cárcel. Y sin explicar quién sufragará el desplazamiento a Holanda para ver a los penados.
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