Los republicanos enfatizan su perfil conservador para atraer a las bases
Los aspirantes siguen una estrategia arriesgada en un EE UU más diverso
Los aspirantes republicanos a la Casa Blanca se han embarcado en una competición por demostrar quién es menos moderado, más radical. “El extremismo en defensa de la libertad no es ningún vicio. Y la moderación en pos de la justicia no es ninguna virtud”. La frase de Barry Goldwater, uno de los fundadores del movimiento conservador moderno, resuena al inicio del proceso que llevará, en el verano de 2016, a la nominación de un candidato del Partido Republicano para suceder al demócrata Barack Obama en la Casa Blanca.
No es nueva la carrera por demostrar que se es más conservador. Quienes votan en las primarias son las bases del partido, más ideologizadas que el conjunto del electorado y los candidatos se esfuerzan por complacerlas. Pero esta vez los republicanos deben hilar fino entre la radicalidad destinada a cortejar a los activistas más ideologizados, y la moderación necesaria para apelar a un país en un proceso de cambio: más diverso, menos blanco y más alejado de los dogmas conservadores.
Jeb Bush
Hijo y hermano de presidentes, es el mejor situado por su experiencia y capacidad recaudatoria. Ante las bases repudia la etiqueta de moderado. “Me presenté como conservador”, recuerda en alusión a su etapa de gobernador de Florida.
Las tensiones en la derecha estadounidense afloran estos días en el CPAC, el congreso anual de la Unión de Conservadores Americanos, una organización paraguas de la derecha. El congreso, que se celebra en un hotel en National Harbor (Maryland), cerca de Washington, marca el arranque oficioso de una campaña sin candidatos oficiales pero con sobresaturación de precandidatos.
Scott Walker
Es el hombre de moda en la derecha. Y gobernador de Wisconsin, un Estado con tradición progresista. “Si puedo enfrentarme a 100.000 manifestantes [sindicales], puedo hacer lo mismo en el resto del mundo”, dijo en alusión a la guerra contra el Estado Islámico.
Marco Rubio
El senador por Florida, hijo de cubanos, promovió en 2013 una ley migratoria parecida a la de Obama. Se arrepiente. “No fue muy popular”, dijo a los activistas. La lección, para él, es que antes que legalizar los sin papeles hay que proteger la frontera.
La mayoría de aspirantes —de los senadores Rand Paul y Marco Rubio al gobernador de Wisconsin, Scott Walker, y al exgobernador Jeb Bush— desfilan por la reunión para ensayar sus mensajes, cortejar a los simpatizantes y reivindicar sus credenciales conservadoras. Existe un desequilibrio entre el nutrido campo republicano y el demócrata, donde la ex secretaria de Estado, exsenadora y ex primera dama Hillary Clinton se perfila como la candidata casi inevitable.
Rand Paul
El senador por Kentucky encabeza el ala libertaria del partido. Se opone a la intervención del Estado en la economía pero también en la privacidad. Ha sido muy crítico con la NSA. El Partido Republicano, dijo, “debe ser más incluyente” y “parecerse más a América”.
Ted Cruz
El senador por Texas, hijo de un cubano, cuestiona el conservadurismo de sus rivales. “Hablar sale gratis”, dice. Y pide hechos. Él, en el Senado, se ha ganado la antipatía de muchos correligionarios por su rigidez a la hora de bloquear cualquier acuerdo con los demócratas
Phyllis Schlafly es lo más parecido a una reina madre del movimiento conservador. En primera fila desde hace medio siglo, desde que Goldwater disputó sin éxito la presidencia a Lyndon B. Johnson, Schlafly encabezó las batallas contra los infiltrados comunistas, contra el feminismo, contra las desviaciones de la ortodoxia. A Schlafly, de 90 años, se la celebra como una pionera. Conversando entre discurso y discurso, dice que no sabe cuál es su candidato favorito, aunque ve con buenos ojos a Walker, el hombre del momento. Sí sabe a quién rechaza: a Jeb Bush. Hermano e hijo de presidentes, a Bush se le identifica con el ala pragmática. “No necesitamos una monarquía”, dice Schlafly, “No creemos en el sistema británico de la primogenitura. Ya tuvimos un par de Bushes”.
Grover Norquist, presidente de la organización Americans for Tax Reform, es otra voz de peso en la derecha. Desde los años ochenta, Norquist ha forzado a la mayoría de congresistas y presidenciables republicanos a firmar un juramento para no subir impuestos. Quien se desviaba de la ortodoxia, se arriesgaba a las iras de Norquist.
“Necesitamos a un candidato sólido, alguien que haya ganado elecciones, con experiencia ejecutiva y que pueda hablar a todo el país”, dice Norquist en los pasillos del congreso. Casado con una palestina, Norquist dicta la ortodoxia en materia fiscal, pero se desvía en cuestiones como la inmigración. Pese a que el Partido Republicano bloquea los intentos de Obama para reforma las leyes de inmigración, Norquist es optimista. “La retórica contra los inmigrantes ha desparecido”, se consuela. Y es cierto, el mensaje abiertamente xenófobo es marginal. “Ya ninguno de estos tipos habla así”.
El riesgo, para el Partido Republicano, es convertirse en el partido de los blancos. En el congreso conservador, la presencia de negros, hispanos y asiáticos es anecdótica. Este no es el rostro del EE UU del futuro, donde, según las proyecciones demográficas, los blancos dejarán de ser mayoría hacia 2040.
Otro peligro: ceder al Partido Demócrata de Obama y Clinton el monopolio del discurso sobre las desigualdades y la erosión de la clase media. El centro de gravedad ideológico se desplaza y la nueva derecha adapta la retórica al país en transformación. El Partido Republicano no quiere ser el de los ricos y los empresarios. Para un candidato a la Casa Blanca, reivindicar sus orígenes blue collar, de clase trabajadora, es una baza.
El triple no de los activistas
El mensaje de los activistas y aspirantes republicanos es un triple no. No al presidente demócrata Barack Obama. Pese a que no se presentará en 2016, sigue siendo el objetivo predilecto de las descalificaciones de la derecha, el mejor argumento para movilizar a quienes creen que EE UU ha entrado en una deriva socialista o se ha alejado de los valores tradicionales estadounidenses. En los últimos días, republicanos como el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, o el gobernador de Wisconsin Walker, han arrojado dudas sobre el patriotismo de Obama y sobre su religión. A medida que se acerquen las primarias los exabruptos se multiplicarán.
El segundo no es a la favorita demócrata para suceder a Obama, Hillary Clinton. Según el senador texano Ted Cruz, “encarna la corrupción en Washington”.
Y el tercero se dirige a otro republicano, al exgobernador de Florida Jeb Bush, favorito por su capacidad de recaudación, por la red de contactos familiares, por la experiencia de gobierno y sus posiciones moderadas en asuntos como la inmigración y la educación. Bush es el candidato a batir.
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