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EE UU abraza causas progresistas

Del matrimonio gay al discurso sobre las desigualdades, los cambios en la sociedad estadounidense se aceleran con Obama

Marc Bassets
Una pareja se besa tras casarse el pasado día 9 en Alabama.
Una pareja se besa tras casarse el pasado día 9 en Alabama.GARY COSBY (AP)

Hay cambios que, de tan rápidos, corren el riesgo de pasar desapercibidos. Un día el mundo es otro; nada es igual. En unos años, menos de una década, la sociedad estadounidense ha abrazado causas progresistas que hasta hace poco parecían inimaginables.

No es que Estados Unidos se haya hecho de izquierdas de repente. Los valores conservadores y la desconfianza en un Estado central fuerte siguen arraigados. La victoria del Partido Republicano en las legislativas de noviembre es la prueba de que este es un país dividido.

Pero, desde la legalización del matrimonio homosexual hasta el retroceso de la pena de muerte, el país que el demócrata Barack Obama dejará cuando en 2017 abandone la Casa Blanca será más tolerante y abierto a ideas que, cuando llegó al poder en 2009, eran marginales.

“En cuestiones sociales, el país ha cambiado radicalmente hacia una dirección más progresista”, dice John Halpin, investigador en el laboratorio de ideas Center for American Progress. “No podría haberse anticipado en los años ochenta o noventa” del siglo pasado.

En 15 días, tres noticias han evidenciado la transformación. La semana pasada, el Center for American Progress, cercano al demócrata Obama, y los hermanos Koch, los financieros de la derecha, anunciaron que se han unido para reformar el sistema de justicia penal.

Ejecuciones a la baja, pistolas al alza

La pena de muerte y el derecho a llevar armas distinguen a Estados Unidos de la mayoría de democracias desarrolladas y son rasgos que, vistos desde fuera, refuerzan la idea de que esta es una sociedad conservadora. EE UU es, con Arabia Saudí, China, Irán y Yemen, el país que más personas ejecuta cada año. Y es el país del mundo con más pistolas per cápita entre civiles. Le sigue Yemen.

Pero mientras que la pena de muerte retrocede, el apoyo a las armas aumenta. Por primera vez en dos décadas, más estadounidenses están a favor de proteger los derechos de los portadores de armas que de restringirlos, según un sondeo del Pew Research Center.

La pena de muerte cuenta con el apoyo de los estadounidenses —un 63%, según el instituto de encuestas Gallup— pero este apoyo ha decrecido desde los noventa, cuando rondaba el 80%. Hoy está abolida en 18 Estados. De estos, seis la ha eliminado en la última década. Si a estos se suman los que han suspendido las ejecuciones o llevan más de cinco años sin aplicarlas, la cifra de Estados sin pena capital se eleva a 36, según el Centro de Información sobre la Pena de Muerte.

Ambos, preocupados por la superpoblación carcelaria y los episodios de tensiones raciales en Ferguson (Misuri), impulsan una campaña para reducir las penas de prisión y modificar las leyes y las prácticas que criminalizan a las minorías. EE UU es ahora líder mundial en población penitenciaria: en este país vive el 5% de la población mundial y el 25% de los prisioneros, según datos de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP).

La alianza entre progresistas y conservadores marca el fin de una era, la de law and order, la ley y el orden: las políticas de mano dura que la derecha promovió, y a las que la izquierda no tuvo otro remedio que sumarse si no quería parecer blanda ante el crimen rampante de los años setenta y ochenta.

La misma semana, la cadena de hipermercados Wal-Mart, la primera empresa privada de este país en número de empleados, dijo que aumentará el salario mínimo a medio millón de trabajadores, hasta nueve dólares por hora (casi ocho euros). Que Wal-Mart, un gigante en uno de los sectores peor pagados, mejore los salarios, aunque sea modestamente, es un reconocimiento de la recuperación económica, pero también da alas al debate, auspiciado por la Casa Blanca, sobre la desigualdad de ingresos y la erosión de la clase media.

La semana anterior, las bodas entre personas del mismo sexo empezaron a oficiarse en Alabama. Este Estado del Sur profundo es uno de los más conservadores: allí no vence un demócrata en unas presidenciales desde Jimmy Carter en 1976. Cuando hace siete años Obama ganó sus primeras elecciones presidenciales, no sólo los republicanos sino también él se oponía al matrimonio homosexual. “Creo que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer", decía. El viraje fue brusco. En estos años Obama ha abierto las Fuerzas Armadas a los homosexuales declarados y apoya las bodas. En 37 de los 50 Estados de la Unión son legales; hace tres años sólo lo era en nueve. En junio, el Tribunal Supremo puede declararlo constitucional en todo el país.

“Algunas ideas que los izquierdistas han propuesto y que siguen defendiendo sin duda avanzan”, dice Michael Kazin, codirector de la revista Dissent y autor de American Dreamers (Soñadores americanos), una historia de la izquierda estadounidense. “En particular”, prosigue, “las que amplían la definición de la libertad individual y colectiva: el matrimonio del mismo sexo y la libertad sexual para todos son los ejemplos más obvios. La reforma de la inmigración, hasta cierto punto, también”.

La paradoja es que muchos de estos avances son indistinguibles de la agenda libertaria, la de los conservadores que desconfían de cualquier intervención del Estado en la vida privada de los ciudadanos. Ocurre con la legalización de la marihuana, autorizada para fines recreativos en cuatro Estados. Que un político, como Bill Clinton en los noventa, se viese hoy obligado a la pirueta de decir que fumó un porro pero no se tragó el humo, sonaría hoy grotesco.

Los cambios demográficos —el auge de la minoría latina y la llegada a la edad adulta de la generación del milenio, nacida después de 1980— modifican el perfil ideológico de EE UU. Los millenials son más liberales (progresistas, en el sentido estadounidense) que las generaciones anteriores. Los latinos, aunque apegados a los valores tradicionales de la familia y la religión, favorecen un papel activo del Estado en la economía.

Incluso los republicanos adoptan el discurso sobre la pobreza y la desigualdad, hasta hace poco monopolio de la izquierda. “La recuperación se nota por doquier excepto en los salarios americanos. Para demasiadas personas el sueño americano se ha convertido en un espejismo”, dijo hace unos días, en un discurso programático, Jeb Bush, hermano e hijo de presidente y posible candidato del Partido Republicano para suceder a Obama.

Pero la nueva retórica de la derecha no significa que renuncie a la oposición frontal a la reforma sanitaria de Obama o a sus medidas para regularizar inmigrantes. Halpin —coautor, con John Podesta, asesor de Obama y los Clinton, del libro The power of progress (El poder del progreso)— duda de que en materia económica el país se haya movido en una dirección tan progresista como en materia de costumbres. Los años de Obama, los del avance del matrimonio homosexual y de causas progresistas como la reforma sanitaria o la regularización de los inmigrantes, son las de una mayor polarización, los del Partido Republicano más derechizado de las últimas décadas.

“En general el público quiere que se actúe en el ámbito nacional para crear empleo, gastar en educación, para la cobertura sanitaria...”, dice Halpin. “Pero esto todavía no se ha traducido en una acción política masiva”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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