El último empujón de Uruguay hacia la OEA
El canciller Luis Almagro presenta este miércoles su proyecto como secretario general de la Organización de Estados Americanos, en una carrera en la que se ha quedado solo
“Se está poniendo muy celeste la OEA”. La broma, lanzada estos días en uno de los laboratorios de ideas de Washington, refleja un sentimiento muy generalizado entre los que siguen los avatares de la Organización de Estados Americanos (OEA): a menos que se produzca una sorpresa —y debería ser mayúscula— en las próximas semanas, el todavía canciller de Uruguay, Luis Almagro, será a partir del 25 de mayo el próximo secretario general del único organismo que sienta en igualdad de condiciones en la mesa a todos los países del continente americano.
El responsable de la diplomacia del internacionalmente reconocido Gobierno de José Mujica fue el primero en lanzarse, a finales de junio de 2014, a la carrera para suceder al chileno José Miguel Insulza al frente de la OEA. Ocho meses más tarde, y cuando ya solo quedan unas pocas semanas hasta las elecciones del 18 de marzo, es el único candidato aún en liza. Por el camino han quedado el juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Diego García-Sayán, y el exvicepresidente de Guatemala Eduardo Stein.
El peruano García-Sayán fue el primero en tirar la toalla, en octubre, al no recibir el respaldo “claro y público”, lamentó, de su Gobierno. A finales de enero Stein, quien en los últimos meses había hecho una intensa campaña por su candidatura, también anunciaba por sorpresa su retirada, justificando su “difícil decisión” por motivos de salud.
Las reglas de la OEA permiten que hasta el último momento, literalmente, se pueda presentar un candidato a la secretaría general. El cargo, aunque ha perdido parte de su lustre en medio de una fuerte competencia de organizaciones regionales, sigue estando considerado un puesto que da peso internacional al país que lo obtiene. Durante meses se ha habló de la posibilidad de que surja un dark horse, o postulante inesperado, que dé la sorpresa y se haga con el puesto. Pero las posibilidades de que esto ocurra son cada vez menores, coinciden observadores.
De un lado porque el país del que más se esperaba que ofreciera una candidatura alternativa, México, no ha llegado a dar ese paso.
Los retos de Almagro en la OEA
Los retos que tiene ante sí el próximo jefe de la OEA no son menores. El organismo sufre una fuerte competencia de organizaciones regionales como Unasur o, sobre todo, la Celac que reclaman cada vez más espacios de actuación antaño reservados a la organización hemisférica. A ello se une la enorme burocracia que rodea a la OEA y que la ha convertido, a ojos de muchos, en un organismo lento e ineficiente. Y eso sin entrar en sus ingentes problemas de presupuesto.
Almagro pretende presentar este miércoles en Washington un plan para una “OEA del Siglo XXI”. Ello supone, según ha adelantado su equipo a EL PAÍS, buscar la mejor gestión de los gastos, con “un presupuesto en base a resultados” que incluya una “racionalización” de mandatos y una “profesionalización” del personal del organismo.
El candidato uruguayo quiere aplicar además una “nueva visión estratégica” para la OEA, planteando algunas iniciativas concretas en ámbitos como la seguridad ciudadana o propuestas específicas para el Caribe y Centroamérica.
Almagro quiere también dejar atrás de una vez la era de la Guerra Fría, lo que incluye el reto de responder como región a la decisión de EE UU y Cuba de comenzar a normalizar sus relaciones. La Habana se ha negado hasta ahora a volver a la OEA, pese a que desde 2009 tiene la puerta abierta. Está por ver si la gestión de Almagro consigue lo que ningún esfuerzo diplomático ha logrado hasta ahora. El paso sería gigantesco, puesto que supondría que EE UU y Cuba se vean las caras de forma regular -no solo en casos excepcionales, como la próxima Cumbre de las Américas en Panamá en abril- y en igualdad de condiciones.
Además, hace meses que se conocen las fechas clave del proceso: las elecciones el 18 de marzo y, cuatro semanas antes, es decir, este miércoles, la presentación de las propuestas de los candidatos ante el pleno de la OEA en su sede en Washington. Un día más tarde, hay otra comparecencia ante la sociedad civil.
Aunque las reglas lo permitan, sería raro que un aspirante a dirigir la OEA se salte este paso, considerado como un “test de legitimidad” puesto que el candidato está llamado a desgranar —y defender— públicamente cuáles son sus planes al frente del organismo hemisférico.
Mientras, Uruguay ha ido sumando cada vez más apoyos explícitos -como los de Brasil o Chile, cuyas presidentas enviaron cartas de apoyo a la candidatura de Almagro- o meros compromisos de voto. El caso es que, según las cuentas del equipo del canciller, éste acumula ya al menos 20 votos, dos más de los 18 que necesitaría para hacerse con el puesto. Cierto es que la votación el 18 de marzo será secreta y que, por tanto, siguen abiertas las sorpresas, pero si los hay, son muy pocos en la OEA los que piensan que puedan darse.
Entre los que no se han pronunciado aún está Estados Unidos. Esto es algo habitual, ya que raramente Washington ha manifestado públicamente su apoyo a algún candidato con tanta antelación. En círculos diplomáticos se dice que el favorito de EE UU era Stein, pero que tampoco se va a oponer a Almagro. Al fin y al cabo, el uruguayo cuenta con la ventaja de formar parte de un gobierno que ha sido bien considerado en los más diferentes extremos del espectro político hemisférico y hasta internacional. Y en el caso de Washington, el Gobierno de Obama no puede olvidar el gran favor que Uruguay le ha hecho al albergar a seis expresos de Guantánamo.
Los que lo conocen, lo resumen así: Almagro es un candidato “con el que todos pueden vivir”. Y que tiene todas las puertas abiertas, desde las de la Casa Blanca a las de Miraflores o la Casa Rosada.
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