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Tribuna
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¿Corre Brasil el peligro de sufrir un enfrentamiento popular?

Empieza a preocupar que el país entre en un enfrentamiento que pueda hacerlo parecerse a Argentina o a Venezuela

Juan Arias

Brasil, en vez de dividirse, siempre se unió en el pasado para defender las grandes batallas democráticas. Fue así en las manifestaciones masivas de las “Directas ya”, para pedir la vuelta al derecho al voto popular o cuando, juntos, los brasileños salieron a la calle, vestidos de negro, a exigir el impeachment del entonces presidente Collor de Mello.

También en las manifestaciones de junio de 2013 fue un Brasil unido el que se manifestó a favor de unos servicios públicos más modernos y humanos. Nunca el país tuvo pruritos de enfrentamiento popular.

Los Carnavales de este año están siendo otra prueba de ese gusto de los brasileños para apiñarse juntos en la calle, tanto en los momentos dolorosos como en los de la alegría y el placer. Millones de ciudadanos de todas las clases sociales y del norte al sur del país desfilaron pacíficos en miles de blocos de todas las edades e ideas políticas para disfrutar en paz.

Por primera vez, sin embargo, empieza a preocupar a los analistas la posibilidad de que el país entre, por motivos políticos y para reaccionar ante la corrupción y la crisis económica y de desencanto por la política, en un círculo de enfrentamiento popular que pueda hacerlo parecerse más a Argentina o a Venezuela que a su propia historia.

En Brasil empiezan a resonar dos gritos que preocupan: el del impeachment de la presidenta, Dilma Rousseff, recién elegida en las urnas y el de una posible guerra civil no sangrienta pero sí de consecuencias difíciles de medir que podría acabar enfrentando en la calle a los ciudadanos que por primera vez saldrían no unidos en la defensa de una causa común sino con ruidos de "guerra".

Ya ha sido explicado por los especialistas en derecho que la petición de “impeachement” no es ningún golpe democrático, ya que está previsto en la Constitución y puede ser solicitado por cualquier ciudadano si cree que existen motivos para ello.

Difícil saber el eco popular que podrán tener las manifestaciones convocadas con carácter nacional el 15 de marzo próximo para pedir la salida del Gobierno de la Presidenta Dilma Rousseff. Lo que es indudable es que, frente a la corrupción y a la crisis económica, crece el descontento popular incluso entre las clases menos favorecidas, las de la Clase C, que hasta ayer eran el fiel baluarte del gobierno del PT y hoy empiezan a distanciarse de él, como se desprende del último sondeo de Datafolha.

Deponer de su cargo a un presidente, aunque siempre conlleve un cierto dramatismo, supone pasar por los cauces jurídicos previstos por la Constitución, con severos controles del Congreso: el impeachment debería obtener dos tercios de los votos en la Cámara y en el Senado.

Dicha petición, incluso gritada en las calles por los brasileños descontentos con el gobierno, como hizo un día el PT cuando pidió desde la oposición la salida del entonces Presidente Fernando Henrique Cardoso, no debería preocupar en términos democráticos.

Lo que hoy empieza a dar miedo es que algunas fuerzas políticas, tentadas por el demonio de la perpetuación en el poder a cualquier precio, en vez de buscar soluciones para la salida de la crisis, puedan acabar dividiendo al país como sucede ya en Argentina y Venezuela, con tentaciones, como en aquellos países, de amordazar la información libre.

Una petición de “impeachement” supone un ejercicio democrático en el que los votantes creen que el gobernante victorioso y elegido legítimamente en las urnas se ha hecho indigno de seguir en el poder. Nada más.

Al revés, un enfrentamiento que dividiera al país en dos grupos irreconciliables, sin distinguir ya quienes son gobierno y oposición, podría crear tentaciones de violencia que no se sabe adónde pueden conducir.

Ese tipo de enfrentamiento civil que convierte en irreconciliables a las dos partes en conflicto y acaba dividiendo salomónicamente a un país dificulta ya en su nacimiento cualquier solución democrática ya que en él en vez del diálogo y la racionalidad, reina la pasión y es cultivada más con el hígado que con el cerebro.

Nada peor en este momento, por ejemplo, que una parte del partido del gobierno quisiera mover la calle usando a sus sindicatos y movimientos sociales contra las medidas de austeridad planteadas por su propio Gobierno para sacar al país de la crisis.

La reacción del Gobierno frente a una petición de “impeachement” de su Presidenta Rousseff debe ser la de presentar hechos que demuestren que no existen motivos para ello. Todo, sin embargo, a la luz del sol, aceptando los resultados de las legítimas investigaciones sin intentar domesticarlas ni manipularlas.

Siempre se ha dicho que es la verdad la que nos hace libres. Y son los hechos, que se revelan a través de las instituciones libres del Estado, en este caso de las fuerzas policiales y de los tribunales de justicia, los mejores defensores de la legalidad.

Todo el resto, como esos hechos “tenebrosos” insinuados por el juez Sergio Moro en la operación Lava Jato, practicados bajo la esperanza de la impunidad en las sombras de las alcantarillas del submundo del poder, son el mejor caldo de cultivo para que se vaya forjando en el país un clima de solapada violencia y división de los ciudadanos.

Sería la peor de las medicinas para que Brasil pueda salir de la crisis económica y política que está viviendo. La fuerza de Brasil, envidiada en diversos continentes por los países que sufren tentaciones de desgarros nacionalistas o ideológicos, ha sido siempre la de su unidad nacional a pesar de sus inmensas diferencias geográficas y culturales.

Querer hoy ignorar los nuevos vientos a la búsqueda de formas más participativas del poder para perpetuar la vieja política patrimonialista podría acabar desgarrando a un país que siempre se enorgulleció de su unidad.

Mejor, en extremis, un “impeachement”, si fuera necesario y resultara constitucional, que cualquier otra tentación antidemocrática aunque pueda solaparse como defensa de los derechos de los más pobres.

La verdadera democracia exige que hasta a los más necesitados e indefensos se les brinde la libertad de escoger cómo y por quienes desean ser defendidos, ya que la Historia enseña lo peligrosa que es la fuerza de esos excluidos cuando descubren que están siendo burlados o manipulados por los malabarismos del poder.

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