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‘La Comunidad’ de Buenos Aires

Millones de argentinos, judíos o no, aguardan el esclarecimiento del atentado de la AMIA

Jorge Marirrodriga

Una generación de porteños ha crecido con un elemento urbano que para el turista puede pasar inadvertido pero que para los vecinos de Buenos Aires tiene todo un significado: los pilotes. Cualquier vecino de la capital argentina aprende desde niño que varios pilotes unidos por una cadena en una acera son indicativo de que el edificio frente al que están colocados pertenece a la comunidad judía, sea una sinagoga, una asociación, un colegio o un club. Se trata de una protección mínima para evitar que un coche-bomba pueda pegarse a las paredes del edificio y multiplicar su fuerza letal, que es exactamente lo que sucedió en dos ocasiones en los últimos 24 años. Una en 1992 contra la Embajada de Israel, y otra contra la Asociación Mutual Argentina (AMIA) en 1994.

En la primera ocasión, el atentado quedó enmarcado en la amenaza que se cierne desde su fundación sobre Israel, pero en la segunda quedó claro que se trataba de un ataque directo contra una comunidad argentina que forma parte de alma colectiva porteña y se suma a otras como los descendientes de españoles, italianos, armenios o libaneses por citar solo algunas. Unos 250.000 judíos viven en Buenos Aires, aunque esta cifra no es fácilmente contrastable, ya que no se trata de una adscripción religiosa —que lo es también— sino cultural, y como tal en muchos casos se ha mezclado con las demás comunidades. Eso sí, en Buenos Aires cuando alguien se refiere a “la Comunidad” no habla ni de gallegos ni de tanos ni de turcos, sino de judíos.

Hoy en día, Yom Kippur es fiesta laboral para los judíos y Hannuká —que suele caer en torno a la Navidad cristiana— se celebra en parques de la ciudad, siempre con una discreta vigilancia. Los templos y especialmente los colegios —muchos tienen alumnos no judíos— muestran medidas de protección más evidentes. Y aunque se producen casos de antisemitismo, nadie se cuestiona la presencia de judíos en la vida pública, ya sean empresarios, artistas o ministros en carteras clave del Gobierno. Es la economía y no la seguridad lo que en los últimos años ha empujado a judíos argentinos a emigrar a Israel.

Es precisamente esta pertenencia de lo judío al ser argentino lo que hace difícilmente comprensible para la comunidad judía —y para millones de conciudadanos— que, 20 años después, todavía no se haya esclarecido el atentado más grave de la historia del país. Tras dos décadas, la única medida concreta son los pilotes.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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