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Columna
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La incógnita de Israel

La religión es el origen y el impedimento principal para una solución a la cuestión palestina

El brutal bombardeo de Gaza durante 50 días en nada ha contribuido a aumentar la seguridad de Israel, “una nación en la que las víctimas se convirtieron en verdugos y los desplazados en conquistadores”, según la acertada definición de un escritor israelí. Por no conseguir, ni siquiera ha logrado su objetivo inmediato de acabar con Hamás. En cambio, ha sobrepasado el límite de tolerancia de algunos Estados de la UE y del Parlamento Europeo, que han reaccionado reconociendo un Estado palestino, o por lo menos, eliminando algunos la calificación de terrorista de Hamás. Denominación que los Ejércitos ocupantes suelen otorgar a las distintas resistencias nacionales, como las tropas nazis lo hicieran en Francia, Rusia, Grecia o Yugoslavia.

Después de más de medio siglo de ocupación, de lo que no hay precedentes en el mundo contemporáneo, se mantiene recurriendo a una violencia masiva que solo incrementa el odio de los tan duramente castigados. Muy peligroso en un mundo islámico en el que el extremismo está creciendo exponencialmente, en buena parte por la cuestión palestina irresuelta y otros motivos con ella conectados.

Después de un año y medio escaso, empujado por la dimisión de sus socios centristas, Benjamin Netanyahu ha disuelto el Parlamento en un momento en que se ha producido un cambio sustancial en el panorama político del Oriente Próximo. La guerra civil en Siria ha facilitado la ascensión del Estado Islámico, obligando a Estados Unidos a rehacer sus alianzas en la región, en primer lugar con Irán. Mientras Irak se descompone como Estado unitario y Turquía se adhiere a una línea islamista que la distancia cada vez más de Occidente, es decir, también de Israel, aumenta su dependencia de Estados Unidos y de la Unión Europea, precisamente cuando ambos reajustan su política en la región.

En este contexto internacional Netanyahu da un paso más y trata de convertir Israel en un “Estado-nación judío”, que consolidaría la discriminación del 24,6 % de la población, no judía. He aquí la gran contradicción de Israel: proclamarse un Estado judío, por etnia o religión, cuando justamente la modernidad implica no hacer este tipo de diferenciación. La completa separación de religión y Estado es el elemento constitutivo de la modernidad.

La impregnación religiosa de la política corresponde a la premodernidad —no olvidemos que hasta el final de la dictadura España se definía como católica—, algo que hasta hoy sigue caracterizando a los Estados musulmanes, y paradójicamente también a Israel, su contrincante en la región. La confusión de religión y política impide la modernización cabal del Estado, y con ella, una democracia que no discrimine por origen étnico o religioso. Un Estado moderno y democrático impone la separación total de política y religión, que promueva ciudadanos “libres e iguales”.

La intromisión de la religión en la política es el factor principal de discriminación de la mujer en los países árabes, a lo que no son ajenos los grupos ortodoxos más integristas de Israel. Es también, sin la menor duda, el obstáculo mayor a una solución de la cuestión palestina.

Cierto, Israel surgió y sigue viviendo amenazado en su existencia, y este temor, a fin de cuentas, lo articula como Estado, pero ¿acaso es consciente de la responsabilidad que en este punto le concierne? Un Estado con tal superioridad militar, técnica, económica, social sobre sus vecinos, cuya sola fuerza radica en su número en perpetuo aumento, tendría que buscar por su propio interés una solución razonable para ambas partes. Al fin y al cabo es el más fuerte el que decide, pero solo con validez a largo plazo si respeta los derechos básicos de los adversarios.

Me temo que el último obstáculo a encontrar una solución razonable sea el integrismo de una cierta derecha que sueña con un gran Israel, como expresión de la voluntad divina. No toman en consideración los riesgos que a la larga esta visión comporta para su seguridad, porque nada cabe oponerse a la voluntad divina.

La religión es el origen y el impedimento principal para una solución a la cuestión palestina. Mientras se plantee en esta dimensión es irresoluble. La esperanza es que el Israel laico, más inclinado a la izquierda, gane las elecciones.

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