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Columna
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Tortura y barbarie

Marine Le Pen ha enunciado la idea de que se puede maltratar legítimamente

Sami Naïr

Avanzaba enmascarada, pero su naturaleza ha terminado por desenmascararla. Marine Le Pen acaba de declarar, en una emisión de radio el 10 de diciembre, que aprueba la tortura siempre y cuando se trate de recabar informaciones que “permitan salvar vidas civiles”. Su propio padre, paracaidista en la guerra de Argelia, había dado ejemplo con la ayuda de un puñal nazi que olvidó en la casa de un militante argelino después de haberlo torturado delante de sus hijos, la noche del 2 al 3 de marzo de 1957. El hijo de la víctima entregó el puñal, cuarenta años después, a la justicia francesa, que juzgaba a Le Pen por apología de crímenes contra la humanidad.

La hija Le Pen, que se hacía la virtuosa frente al vicio del padre, acaba de levantar una esquina del velo que recubría su verdadera personalidad: es una fascista en el auténtico sentido del término, que considera que la fuerza debe primar sobre el derecho. Puesto que es esa precisamente la esencia principal de la filosofía de la tortura. Si accede al poder, podemos estar seguros de que dará pruebas concretas de esta manera de ver…

Lo cierto es que si hoy día se pronuncian tales palabras, también es porque la época se presta a ello. Marine Le Pen es demasiado astuta para que se pueda creer que ha hablado de esa forma por descuido o desliz verbal. No, la explicación es demasiado sencilla. En efecto, se retracta, grita que no quiere hacer apología de la tortura, que su única preocupación es la vida de las personas amenazadas por el terrorismo, y así sucesivamente. Bien, pero la idea de que se pueda torturar legítimamente ha sido perfectamente enunciada, y eso es lo que cuenta. Ya no es un hecho condenable a priori sino una posibilidad razonable, seguramente mala, pero necesaria en ciertos casos. Es el mismo argumento que ofrecen los verdugos de Abu Ghraib en Irak, o los gestores de los campos de tortura de Guantánamo, para justificar sus prácticas salvajes. La CIA ha torturado en Irak y en otros países; lo ha hecho con la complicidad de ciertos estados europeos, como Polonia, que preside actualmente la Unión Europea. Sin hablar de ciertos países árabes del Magreb y del norte de África, que se han convertido en anexos para las torturas de la central norteamericana, cuyos especialistas viajan regularmente de un lugar a otro para poner en práctica su talento sanguinario. La justificación siempre es la misma: la guerra contra el terrorismo.

El problema es que, utilizando la tortura, deja de apreciarse lo que diferencia a los contraterroristas del Estado de los terroristas sin Estado. En ambos casos, encontramos la barbarie como regla de conducta. Y ésta se ha vuelto un elemento del clima malsano en el cual políticos como Marine Le Pen pueden florecer libremente, del mismo modo que, a una escala menor, es la misma barbarie que puede, a veces, justificar las “devoluciones en caliente” de los inmigrantes ilegales en ciertas fronteras europeas.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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