_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tortura y barbarie

Marine Le Pen ha enunciado la idea de que se puede maltratar legítimamente

Sami Naïr

Avanzaba enmascarada, pero su naturaleza ha terminado por desenmascararla. Marine Le Pen acaba de declarar, en una emisión de radio el 10 de diciembre, que aprueba la tortura siempre y cuando se trate de recabar informaciones que “permitan salvar vidas civiles”. Su propio padre, paracaidista en la guerra de Argelia, había dado ejemplo con la ayuda de un puñal nazi que olvidó en la casa de un militante argelino después de haberlo torturado delante de sus hijos, la noche del 2 al 3 de marzo de 1957. El hijo de la víctima entregó el puñal, cuarenta años después, a la justicia francesa, que juzgaba a Le Pen por apología de crímenes contra la humanidad.

La hija Le Pen, que se hacía la virtuosa frente al vicio del padre, acaba de levantar una esquina del velo que recubría su verdadera personalidad: es una fascista en el auténtico sentido del término, que considera que la fuerza debe primar sobre el derecho. Puesto que es esa precisamente la esencia principal de la filosofía de la tortura. Si accede al poder, podemos estar seguros de que dará pruebas concretas de esta manera de ver…

Lo cierto es que si hoy día se pronuncian tales palabras, también es porque la época se presta a ello. Marine Le Pen es demasiado astuta para que se pueda creer que ha hablado de esa forma por descuido o desliz verbal. No, la explicación es demasiado sencilla. En efecto, se retracta, grita que no quiere hacer apología de la tortura, que su única preocupación es la vida de las personas amenazadas por el terrorismo, y así sucesivamente. Bien, pero la idea de que se pueda torturar legítimamente ha sido perfectamente enunciada, y eso es lo que cuenta. Ya no es un hecho condenable a priori sino una posibilidad razonable, seguramente mala, pero necesaria en ciertos casos. Es el mismo argumento que ofrecen los verdugos de Abu Ghraib en Irak, o los gestores de los campos de tortura de Guantánamo, para justificar sus prácticas salvajes. La CIA ha torturado en Irak y en otros países; lo ha hecho con la complicidad de ciertos estados europeos, como Polonia, que preside actualmente la Unión Europea. Sin hablar de ciertos países árabes del Magreb y del norte de África, que se han convertido en anexos para las torturas de la central norteamericana, cuyos especialistas viajan regularmente de un lugar a otro para poner en práctica su talento sanguinario. La justificación siempre es la misma: la guerra contra el terrorismo.

El problema es que, utilizando la tortura, deja de apreciarse lo que diferencia a los contraterroristas del Estado de los terroristas sin Estado. En ambos casos, encontramos la barbarie como regla de conducta. Y ésta se ha vuelto un elemento del clima malsano en el cual políticos como Marine Le Pen pueden florecer libremente, del mismo modo que, a una escala menor, es la misma barbarie que puede, a veces, justificar las “devoluciones en caliente” de los inmigrantes ilegales en ciertas fronteras europeas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_