Impaciencia estratégica
En la Unión Europea, algunos parecen tirar por la borda la unidad lograda en torno a Rusia
No suele asombrar que los europeos estén divididos en política exterior: cada capital tiene su historia, intereses y sensibilidades, lo que tiende a convertir cualquier intento de lograr una posición común en el seno de la UE en una pesadilla, máxime cuando se trata de imponer sanciones o adoptar una posición de dureza. Pero difícil no significa imposible: aunque los fracasos suelen ser siempre más ruidosos que los aciertos, la Unión Europea no siempre lo hace todo mal. Vean, por ejemplo, el caso de Irán. Cierto, el acuerdo respecto al programa nuclear iraní no está ni mucho menos cerrado, pero la combinación a partes iguales de perseverancia, unidad y sanciones económicas ha evitado un escenario catastrófico: ¿se imaginan que a la inestabilidad que tenemos en Libia, Siria, Irak y Palestina, añadiéramos ahora una campaña de bombardeos israelíes sobre las instalaciones nucleares iraníes? Por tanto, si el pasado enseña alguna lección es que, en política exterior como en otras materias, la paciencia siempre tiene una recompensa mientras que la impaciencia desbarata cualquier posibilidad de éxito.
Curiosamente, sin embargo, hay quienes en la Unión Europea parecen dispuestos a tirar por la borda la unidad tan costosamente lograda en los últimos meses en torno a Rusia. Y lo están haciendo precisamente desde Alemania, que es el corazón y motor que permitió lograr dicho acuerdo, donde se están manifestando fisuras dentro del Gobierno de coalición entre la canciller Merkel y su ministro de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, socialdemócrata, partidario de rebajar las sanciones a Rusia aunque Moscú siga manteniendo bajo su control el este de Ucrania y, por supuesto, ni se haya planteado devolver Crimea. Pocos apostaban al principio de esta crisis a que Italia, España o Francia entrarían en el camino de las sanciones, pero la evidencia de que Rusia estaba muy lejos de querer un acuerdo de paz que permitiera la reintegración de Ucrania llevó a Roma, Madrid y París a adoptar una posición de firmeza (recordemos que para Hollande eso ha supuesto la muy costosa renuncia a entregar a la Marina rusa los dos portahelicópteros contratados, uno con militares rusos operándolo en prácticas).
Nada hay nada erróneo en querer negociar con Rusia: desde el principio de esta crisis los europeos han dejado claro que no creen en el camino de la fuerza y sí en el del diálogo y que las sanciones son sólo un instrumento para que Rusia acepte una solución pactada. Pero ese acercamiento no puede cobrarse como primera víctima y condición previa la unidad territorial de Ucrania. Rusia ya amputó Osetia del Sur y Abjasia a Georgia, también ha amputado a Moldavia el territorio transnistrio y ahora hace lo mismo con Crimea y el este de Ucrania. Los ucranios han manifestado en demasiadas ocasiones, en la calle y en elecciones libres y democráticas, presidenciales y parlamentarias, que sus principios y valores son democráticos y europeos y que no quieren ser parte de una esfera de influencia rusa. Es por esa osadía por lo que Moscú les ha castigado, imponiéndoles la guerra, la penuria económica y la pérdida de territorio. Mientras nada de eso cambie, habrá poco de lo que hablar con Moscú.
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