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Juncker se estrena con un duro ataque político a Cameron

El presidente de la Comisión elige Ucrania para su primera visita oficial

Claudi Pérez

En los momentos clave de la crisis, la Comisión Europea de José Manuel Durão Barroso careció del liderazgo necesario. Los Estados se lo hurtaron y tomaron la iniciativa. El nuevo presidente del brazo ejecutivo de la UE, Jean-Claude Juncker, demostró ayer, a las primeras de cambio, que no tiene intención de convertir la Comisión en una mera secretaría técnica de los grandes países. En su primera rueda de prensa avisó de que no le asusta el cuerpo a cuerpo.

A las críticas de los primeros ministros de Reino Unido, David Cameron, e Italia, Matteo Renzi, por un cambio estadístico que obliga a ambos países a acometer un pago extra a los presupuestos europeos, Juncker respondió con cajas destempladas: "No me va a temblar la mano ante los primeros ministros cada vez que detecte algo que no me gusta". "No tengo problemas con Renzi ni con Cameron", explicó; "es Cameron quien tiene un problema con los primeros ministros".

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El desencuentro entre Londres y Bruselas no tiene visos de mejorar tras esas declaraciones, que siguen a un reguero de decisiones británicas que han desatado una mezcla de cansancio y hastío en los círculos comunitarios. Cameron reaccionó airadamente en el último Consejo Europeo —la emprendió a golpes con un atril— por un nuevo cálculo de la aportación de su país al presupuesto europeo. Y ha conseguido hacer de ese debate puramente técnico —la factura asciende a 2.100 millones de euros, el 0,1% del PIB británico— una crisis política, a la que se ha sumado Renzi. Pero los desencuentros entre Cameron y Juncker vienen de lejos. El primer ministro británico trató de vetarle tras las elecciones europeas. Amenaza con un referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la UE. Presionado por los extremistas antieuropeos de UKIP, lleva semanas anunciando que tiene intención de imponer cuotas a la llegada de inmigrantes de la Unión a suelo británico. Y la semana pasada, en la gota que colmó el vaso de la paciencia de los diplomáticos continentales, su Gobierno aseguró que no es partidario de salvar a los inmigrantes en alta mar que se dirigen hacia las costas europeas porque eso refuerza el efecto llamada.

Cameron no es el único que ha levantado la voz contra la Comisión. Renzi exigió el pasado martes "respeto" para su país y aseguró que Roma "no va a ir a Bruselas a preguntar qué debe o puede hacer Italia", en relación con su difícil situación económica y a la necesidad de embridar las cuentas públicas. Y se ha quejado también porque a Italia le toca contribuir con 300 millones adicionales a los presupuestos europeos, por el mismo cambio estadístico que afecta a Reino Unido y que en otros países, como Francia, Alemania o España, dejará dinero en sus arcas públicas.

La respuesta de Juncker a las críticas fue contundente: "Decir que la Comisión no ha avanzado en la coordinación de las políticas económicas o que un determinado Gobierno no acepta las lecciones de los burócratas, como hemos oído en los últimos días, de Bruselas me parece fuera de lugar. No somos burócratas, sino una Comisión política".

Juncker arranca fuerte. Se ha puesto al mando de un grupo en el que participan el presidente del BCE, Mario Draghi; el del Consejo Europeo, Donald Tusk; y el del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, para presentar en la cumbre de diciembre un informe sobre los próximos pasos para reforzar la gobernanza del euro. Y trabaja en la puesta en marcha de un paquete de inversiones de 300.000 millones de euros, aunque se resiste a avanzar el más mínimo detalle.

Ese plan se presentará también a los primeros ministros y jefes de Estado en diciembre, en el que será su primer gran examen ante los mandatarios. Juncker anunció además ayer que tiene previsto hacer su primer viaje oficial a Ucrania.

Pero todo eso, en el fondo, no es más que peccata minuta. Su Comisión tiene dos desafíos mayúsculos a corto plazo: apuntalar la credibilidad del citado plan de inversiones, ante el fiasco que supusieron programas similares en el pasado reciente, y manejar con tiento la aplicación de las reglas fiscales para Francia e Italia.

París y Roma piden a gritos una suavización de los objetivos de déficit que puede levantar ampollas en varios países del Norte, con Alemania al frente, e incluso en algunos del Sur, que consideran que la Comisión vuelve a dar un trato de favor a los grandes. La Comisión se decanta por dar más margen ante la frágil recuperación de la eurozona, pero a la vez necesita un golpe de autoridad para evitar un alud de críticas: zanahoria y palo a la vez. En medio de ese jaleo, Juncker deja el primer aviso a navegantes: "Que todo el mundo sepa que no habrá más ataques a la Comisión Europea sin reacción".

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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