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La juventud kirchnerista al poder

La Cámpora se ha convertido en la cantera de altos cargos del Estado argentino

Alejandro Rebossio
Miembros de La Cámpora salen para apoyar a la presidenta Fernández de Kirchner, en 2011 en Buenos Aires.  / AFP
Miembros de La Cámpora salen para apoyar a la presidenta Fernández de Kirchner, en 2011 en Buenos Aires. / AFP

El día en que Néstor Kirchner cruzó a pie la plaza de Mayo para entrar a la Casa Rosada e iniciar su Gobierno (2003-2007) había allí cincuentones que, como él, habían militado en los setenta. En los 11 años posteriores, una nueva generación volvió a meterse en política y muchos lo hicieron en el colectivo juvenil kirchnerista La Cámpora. La sucesora y viuda de Kirchner, Cristina Fernández, ha ido incorporándolos como funcionarios de cargos bajos, pero también en más de 50 puestos altos, desde el ministro de Economía, Axel Kicillof, secretarios y subsecretarios de Estado, hasta diputados como Andrés Larroque y Eduardo de Pedro, nuevo vicepresidente del Partido Justicialista (PJ), la embajadora en EE UU y presidentes de empresas públicas, como Mariano Recalde, de Aerolíneas Argentinas.

La Cámpora, que toma su nombre de un presidente peronista que duró dos meses en 1973, fue un encargo de Kirchner a su hijo Máximo, de 37 años. Este, que no integra la cúpula pero decide temas clave, debutó en septiembre como orador en un acto político y suena como candidato en las elecciones de 2015 para algún cargo en la provincia de Buenos Aires, donde nació, o en la sureña Santa Cruz, donde vive.

Puede que algunos camporistas se reciclen en peronistas seguidores de otro líder después de que Fernández acabe su Gobierno en diciembre. Sin embargo, de momento todos son “soldados de Cristina”, como ellos cantan. Muchos hacen un culto de la austeridad, como los antiguos militantes de los setenta, aunque dos de sus máximos referentes, incluido Recalde, han sido acusados de supuesta corrupción por fiscales.

Con el fin de la dictadura, reverdeció la militancia juvenil en Argentina. Pronto sobrevino, no obstante, la desilusión. “El neoliberalismo de los noventa fragmentó la política: había jóvenes que militaban en centros de estudiantes y organizaciones sociales, pero veíamos la política como algo de chorros (ladrones) que no servía para nada”, cuenta un militante de La Cámpora y funcionario que habla desde el anonimato, una vez que solo la cúpula decide si se puede dar entrevistas. En la debacle argentina de 2001, esos jóvenes protestaron en las calles. Cuando Kirchner adoptó sus primeras medidas, como el impulso de los juicios contra los criminales de la dictadura o la dura renegociación de la deuda pública, algunos se acercaron al naciente kirchnerismo y han pasado a liderar La Cámpora. Eran hijos de desaparecidos o de políticos actuales, recientes graduados universitarios, y de militantes sociales, del PJ y otros partidos. Cuando terminó su Gobierno, Kirchner dijo que se dedicaría a formar a 500 dirigentes jóvenes, recuerda Ana Natalucci, investigadora de la Universidad de Buenos Aires.

Pero los jóvenes no se acercarían en forma masiva al kirchnerismo hasta el Gobierno de Fernández. “Hubo dos momentos fundamentales”, recuerda el militante. Uno fue el conflicto de 2008 entre el Ejecutivo y las patronales agrarias por una subida impositiva, cuatro meses en los que se repetían las manifestaciones de unos y otros. Otro fue la muerte de Néstor Kirchner en 2010. Más de la mitad de los seguidores de La Cámpora se apuntaron entonces, según publicaron Natalucci y Laura Dobruskin en una revista de la Universidad del Comahue. Su funeral se llenó de jóvenes. “Somos los ojos de la presidenta en los barrios [pobres]”, cuenta. Funcionarios o no, militantes de La Cámpora van allí cualquier día, incluidos los fines de semana, casa por casa para preguntar a los vecinos si reciben las subvenciones creadas por el Gobierno de Fernández y si necesitan ayuda adicional.

“Son militantes las 24 horas”, cuenta Natalucci. “Muchos van a militar en el Estado”, añade la socióloga. Suelen llegar a las oficinas públicas al amanecer e irse de noche, pero los antiguos burócratas los acusan de soberbios e inexpertos y se quejan de sus altas nóminas. “Yo podría ganar más en Coca-Cola”, se defiende el funcionario entrevistado. En Argentina no se rinden oposiciones para conseguir los 800.000 contratos de la administración pública y el gobernante de turno suele contratar funcionarios. Lo novedoso de Fernández es que ha sumado jóvenes, muchos en rangos altos y activos seguidores de ella, más allá de que también hay oportunistas. Lo que más valoran los camporistas del Gobierno son las políticas sociales y la reestatalización de empresas, como YPF y Aerolíneas Argentinas.

La Cámpora ha sido demonizada por periodistas y opositores, y celebrada por Fernández y sus más fieles seguidores. Muchos seguirán en política más allá del Gobierno de Fernández, sobre todo si ella planea regresar al poder en 2019.

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