El Congreso de Brasil se derechiza
El Parlamento se puebla con una galería de diputados y senadores ultraconservadores, algunos homófobos y partidarios de rebajar la edad penal
La primera vuelta de las elecciones presidenciales del domingo en Brasil no sólo sirvió para dirimir quiénes serían los dos candidatos a enfrentarse en la segunda vuelta (el 26 de octubre) y elegir a los gobernadores de cada Estado, sino también para renovar un Congreso que se ha derechizado en los últimos tiempos con personajes excéntricos, cuando no ultras.
El Partido de los Trabajadores (PT), de Dilma Rousseff, ha bajado de 88 diputados a sólo 70; el Partido de la Social Democracia (PSDB), del más conservador Aécio Neves, el otro candidato a la presidencia, gana un diputado, de 53 a 54. En realidad estas subidas y bajadas son poco significativas, ya que el Congreso federal brasileño es una sopa de letras compuesta por 513 diputados que se reparten en 28 partidos, la mayoría de los cuales carece de una ideología definida, o más bien son de ideología cambiante. De hecho, no son extraños los diputados tránsfugas de una legislatura a otra o la metamorfosis de los propios partidos. Así que la derechización del Congreso, recogida por la prensa brasileña, se mide muchas veces por otros parámetros.
Por ejemplo, la asociación independiente Departamento Intersindical de Asesoría Parlamentaria (Diap) arguye que en esta nueva legislatura lo que ha crecido es el número de diputados que o bien trabajaban como policías en su vida anterior o han basado toda su campaña en concebir medidas represivas. Entre ellas, la rebaja de la edad penal de los 18 a los 16 años. En la pasada legislatura, no pasaban de 20. Ahora serán 55. También crecen los diputados evangélicos, esto es, los que profesan esta religión —en auge en Brasil— por lo general muy conservadores y contrarios, a cualquier ley del aborto o modificación de la norma legal para que se regularice el matrimonio entre personas del mismo sexo, que ahora está en un limbo jurídico tras ser autorizado por el Consejo Nacional de Justicia en 2013. Asimismo, crece mucho, de 191 a 257, el número de diputados que o bien son grandes hacendados o están relacionados con ellos y defienden sus intereses, por lo que se opondrán a más concesiones de tierras a los indígenas.
Entre estos diputados conservadores hay un puñado de ultras que, por lo general, han resultado reelegidos con éxito. Es el caso, por ejemplo, de Luiz Carlos Heinze, diputado federal, aunque parezca un contrasentido, del Partido Progresista (PP) por el Estado de Rio Grande do Sul que aseguró, hace meses que “indios, gais, lesbianas y todo eso que no funciona se han hecho fuertes en el Gobierno federal”. La ONG Survival International lo eligió “racista del año”. Ha sido el diputado más votado de su Estado.
Otro caso es el de Jair Bolsonaro, también del PP, que se ha convertido en el más polémico portavoz de la homofobia en el Congreso. Se declara partidario de la pena de muerte y del control de natalidad para los más pobres. En una entrevista con este periódico, en febrero, llegó a asegurar que el presidio de Pedrinhas, una cárcel miserable y superpoblada del Estado de Maranhão donde los presos se decapitaban unos a otros era “la mejor de Brasil”. Añadió que los homosexuales son producto del consumo de drogas. Pese a todo, este exmilitar ha sido el diputado más votado del Estado de Río de Janeiro, con 464.000 votos.
Otro personaje de esta galería ultraconservadora es Marco Feliciano, del PSC (Partido Social Cristiano), que en 2011 llegó a asegurar en su cuenta de Twitter que los africanos “son descendientes de un ancestro maldito por Noé”.
Incluso en una comisión parlamentaria que llegó a presidir en la pasada legislatura promovió que los homosexuales se sometieran a una “cura de rehabilitación”, moción que luego rechazó el pleno. De cualquier forma, Feliciano ha quedado en tercer lugar por número de votos en São Paulo.
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