Dos aforismos antiguos para la reflexión de los candidatos a las elecciones
Mejor ser buzos de ideas nuevas en el mar de la modernidad que ujieres de empolvados museos de ideas muertas.
Atenazados por la inmediatez de la modernidad corremos la tentación de olvidarnos de la sabiduría de los pensadores antiguos, cuya fuerza de pensamiento no consiguió corroer el tiempo.
En esa sabiduría antigua existen dos aforismos que han entrado en la sabiduría popular y que esta columna ha querido recordar a los candidatos de las elecciones y, junto con ellos, a los electores.
El primero es del filósofo latino, Marco Tulio Cicerón, que fue además uno de los mayores estrategas políticos de su tiempo, figura destacada del Senado de la República. El aforismo que ha llegado hasta nosotros y que se hace actualidad en el actual debate electoral, reza así: “Sapientis es mutare consilium”, que el diccionario latino traduce no solo literalmente como “es de sabios cambiar de idea”, sino también con una interpretación más amplia: “es de sabios reconocer los propios errores”.
Creen, al revés, los políticos de hoy que lo que da prestigio y firmeza es tener principios inmutables, nunca cambiar de idea, lo que significaría coherencia y ofrecería seguridad.
Resulta, sin embargo, que según los filósofos de la antigüedad la incapacidad de cambiar de idea, de reconocer que nos habíamos podido equivocar, así como el coraje de confesar que hoy no pensamos como ayer -quizás porque hemos crecido en experiencia y sabiduría-, es más bien patrimonio de dictadores y tiranos.
Serían los políticos más autoritarios, aquellos incapaces de entender que el pensamiento único huele más a fascismo que a democracia, los que acusan a los otros del pecado de cambiar de idea.
Cicerón, ya antes de Cristo, contribuyó, quizás sin pretenderlo, a defender los verdaderos principios democráticos, que están más cerca de aquellos capaces de evolucionar (y hasta de cambiar de idea y reconocer los propios errores) que de aquellos encerrados como momias embalsamadas en los museos de la inmovilidad intelectual.
Cultivadores de la idea del inmovilismo de pensamiento que acaba confundiéndose con la virtud política son los incapaces de ser hijos de su tiempo, de evolucionar arrastrados por el progreso, de ser buzos de las novedades que cada instante nos brinda el pensamiento vivo del ser humano, los que no tienen miedo de evolucionar en sus pensamientos.
El aforismo ciceroniano fue completado siglos después con otro aforismo de otro genio del pensamiento humano, el doctor de la Iglesia Tomás de Aquino, que acuñó la frase, también en latín: “timeo hominem unius libri”, es decir, “me da miedo el hombre de un solo libro”.
El aforismo, traducido también como “me da miedo el hombre de una sola idea”, fue usado por el gran escritor argentino Jorge Luis Borges, que con su sueño de una Biblioteca Universal que recogiera todo el saber del mundo, se anticipó al moderno Internet, la mayor enciclopedia del saber que ha tenido la Historia humana.
A Borges, que fue un escritor poliédrico, el poeta de la metáfora de los espejos, que cultivó todos los géneros literarios, le escuché comentar en sus sabrosas conferencias en Italia el aforismo de Tomás de Aquino. Devorador de libros, Borges, como Cicerón, se espantaba de los que habían leído un solo libro, es decir de los hombres de una sola idea fija, que suelen ser, decía, los que acaban imponiéndola dictatorialmente a los otros, ya que no conciben que alguien pueda ser capaz de repensar la Historia.
He ahí dos aforismos del pasado que recobran actualidad viva en estas elecciones brasileñas, donde escuchamos a los candidatos acusarse unos a otros de volubilidad en las ideas, de falta de coherencia por el mero hecho de que defienden hoy por coherencia y honradez intelectual lo que a lo mejor habían condenado ayer. De su incapacidad de reconocer los propios errores.
Si es cierto que es de sabios el ser capaces de cambiar de idea y si dan miedo las personas ancladas en un solo pensamiento fijo, tendríamos que analizar discursos y polémicas de los candidatos a la luz de esa vieja y a la vez actual filosofía de los sabios de ayer.
Fueron ellos, en verdad, los precursores e ideadores de los fundamentos de la democracia moderna, que debería nutrirse del pluralismo cultural y no del monolitismo de ideas que desemboca siempre en la pura mediocridad.
Mejor ser buzos de ideas nuevas en el mar agitado de nuestra sociedad en evolución, que ujieres de empolvados museos de un pasado que no existe.
De aquel pasado siguen vivos solo los que fueron capaces en su tiempo de abrirse a lo nuevo que estaba naciendo, como aquella democracia incipiente de Atenas y Roma, precursora de la nuestra.
Su sabiduría debería servirnos para que nuestros modernos parlamentos no degeneren en museos de ideas muertas.
El poeta Juan Bufill, con dos versos densos de contenido, recoge toda la riqueza de la búsqueda por lo nuevo, por lo que aún no tiene identidad pero que ya existe en gestación:
“Para que aquello que aún no tiene nombre,
Para eso no sabido, hemos nacido”.
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