Falta pudor en la política brasileña
Las elecciones traen de vuelta a candidatos sin escrúpulos que se presentan a pesar de que son señalados como corruptos
Las elecciones vuelven a Brasil. Con ellas reaparecen candidatos que demuestran la carencia de un mínimo de pudor político. No tienen, en efecto, escrúpulos en presentarse a pesar de que sobre ellos pesan sospechas públicas de corrupción. Les falta un mínimo de pudor, que es la antesala de la dignidad.
La ciencia o arte de la política es antiquísima. Plutarco, el filósofo e historiador de origen griego que acabó siendo ciudadano romano, alertaba con aquella sentencia que se hizo famosa: “La mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo”. Hoy, dos mil años más tarde, se diría que nuestros políticos han ido mucho más allá, pero para mal. No sólo no se preocupan de parecer honrados sino que ni les preocupa serlo, ni que se sepa que no lo son. Así se explica que muchos candidatos que se presentan a pedir votos hayan sido condenados por la justicia, o están bajo proceso o sospecha de delitos de corrupción.
Hay quizás algo peor. A veces esos políticos que ni se preocupan de ocultar sus delitos o acusaciones sobre ellos son los más votados por los ciudadanos y los que reciben más dinero para sus campañas.
Un caso emblemático es el del candidato a gobernador en el Distrito Federal de Brasilia, José Roberto Arruda. Fue el primer gobernador en funciones de este país que acabó dos meses en la cárcel y perdió sus derechos políticos por un tiempo. ¿Se retiró de la política? No. Ahora vuelve a ser candidato a gobernador por uno de esos malabarismos absurdos de nuestra justicia electoral. El Tribunal Electoral Regional del DF, basado en la ley Ficha Limpia, lo condenó en segunda instancia por malversación de fondos públicos. Arruda puede continuar en campaña porque apeló la decisión. La última palabra la tendrá el Tribunal Superior Electoral.
Arruda está recibiendo más ayudas financieras oficiales que el resto de los candidatos y está a la cabeza de las encuestas con el 35% de los votos. Podría ganar en la primera vuelta. ¿Es eso imaginable en una democracia seria?
La verdadera reforma electoral para moralizar la política debería arrancar de la conciencia de los ciudadanos
Otro ejemplo es el del actual Presidente del Senado, Renan Calheiros. Después de haber renunciado al cargo cuando estalló un escándalo por el pago de una pensión a su amante por una empresa que trabajaba para el gobierno no sólo volvió al Senado sino que fue nuevamente electo presidente.
¿Y el caso del expresidente Fernando Collor de Melo? Ahí está de nuevo en el Senado Federal y con fuerza dentro del Gobierno.
Escándalos como los que aparecen en la gestión de Petrobrás, con graves sospechas de despilfarro de miles de millones de dinero público, o los del cartel del metro de São Paulo serían suficientes en un país desarrollado para que muchos de los candidatos de esos partidos, incluso bajo sola sospecha de estar involucrados en el asunto, tuvieran el pudor de no presentarse a las elecciones.
Es cierto que en países europeos o en Estados Unidos existen casos graves de corrupción. La diferencia fundamental, sin embargo, es que en aquellos países la impunidad es mucho menor. El que es sorprendido con las manos en la masa paga y sale definitivamente de la política. En Francia no hace aún dos meses el expresidente, Nicolás Sarkozy, fue detenido por la policía en su casa y llevado a la comisaría para ser interrogado por un presunto escándalo de corrupción cometido cuando estaba al frente de su país y puede acabar en la cárcel.
En España está siendo procesada por presunta corrupción la hermana del Rey Felipe VI. La Corona le ha quitado todos los privilegios que le pertenecían por linaje. En Italia el poderoso expresidente, Silvio Berlusconi, tiene en curso varios procesos judiciales. Uno de ellos lo condenó a hacer trabajo social con enfermos de Alzheimer. El resto de procesos tienen penas de prisión.
Se habla, desde siempre, de que Brasil necesita con urgencia una gran reforma política que devuelva a los políticos un mínimo de credibilidad. Dicha reforma, por lo que estamos viendo, tendría muy poco efecto si fuera emprendida por dichos políticos.
Le he tomado el gusto a salir a la calle donde vivo, cerca de Río, y preguntar a personas de diferentes clases sociales acerca de los motivos que llevan a los ciudadanos a votar a los candidatos de los que es notorio y público que o son corruptos o están acusados de ello.
En Europa y Estados Unidos también existen casos graves de corrupción. La diferencia es que la impunidad es mucho menor
Las respuestas más significativas fueron estas:
- La ley electoral actual no permite alternativas de voto. Nos dan ya hecha la lista de candidatos.
- El llamado “voto práctico”. Es el caso del alcalde o gobernador del que se sabe es corrupto, pero que sigue siendo elegido porque “roba pero hace”.
- Esos candidatos menos éticos son los que mejor saben “comprar los votos” de los menos escolarizados. Al tener menos escrúpulos, son más activos.
Por último, un señor entre broma y en serio me dijo que uno de los motivos por los que a veces los más sospechados de corrupción acaban recibiendo más votos es porque se piensa que si ellos roban “van a dejar robar mejor” también a la gente. “Los muy éticos acaban dando miedo”, llegó a decirme.
Sus palabras me hicieron recordar un artículo del recién fallecido novelista brasileño, João Ubaldo Ribeira, en el que ironizaba que era difícil que en Brasil hubiese indignados contra la corrupción ya que el sueño de los brasileños era “tener un político corrupto en la familia” que le resolviera todos los problemas.
Para aquellos que, sin embargo, han podido votar a un candidato convencidos de que es una buena persona y después resultó ser un picareta, Brasil debería poder tener, como ya ocurre en otros lugares del mundo, un mecanismo electoral para quitarle, por voto popular, el mandato a dicho candidato. Si los votantes lo eligieron ellos podrían deponerlo de su cargo, si consideran que se ha vuelto indigno del mismo.
¿Interesará una reforma de este tipo a los políticos que se escudan hoy bajo la ley de que el cargo obtenido por voto popular nadie, ni el Supremo Tribunal Federal, se lo puede quitar, ni aunque esté ya condenado y en la cárcel, por el hecho de que fuera consagrado por el voto?
La verdadera reforma electoral para moralizar la política debería arrancar de una nueva conciencia de los ciudadanos de que un país no podrá progresar ni ser moderno y próspero si no es capaz de librarse de estos viejos vicios de la política que han acabado contagiando a la misma sociedad.
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