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Los cruzados del imperio

Varios líderes de Donetsk forman una red informal rusa activada en Chechenia y Transdniéster

Pilar Bonet
Borodái, primer ministro de la República Popular de Donetsk.
Borodái, primer ministro de la República Popular de Donetsk. b. kilic (afp)

La nostalgia de la Unión Soviética tiene larga vida y también cruzados consecuentes, dispuestos a luchar por mantener unidas en torno a Moscú las tierras que formaron parte de aquel imperio. Los proyectos independentistas en el este de Ucrania y la resurrección de Novoróssia (territorio histórico ruso rescatado del olvido para debilitar a Kiev) ejercen una atracción irresistible sobre los caballeros del imperio, que no son gentes caprichosas, sino personas fogueadas, algunos de ellos cuando eran aún muy jóvenes, en diferentes conflictos desde la desintegración de la URSS.

Varios de los líderes de la denominada República Popular de Donetsk (RPD) desafiaron al presidente ruso Borís Yeltsin en 1993, alineándose con los defensores de la Casa Blanca (el Soviet Supremo o Parlamento) en torno al vicepresidente, el general Alexandr Rutskói, y al jefe del Parlamento, Ruslán Jazbulátov. El 4 de octubre Yeltsin aplastó la resistencia ordenando disparar los cañones contra la Casa Blanca.

Tanto Igor Girkin —apodado Strelkov y, con 43 años, el ministro de Defensa de la RPD— como Alexandr Borodái —de 41, su jefe de Gobierno— estuvieron entre los que se enfrentaban a Yeltsin en el Parlamento, aunque no tenían cargos ni eran diputados, según Vladislav Shuryguin, un capitán retirado que fue herido en aquellos sucesos. El jefe de los servicios de Seguridad de la RPD, Vladímir Antiuféyev, también tuvo que ver en los sucesos, en los que participaron miembros de los servicios de Seguridad que él dirigía en el Transdniéster, la región industrial secesionista de Moldavia. Girkin, Borodái y Antiuféyev son todos ellos ciudadanos rusos.

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A la pregunta de por qué aquellos defensores del Soviet Supremo abrazan hoy la causa de los separatistas de Donetsk, Shuryguin explica que “se trata de gente que esperaba la restauración de la URSS en 1993, pero entonces fracasaron. Hoy intentan defender el mundo internacionalista en Donbás, una región que en muchos aspectos repite las características del Transdniéster. No son románticos, pero entienden que no pueden quedarse de lado y han hecho su elección conscientemente y aceptando todos los riesgos”, señala el capitán.

Girkin estudió en el Instituto de Archivos Históricos de Moscú y es especialista en la Guerra Civil que siguió a la Revolución Bolchevique de 1917. En 1992 acudió como voluntario al conflicto de Transdniéster. Estuvo después en Bosnia, también como voluntario, y en la guerra de Chechenia.

Soy un patriota ruso, pero me puede llamar imperialista”, asegura Borodái

Alexandr Borodái es hijo del filósofo moscovita Yuri Borodái. Se apuntó a la contienda del Transdniéster en calidad de voluntario y después trabajó como periodista. Escribió en el periódico Závtra, que dirige el escritor Alexandr Projánov y donde también publicaba artículos Girkin. Borodái fue corresponsal militar en la agencia Ria Nóvosti, para la que cubrió la primera guerra de Chechenia, hizo reportajes televisivos y pasó después a trabajar en el sector de relaciones públicas. “Soy un patriota ruso, puede que incluso me puedan llamar en parte un imperialista, porque yo considero que las fronteras administrativas, trazadas por los gerifaltes soviéticos en un Estado de hecho unitario y que hoy es federativo, no deben dividir a los rusos”, dijo en mayo a la emisora El Eco de Moscú. “Considero que el pueblo ruso debe estar unido, debe unirse paulatinamente después de la catástrofe de 1991”, sentenciaba.

A Girkin y Borodái se ha unido en julio Antiuféyev, que se había trasladado a Moscú en 2012, después de que el entonces recién elegido presidente del Transdniéster, Yevguéni Shevchuk, lo destituyera como ministro de Seguridad. Antiuféyev, de 63 años, es un siberiano que se formó como oficial de la policía y ejerció en Riga (Letonia) hasta 1991. Huyó de allí dos horas antes de que lo arrestaran tras el fracasado golpe de Estado perpetrado por varios altos funcionarios que querían evitar el desmembramiento de la URSS. En su huida, fue a parar a Tiraspol, la capital del Transdniéster, donde montó el aparato de seguridad y lo dirigió hasta que el veterano presidente Igor Smirnov fue relevado por Shevchuk, con quien tenía diferencias.

Antes de dirigirse a Donetsk, ya en febrero pasado, Strelkov y Borodái trabajaron en Crimea ayudando a los separatistas prorrusos de la península ucrania. Borodái fue consejero del primer ministro de Crimea y Strelkov formó las milicias.

En la constelación de personajes relacionados con los proyectos separatistas prorrusos están el escritor Aleksandr Projánov, el dramaturgo Serguéi Kurguinián y el filósofo Alexandr Duguin, el líder del movimiento euroasiático de Rusia. Projánov apoyó en 1993 al Soviet Supremo que luchaba contra Yeltsin y, tras el cañoneo ordenado por éste, le prohibieron editar la revista Den, que posteriormente sustituyó por Závtra. En cuanto a Kurguinián, en octubre de 1993 era consejero de Jazbulátov y estaba en el edificio del Soviet Supremo durante los enfrentamientos. Ahora le han visto en Donetsk reprochando a los jefes insurgentes que hubieran entregado Slaviansk a las tropas de Kiev. También Duguin participó en la defensa del Soviet Supremo en 1993.

Strelkov, Borodái, Antiuféyev son parte de una red más o menos formal que converge en Moscú, en torno a la Administración presidencial y en torno a los órganos de seguridad. No hay pruebas de que reciban órdenes del Kremlin ni que el Kremlin les pague. Están ahí y los dirigentes del Estado lo saben y saben que son de fiar cuando llega la hora de enarbolar el estandarte del imperio.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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