“Defendemos nuestra dignidad”
La amplia comunidad michoacana en Chicago, donde el presidente Obama inició su carrera política, reclama un esfuerzo en la reforma migratoria
Los muros de Pilsen, el emblemático barrio mexicano de Chicago (donde vive la tercera comunidad más grande después de la de Los Ángeles y Houston), lucen coloridos grafitis que representan la identidad de uno de los grupos de extranjeros más influyentes del Medio Oeste de Estados Unidos. Las paredes visten vírgenes de Guadalupe, héroes de la historia de México, símbolos indígenas. Y un letrero que se repite, pero este en inglés: “We are a nation of immigrants [Somos un país de inmigrantes]”, el lema esgrimido por los defensores de la reforma migratoria, una de las grandes asignaturas pendientes de la presidencia de Barack Obama. El letrero es más simbólico si se tiene en cuenta que Obama, aunque nació en Hawai, inició su carrera política en Chicago y considera a esta ciudad su hogar.
Uno de cada tres habitantes de Chicago, de 2,6 millones de habitantes, es de origen latino. La ciudad es también uno de los principales destinos para los habitantes del Estado de Michoacán, de donde parten muchos mexicanos. La región, epicentro de la crisis de seguridad más grave que ha enfrentado el Gobierno de Enrique Peña Nieto con el alzamiento de las autodefensas, ha sido durante décadas víctima de la pobreza y abandono. Los datos más recientes reflejan que Michoacán ocupa el sexto lugar nacional en desempleo y ocupa uno de los últimos puestos en educación. La situación ha obligado a generaciones enteras a emigrar para buscar el sueño americano.
Algunos lo han encontrado. Inocencio Güero Carbajal dejó Uruapan (la segunda ciudad de Michoacán) y llegó a Chicago en 1975. Su meta era fundar un restaurante de carnitas, un tradicional guiso michoacano que tiene la particularidad de que apenas contiene condimentos. La carne de cerdo se cocina en su propia grasa. “El secreto está en que la carne sea fresca”, explica junto a su hijo Marcos, en su local en Pilsen. El Güero —así le conocen en el barrio— comenzó a trabajar en los años setenta en un almacén de carnes y para poner el negocio de carnitas vendió un medallón de la virgen de Guadalupe. Con el dinero compró un caldero para cocinar el guiso. La receta la había aprendido en casa. Su padre también cocinaba carnitas en Michoacán.
El hijo de El Güero, Marcos, estudió Economía en la Universidad de Michigan y un máster en Administración en la Universidad de Northwestern. El padre presume orgulloso de su hijo, que nació en Chicago y en un impecable español explica que espera hacer crecer el negocio y expandirlo a otras ciudades.
Pero no todos tienen la misma suerte. Barack Obama ha roto récords en el número de deportaciones. Zoraida Ávila, directora de programas de la Federación de Clubes Michoacanos en Illinois (Fedecmi), una de las organizaciones más integradas en el asesoramiento y apoyo de los inmigrantes de la región, explica la dramática situación de miles de mexicanos y centroamericanos que, sin papeles, se enfrentan a una detención súbita sin la menor protección. “No conocen sus derechos mínimos, nosotros intentamos ofrecerles esa asesoría y que sepan que tienen con qué defenderse”.
La sede de Fedecmi en Pilsen es Casa Michoacán. Se trata de un edificio que reúne tres salas de reuniones, un salón de exposiciones, otro con una decena de ordenadores donde los inmigrantes toman clases gratuitas de informática y una pequeña exhibición de artesanías típicas de la región. El sitio ofrece también asesoría para terminar estudios básicos, clases de inglés, trámites legales y hasta clases de guitarra. Su presidenta, Mayte Ruiz, asegura que hay organizaciones similares en otras de las grandes comunidades de mexicanos en EE UU, como en California y Texas, pero asegura que la de Illinois es una de las más organizadas.
“Nosotros estamos aquí para demostrar que venimos a trabajar y que estamos contribuyendo una parte muy importante a la sociedad de Estados Unidos”, dice con seguridad José Luis Gutiérrez, director de Casa Michoacán. Dejó México hace 26 años, donde estudió la carrera de veterinario antes de partir a EE UU. Nació en Tzitzio, uno de los municipios más pobres de Michoacán: “Donde hay las casas apenas tienen techo y pisos de tierra”. Es fundador de la Fedecmi y habla del asunto de la reforma migratoria como un asunto personal. “Yo lo he visto. Yo llegué y empecé a estudiar por las noches, gané una beca para estudiar una maestría, nos juntamos y fundamos la federación entonces. Es muy importante, porque cuando nosotros, cuando llegamos, no importa que hayamos estudiado, partimos desde el principio. Nos tratan como los lavaplatos, los jardineros. Lo que defendemos aquí, antes que nada, es eso. La dignidad. Nuestra dignidad”.
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