El ‘lobby’ empresarial pide a Obama que evite sanciones unilaterales contra Rusia
El presidente prepara nuevas medidas pero topa con la resistencia de los socios europeos
Las voces más estridentes de la política exterior norteamericana han acusado a las empresas alemanas de frenar cualquier sanción a la Rusia de Vladímir Putin por la crisis de Ucrania. Un “complejo industrial parece gobernar Alemania”, se quejó hace unas semanas el senador John McCain, el más influyente de los halcones del Capitolio.
Pero Estados Unidos también tiene su complejo industrial. Aquí lo llaman lobby, o grupo de presión.
La Cámara de Comercio —el lobby empresarial más influyente— y la Asociación Nacional de Manufactureros pidieron el jueves a la Administración Obama que no imponga sanciones económicas unilaterales a Rusia. Hacerlo dañaría a la industria y a los trabajadores norteamericanos, argumentan en un anuncio de página entera en The New York Times y The Wall Street Journal, entre otros diarios.
El anuncio es el primer intento de presionar en público al presidente Barack Obama tras meses de movimientos silenciosos. Se publica en la misma semana en que la Casa Blanca ha agitado la amenaza de una nueva ronda de sanciones a Rusia por su papel en la desestabilización de Ucrania.
"Cuando Estados Unidos impone sanciones económicas unilaterales, en seguida empresas extranjeras llenan el vacío que deja la marcha de la industria de EE UU", dice en un comunicado Linda Dempsey, vicepresidenta de la Asociación Nacional de Manufactureros. "Como resultado, el dolor impuesto por las sanciones recae en el país sancionado, si es que allí se nota algo, y afecta desproporcionadamente a la industria de EE UU y a sus trabajadores. Estos efectos suelen durar años, si no décadas".
La Cámara de Comercio recuerda que Reagan levantó el embargo de cereales a la URSS
Las sanciones unilaterales permitirían a los competidoras europeos —y en particular alemanes— ocupar el espacio de las norteamericanas en Rusia. Las sanciones coordinadas con la UE pueden favorecer a otros países como China.
Los vínculos económicos de EE UU con Rusia son incomparables con los de Alemania. Rusia suministra cerca del 35% del petróleo y el gas que importa Alemania. Unas 6.500 empresas alemanas hacen negocio con Rusia. En cambio, las exportaciones de EE UU a Rusia no llegan al 0,1% del producto interior bruto norteamericano, según datos de la empresa de análisis High Frequency Economics, y las importaciones son inferiores al 0,2% del PIB.
Pero empresas como la petrolera ExxonMobil o el gigante de los refrescos PepsiCo tienen intereses en Rusia. PepsiCo ha señalado en sus informes anuales el peligro de que las "condiciones económicas y políticas" dañen sus resultados financieros en países como Rusia, donde es la primera empresa de comida y bebidas.
Los grupos de presión avisan en un anuncio en prensa de que las sanciones cierran mercados a las empresas de EE UU
A la hora de adoptar medidas punitivas contra Rusia, Obama tiene en cuenta la necesidad de "no colocar a las compañías americanas en una posición competitiva desventajosa", ha dicho esta semana Josh Earnest, su portavoz, Josh Earnest.
Las nuevas sanciones ya no afectarían, como las que ahora están en vigor, a personas sino a sectores clave como las finanzas o la energía. Obama topa con la resistencia de los socios europeos, y ha dicho que prefería coordinar con ellos cualquier nueva decisión.
En una rueda de prensa en París, el secretario de Estado, John Kerry, instó a Moscú a “demostrar en las próximas horas, literalmente, que da pasos para desarmar a los separatistas [del este de Ucrania], les impulsa a dedarmarse, les exige que abandonen las armas y empiecen a formar parte de un proceso político legítimo”. El 5 de junio, en una visita a Bruselas, el presidente Obama concedió a Putin un plazo de cerca de un mes para cambiar de política o afrontar otra ronda de sanciones.
“Los intereses de América están en juego en Rusia y Ucrania”, se lee en el anuncio de los grupos de presión empresarial. La Cámara de Comercio y la Asociación Nacional de Manufactureros precisan que se oponen a las sanciones unilaterales. Hasta ahora EE UU ha aplicado sus sanciones en concierto con al UE.
“Nos preocupan acciones que dañarían a los fabricantes americanos y que costaría empleos americanos”, escribe en el anuncio Jay Timmons, presidente de la Asociación Nacional de Manufactureros. “La solución más efectiva para aumentar a largo plazo la influencia global de América”, añade, “consiste en reforzar nuestra capacidad para proveer bienes y servicios al mundo a través de políticas favorables al libre comercio y diplomacia multilateral”.
El debate que plantean los grupos de presión empresariales con su anuncio es en parte un debate entre conservadores, entre partidarios de privilegiar los intereses económicos de EE UU, y quienes favorecen una política exterior robusta. La divergencia se reproduce en Cuba: la Cámara de Comercio promueve el levantamiento del embargo, mientras que algunos de los defensores más firmes de su vigencia en el Capitolio son miembros del Partido Republicanos.
En la política y el mundo de los lobbies los bandos nunca son definidos. Ahora la Cámara de Comercio, adversaria de Obama en cuestiones como la regulación de las emisiones contaminantes, está enfrentada con un sector del Partido Republicano, que incluye a legisladores cercanos al Tea Party. La causa es la iniciativa republicana para abolir el Import-Export Bank, un banco público fundado por Franklin Roosevelt en los años de la Gran Depresión que ofrece ayuda financiera a empresas exportadoras norteamericanos.
En el anuncio, Thomas J. Donohue, presidente de la Cámara de Comercio, escribe que “las sanciones unilaterales no funcionan” e invoca como argumento de autoridad al presidente Ronald Reagan, icono de la derecha norteamericana al que suele asociarse este lobby empresarial contrario a las sanciones, pero también halcones como McCain, partidarios de reforzarlas. Donohue recuerda que Reagan reconoció esta realidad al levantar al embargo a la exportación de cereales a la Unión Soviética en abril de 1981.
El presidente demócrata Jimmy Carter, antecesor del republicano Reagan, había impuesto el embargo en enero de 1980 como castigo por la intervención soviética en Afganistán. Aquella invasión de un país soberano ofrece algunos paralelismos con la anexión por parte de Rusia —el núcleo de la Unión Soviética— de la península ucraniana de Crimea, el pasado marzo, y la insurrección de grupos prorrusos en el este de Ucrania.
Reagan, que buscaba el voto agrícola del Medio Oeste de EE UU, derrotó a Carter en las presidenciales de 1980 tras una campaña en la que defendió el levantamiento del embargo. Que en 1981 la URSS sopesase la idea de invadir Polonia no fue obstáculo para que un pragmático Reagan decidiese que el veto a la venta de cereales a los soviéticos perjudicaba los intereses norteamericanos. El mensaje a McCain y otros republicanos es que, sin Ronald Reagan se opuso al embargo a la Unión Soviética, no hay motivo para oponerse ahora a las sanciones más estrictas contra Rusia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.