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Los líderes europeos respaldan a Juncker y dan la espalda a Cameron

El 'premier' no consigue bloquear la candidatura del luxemburgués a presidir la Comisión

Claudi Pérez
Cameron, Hollande y Merkel, ayer en Ypres, durante la ceremonia en memoria de la I Guerra Mundial
Cameron, Hollande y Merkel, ayer en Ypres, durante la ceremonia en memoria de la I Guerra MundialGeert Vanden Wijngaert (AP)

En Flandes Occidental murieron hace 100 años unos 50.000 soldados británicos y de la Commonwealth: Ypres, cerca de la frontera belga con Francia, es uno de los grandes símbolos de la resistencia contra los alemanes en la I Guerra Mundial, uno de esos capítulos por los que los líderes decidieron construir la Unión Europea. Ese fue anoche el escenario del prólogo de la sensacional bronca que se espera para hoy en torno a las figuras de Jean-Claude Juncker, claro favorito a la presidencia de la Comisión Europea, y su antagonista, David Cameron. El primer ministro británico ha conseguido quedarse perfectamente aislado del resto de la UE por su feroz oposición a Juncker. En medio de esa pelea, los líderes de los Veintiocho no sacaron los cuchillos ayer, quizá por el peso de la historia en Ypres, pero lo harán hoy en Bruselas tras dos meses muy tensos. Aunque puede haber sorpresas de última hora: al filo de la medianoche, el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, convocó de urgencia a los embajadores, en una maniobra que podría estar encaminada a ofrecer alguna concesión a Londres para evitar un ruptura, según las fuentes consultadas.

España pide apoyo en las fronteras

Ignacio Fariza

El Gobierno español ha hecho llegar en los últimos días un listado de prioridades en materia de seguridad, justicia e inmigración para tratar de acomodar sus intereses a la agenda comunitaria de los cinco próximos años. El documento, al que ha tenido acceso EL PAÍS, exige a las altas esferas europeas apoyo económico a los países que, como España, asumen el control de la frontera exterior sur de la Unión Europea, y urge al Ejecutivo comunitario a presentar una propuesta de directiva de retención de datos que sustituya a la recientemente anulada en abril por el Tribunal de Luxemburgo. El envío de peticiones a Bruselas es una práctica habitual entre los Gobiernos europeos en los momentos previos a la constitución de la arquitectura europea para el próximo quinquenio.

En lo referente a inmigración, el Gobierno exige a Bruselas mayor solidaridad “política, legislativa y financiera” con los países del sur “que están asumiendo el control de las fronteras” y pide que se dote a Frontex (la agencia europea que gestiona la cooperación fronteriza) de los recursos adecuados y que se le asignen “nuevas funciones complementarias”. La petición de más ayuda para el control de la inmigración irregular ha sido una constante durante el tramo final del mandato 2009-2014, que se ha saldado con varios choques entre el Ejecutivo español y sus homólogos europeos. En uno de los más sonados, la comisaria Cecilia Malmström acusó a la Guardia Civil de provocar indirectamente la muerte de 15 inmigrantes al crear una situación de “pánico”.

Además, España pide a Europa que “impulse” la realización de más informes sobre corrupción con participación de los Estados miembros.

Es difícil ver un final feliz después de tanto jaleo. Juncker ganó las elecciones europeas y es claro favorito al cargo más apetitoso de Bruselas, a pesar de los dos últimos meses de amenazas e incluso golpes bajos por parte de Downing Street. Cameron, que no quiere ver ni en pintura el europeísmo federalista de Juncker, tiene así enormes posibilidades de volver a Londres humillado y con una endiablada agenda que incluye el referéndum escocés en septiembre, la consulta sobre la pertenencia británica a la UE en 2017 y una avalancha de críticas por sus errores de cálculo. Lo paradójico es que el divorcio de la UE le puede dar cierto rédito político en casa, incluso en el ala más a la derecha de su propio partido, ante la marea eurófoba de las últimas elecciones a la Eurocámara.

Tras la ceremonia de recuerdo a los caídos, los líderes se reunieron para una cena protocolaria, muy rápida, en un ambiente frío y en la que no hubo ningún debate. Nadie quería empezar a disparar ahí. Van Rompuy presentó a los líderes de los Veintiocho (con la sonora excepción del español Mariano Rajoy, que prefirió asistir a la cumbre africana de Malabo) las líneas maestras de la agenda de la Unión para los próximos años. Pero cedió a las presiones de Londres —Cameron argumenta que la agenda está indisociablemente unida a la elección del presidente de la Comisión— y prefirió que el plan no se votara. Consiguió así dejar para hoy, ya en Bruselas, el ruido de sables alrededor de Juncker.

Esa agenda debe funcionar como una especie de brújula para la futura Comisión, y de paso está pensada para tender puentes hacia Londres: Cameron desea una mayor dureza en las políticas de inmigración y concesiones para reforzar el mercado interior y liberalizar los servicios en la UE. Y ya ha conseguido parte de lo que se proponía: devolver competencias a las capitales. “La Unión debería abstenerse de actuar cuando los Estados miembros puedan alcanzar mejor los mismos objetivos”, dice el texto redactado por el equipo de Van Rompuy. Ese texto, sin embargo, podía sufrir aún en la madrugada de ayer varios retoques finales, a modo de última bala “para tratar de buscar una salida digna al Reino Unido”, según fuentes diplomáticas.

“La elección de Juncker será mala para Europa”, repitió Cameron incluso minutos antes de la cumbre. Pero todo parece atado y bien atado desde que la canciller Merkel le dio la espalda y concedió su apoyo, siempre a regañadientes, al luxemburgués. La prueba del aislamiento del Reino Unido la dieron dos de sus aliados el miércoles: Holanda y Suecia respaldan públicamente a Juncker. Y el círculo se cierra con Italia: a cambio de su apoyo, el socialdemócrata Matteo Renzi había exigido una flexibilización de las reglas fiscales. Esa suavización, aceptada por Alemania siempre que no se toque ni una sola coma de los tratados, ya aparece negro sobre blanco en el borrador de conclusiones de la cumbre.

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Ese es un giro fundamental en la gestión de la UE, que busca salir de una crisis económica, pero no puede evitar meterse en una profunda crisis institucional. Se cumple así un viejo adagio europeo: los problemas no se resuelven; simplemente son desplazados por otros problemas. Al cabo, todas las grandes crisis acaban teniendo graves sacudidas políticas: está por ver si esta vez la secuela es una fractura en las relaciones entre Londres y Bruselas, fuertes pero no profundas, e influidas últimamente por las informaciones de una prensa británica cada vez más refractaria a la UE.

Los predecesores de Cameron lograron en el pasado imponer una Europa inglesa —grande, flexible, librecambista, abierta— y tejer y destejer alianzas para boicotear candidaturas como las de Jean Luc Dehaene (democristiano del Benelux) y Guy Verhofstadt (liberal del Benelux) a la Comisión. Pero esta vez parecen incapaces de vetar a Juncker (socialcristiano del Benelux) y llevan tiempo sin poder frenar iniciativas poco favorables a sus intereses. Las cosas han cambiado en Europa, necesitada de activismo contra la crisis. Y eso dificulta el tradicional vetismo británico, como se vio a finales de 2011, cuando Cameron fue incapaz de boicotear las nuevas reglas fiscales.

En aquel caso la Unión le esquivó con una argucia legal. Pero esta vez el revés es más impactante: Cameron ha buscado a sus tradicionales aliados, pero se ha ido quedando solo, con el único apoyo de la ultraderecha húngara. Van Rompuy perseguía anoche un último intento para evitar una fractura a la vista de que Juncker “cuenta con una amplísima mayoría”, según fuentes consultadas en el Consejo, la Comisión y en media docena de delegaciones.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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