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Los kurdos turcos se aferran a la paz

El diálogo con el Gobierno de Ankara sobrevive a un estallido de violencia Los votos nacionalistas pueden ser claves para Erdogan en las presidenciales

Juan Carlos Sanz
Celebración del Nuruz (año nuevo kurdo) en Estambul.
Celebración del Nuruz (año nuevo kurdo) en Estambul.OSMAN ORSAL (REUTERS)

“Los kurdos no tenemos fronteras, seguiremos siendo siempre un mismo pueblo”, advierte de entrada el coalcalde de Mardin y líder histórico del nacionalismo kurdo, Ahmet Türk, en su despacho de la zona moderna de esta ciudad del sureste de Turquía. “Pero nosotros vamos a convivir en un Estado democrático con nuestros hermanos turcos”, puntualiza inmediatamente ante una delegación de periodistas organizada por la UE junto a la coalcaldesa, Februniye Akyol, de la comunidad cristina siriaca. Ambos —del Partido de la Paz y la Democracia (BDP), que practica una política de paridad con cogobierno de hombres y mujeres en todos los cargos electos— fueron elegidos con más del 52% de los votos en los comicios municipales del pasado 30 de marzo.

Türk parecía tranquilo cuando recibió a la delegación europea el pasado sábado. Los disturbios que amenazaban con volver a incendiar el Kurdistán turco tras la muerte de dos jóvenes manifestantes el fin de semana anterior ya habían aparentemente cesado.

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Desde que se lanzó el proceso de paz kurdo en enero de 2013 —refrendado en marzo por el alto el fuego decretado desde la cárcel por el líder de la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdulá Ocalan—, no se había producido ninguna víctima mortal en el marco del conflicto kurdo. Las protestas ya habían alcanzado un punto crítico, cuando, tras los funerales por los dos jóvenes abatidos por las fuerzas de seguridad en Lice, en la provincia de Diyarbakir, un muchacho se subió al mástil de un destacamento militar y arrancó la bandera turca.

Es preciso recordar que la sociedad turca tiene un trasfondo marcadamente nacionalista en el que símbolos como el fundador de la República, Mustafá Kemal, Atatürk, o la propia enseña turca tienen un componente cuasi sagrado e intocable para millones de ciudadanos que han recibido durante décadas una educación con esos valores. Las proclamas de los partidos de oposición y del propio Gobierno contra el “ultraje a la bandera nacional” hacían presagiar un agravamiento de los disturbios ante el gran despliegue policial que este enviado especial pudo constatar en Diyarbakir, Mardin y otras poblaciones del sureste de Anatolia.

El kurdo sigue sin ser cooficial en la región, pese a la emisión de programas de radio y televisión en esa lengua
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Dirigentes nacionalistas kurdos como el propio Ahmet Türk se encargaron de rebajar la tensión al condenar el ataque a la bandera turca y calificarlo de “acto aislado de provocación”. Pero fueron sobre todo las noticias llegadas desde el norte de Irak —tras el imparable avance de las brigadas yihadistas y la captura de 80 rehenes turcos en Mosul— las que acabaron atrayendo la atención del Gobierno del primer ministro Recep Tayyip Erdogan y del resto de los partidos turcos.

De manera que Türk se atrevió a reclamar ante la delegación de periodistas la excarcelación de Ocalan como gesto de buena voluntad en el proceso de paz abierto, y sostenido por Erdogan mediante un programa de democratización puesto en marcha en septiembre del año pasado. Tras décadas de represión de la identidad kurda, y hasta de prohibición del uso de su lengua, el sureste turco empieza a presentar signos de normalidad hasta hace bien poco inéditos. Los responsables municipales que recibieron en Diyarbakir a la delegación europea se expresaban en kurdo —que sigue sin contar con un estatuto de cooficialidad en la región, pese a la emisión de programas de radio y televisión en esa lengua—, y eran traducidos posteriormente al turco y al inglés. La Universidad Artuklu de Mardin cuenta ya con el primer departamento de lengua kurda en toda Turquía.

Ocalan, capturado en Nairobi en 1999 tras una rocambolesca operación de agentes secretos turcos con supuesto apoyo estadounidense e israelí, permanece desde entonces en una celda en la isla de Imrali, en el mar de Mármara. Es el único preso de la cárcel más vigilada de Turquía, donde solo puede recibir a sus abogados y, de tiempo en tiempo, a familiares y políticos nacionalistas kurdos.

El proceso de adhesión turca a la UE le libró de la horca, pues una reforma constitucional declaró abolida en 2001 la pena de muerte. Ahora cumple una condena de prisión a perpetuidad por haberse alzado en armas en 1984 contra el poder central de Ankara, en un conflicto que se ha cobrado más de 40.000 muertos y que forzó el desplazamiento de millones de campesinos desde las aldeas —la mayoría arrasadas por el Ejército— hasta las ciudades del sureste de Anatolia.

Ocalan difícilmente será excarcelado ni serán mejoradas sus condiciones de detención antes de las elecciones presidenciales de agosto, en las que Erdogan parece jugarse su futuro político si, como parece previsible, acaba confirmando su candidatura a finales de este mes.

El columnista político turco Yavuz Dayvar considera que “Erdogan ha lanzado el proceso de paz kurdo sin contar con una hoja de ruta ni una estrategia coherente” con el objetivo de ganar tiempo para consolidarse en el poder. Por eso los líderes del BDP han anunciado que presentarán su propio aspirante en los comicios presidenciales. Como los turcos elegirán por primera vez a su jefe de Estado en las urnas en unas elecciones a dos vueltas, los dirigentes kurdos deberán obtener de Erdogan antes de la segunda ronda de los comicios garantías de que impulsará una reforma constitucional que recoja sus reivindicaciones de descentralización y reconocimiento de su identidad cultural. Si, como prevén los sondeos, Erdogan no logra la mayoría absoluta en la primera vuelta, los votos kurdos serán claves para que el líder islamista logre su sueño de seguir aupado al poder hasta 2023, cuando se cumplirá el centenario de la Turquía moderna.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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