La Copa o el cáliz de la amargura
El siglo XXI nació como el “siglo de la educación”, de la información. Y a mayor educación, mayor inconformidad
El ministro de Deportes brasileño, Aldo Revelo, dijo que Dilma Rousseff no iría a la apertura del Mundial. Y la presidenta, demostrando un amplio criterio —que va incluido en su sueldo— fue y escuchó el pitido que dio inicio al partido entre Brasil y Croacia. Y escuchó también los silbidos y abucheos para los que ya estaba preparada porque suelen acompañar la banda presidencial.
São Paulo es Madrid y también es hoy cualquier otro sitio en el mundo. El problema parece muy complicado, pero en el fondo es muy sencillo: no hay bala ni ejército capaces de detener las demandas del pueblo.
Por eso, lo que revelan las imágenes del Ejército en las calles, ya sea en vivo o por televisión, es que, en la era de Twitter, los que tienen miedo son los uniformados, representantes de un orden ya insostenible porque el germen del desorden viene de la desigualdad. No son lamentables los incidentes de Río, São Paulo, Madrid, Barcelona o París, lo que es lamentable es el lenguaje, porque las promesas ya quedaron atrás.
El siglo XXI nació como el “siglo de la educación”, de la información. Y a mayor educación, mayor inconformidad. Y, sobre todo, un hecho ineludible: ese conocimiento, accesible a todos en forma de celular, ha provocado que la población se vuelva más exigente y menos proclive a comprar promesas políticas que son como el timo del tocomocho. En el fondo, es un problema de lenguaje. El tiempo de las promesas se desgajó del lenguaje de los hechos. No se puede estar contra la historia y la historia ha llevado, por primera vez, a que la gente sepa más rápido lo que necesita que a descubrir la mentira de que se lo darán.
La gente no se conforma con escuchar lo buenos que fuimos un rato, ahora quieren comer pan y estar en el circo
¿Por qué Mandela pudo agonizar al grito de una fantasmagoría, como era el estadio de Johannesburgo, que no tiene nada que ver con la Sudáfrica que acogió el Mundial de 2010? Porque los pueblos necesitan ilusión.
La gran diferencia ahora radica en que cuando uno produce el cambio, dando a cada ciudadano ese arma de destrucción masiva que son las comunicaciones modernas, tiene que estar dispuesto a responder a la velocidad a la que aprende el pueblo.
Es el lenguaje. El terror de los uniformados, la ausencia del temor del pueblo, el conocimiento de que lo que es mío es aquí y ahora, que el hambre no espera a los planes de infraestructuras, es lo que está rompiendo todo. Y mientras tanto, se pretende combatir las enfermedades de hoy con los fusiles de ayer. Ya hemos llegado a la cultura de la comunicación, ya es la era de la educación. Ya es masiva la convicción de que la gente tiene derechos. Ahora, en vez de contestar con balas de goma, con gases lacrimógenos, lo que tienen que hacer los gobiernos es entender el mensaje y construir un diálogo con su pueblo. El mundo no puede ser asambleísta porque las asambleas empiezan con la llegada de la primavera, pero luego te colocan un gobierno militar si te descuidas.
Si no se supera este momento, ¿estamos condenados a ser todos Dilma Rousseff?
La matanza de Tlaltelolco esculpió la historia moderna de México y colocó una marca indeleble de letra escarlata en la generación de los nuevos mexicanos. En este Mundial, si no hay un entendimiento claro del lenguaje, del aullido de la calle, de la relación asimétrica que se ha producido entre poder, poderosos y oprimidos, solo se preconiza el fin de las próximas Olimpiadas. Porque la gente no se conforma con escuchar lo buenos que fuimos un rato, ahora quieren comer pan y estar en el circo.
La gente quiere ser grande ahora y aquí, ir a los estadios que no puede pagar —solo el 60% de los brasileños puede permitirse adquirir un boleto—, morirse en los mismos hospitales de la élite, combatir los secuestros en São Paulo con helicópteros, como los ricos, quiere el coche y después la carretera. Y todo eso lo trajo el aspirar el oxígeno del conocimiento. Hoy el aleteo del efecto mariposa que comienza en Brasil, sigue por toda América y habla español e inglés, no solo portugués, porque las alas de esa mariposa están construidas en los enormes desajustes sociales que recorren toda América, incluyendo Estados Unidos.
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