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MIEDO A LA LIBERTAD
Columna
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Contra la historia

Juan Carlos I ha sido el único rey en una España y una América libres, con democracias consolidadas o al menos sin riesgo de asonadas militares

¿Heredará Felipe VI el trono republicano de América Latina? Su padre, Juan Carlos I, logró convertirse, casi un siglo después de las independencias, en el rey sin corona de un vasto territorio —cuyo nombre acuñó Napoleón III cuando envió a Maximiliano a México— que visitó en más de 80 ocasiones, consiguiendo incluso que Fidel Castro le llamase Majestad.

Su personalidad y su estilo campechano de reinar le ganaron el corazón de los latinoamericanos. A pesar de tener todo en contra, se reveló como un milagro.

Su reinado comenzó con la presencia de un visitante incómodo, un pesado legado de quien heredó el poder: con la excusa del funeral de Estado de Franco, el dictador Augusto Pinochet quiso acompañarle en todo el proceso. Para impedir que se quedara a la coronación, una ocasión que el chileno quería aprovechar para legitimarse ante el mundo, y no privarle del gusto de despedir a su colega, se montó toda una operación diplomática.

En esas fechas, a mediados de los años setenta, América ya bregaba con sus peores dictaduras (Bánzer en Bolivia, Geisel en Brasil, Stroessner en Paraguay) y se avecinaban otros nubarrones.

La personalidad de don Juan Carlos le ganaron el corazón de los latinoamericanos

Menos de seis meses después de la proclamación de Juan Carlos el 22 de noviembre de 1975, los tres militares de la Junta argentina pusieron fin al orden constitucional el 24 de marzo de 1976 y comenzaron el Proceso de Reorganización Nacional. Se iniciaba la noche más lúgubre de ese país y, seguramente, de gran parte de América Latina: el terrorismo de los Montoneros, la manipulación indecente de Perón, la acción implacable de la triple A de López Rega, una espiral de violencia cuyas consecuencias llegan hasta hoy. Las manecillas del reloj de la Historia se movían en sentido contrario a ambos lados del Atlántico. El sucesor del dictador, el Borbón, al que Santiago Carrillo llamó Juan Carlos El Breve, se convirtió en un soberano demócrata. Condujo a España, el corazón de las tinieblas donde en 300 años no había triunfado la Ilustración, hacia un ejercicio de integración, simpatía, democracia y juventud.

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La conquista de la libertad y la expansión del español como arma política y cultural hicieron soñar a los latinoamericanos, que también aspiraban a la democracia. El éxito de la Transición, la personalidad de Juan Carlos, su entendimiento de las singularidades y su complicidad con los dirigentes latinos de aquel momento, la apuesta de los Gobiernos de Adolfo Suárez y Felipe González por el subcontinente, hicieron del monarca español un latinoamericano más y de los latinoamericanos unos integrantes de un nuevo magma histórico del que formaba parte, por primera vez, un rey.

Esa labor diplomática dejó incontables episodios con Juan Carlos como protagonista, desde el Primer Congreso de la Lengua (Zacatecas, 1997) hasta el famoso “¿Por qué no te callas?” a Hugo Chávez, pasando por las conversaciones de paz en Centroamérica. También impulsó el principio de Justicia Universal que permitió (cuando las manecillas del reloj de la Historia se unieron) juzgar y condenar a los genocidas.

Pero nadie es perfecto ni grande para su ayuda de cámara, y el problema del Rey de España y de los gobernantes americanos es el mismo: no ha terminado una monarquía, ha terminado el ciclo de una clase política y se ha cerrado un momento histórico excepcional.

Juan Carlos I ha sido el único rey en una España y una América libres, con democracias consolidadas o al menos sin riesgo de asonadas militares. Pero también durante su reinado, se gestó —si bien no se le puede atribuir— el problema catalán y asistió como testigo al fracaso de los programas exprés contra los desajustes sociales en Iberoamérica, cuyo ejemplo más palpable son ahora las convulsiones internas de Brasil.

Muchos sueños se han reubicado. Ahora sabemos cuánto tuvo de milagroso Chávez, pronto conoceremos hasta qué punto el Brasil de Lula supuso un cambio estratégico profundo y en qué medida es posible consolidar o no un subcontinente que ya no tiene el pretexto de culpar a los Marines ni a la CIA de lo que no se sabía hacer. A partir de ahora, el petróleo venezolano se pagará al precio del petróleo y no al de un arma política de colonización. Los bloqueos y las sanciones económicas de Estados Unidos contra ciertos regímenes y alianzas se toparán con una nueva dirigencia política.

El Rey fue acompañante y testigo de muchos cambios de tendencia que han ido surgiendo y consolidándose. Por primera vez, la antigua metrópoli no se comportó como una madrastra ni como un padre agresivo (cometió todos los errores de juventud que cometemos aquí), sino como un adulto comprensivo cada vez que se abusó, en nombre de la humanidad, del poder.

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