Los radicales avanzan en Europa
El PP europeo gana por la mínima las elecciones Los proeuropeos conservan una amplia mayoría Los populistas confirman su alza imparable con Francia a la cabeza
La Europa que emerge de la crisis que marcará el arranque de este siglo sacó este domingo un viejo diablo del armario con el ascenso fulgurante de los radicales en varios países, pero a la postre dio la victoria, por muy escaso margen, al democristiano luxemburgués Jean-Claude Juncker, y otorgó una amplia mayoría a las fuerzas proeuropeas. Ganó por la mínima Juncker, con su mensaje de austeridad y reformas, al que ahora promete agregar un toque social. Tras haber dominado con claridad las instituciones en la última década y media, la Gran Recesión hace mella en el Partido Popular Europeo, que pierde decenas de escaños, pero sitúa de nuevo a los conservadores como primera fuerza del Europarlamento pese a los efectos devastadores de la crisis, que hasta ahora había barrido a todo tipo de Gobiernos, casi sin excepción. La Eurocámara no pasó por esa centrifugadora política, aunque sí por otras peligrosísimas: con el Frente Nacional francés como mascarón de proa, y con una presencia amplia de Norte a Sur (en Dinamarca y Finlandia, pero también en Grecia e Italia) y de Este a Oeste (Hungría, Alemania, Reino Unido), los populismos confirmaron en las urnas la fuerte subida que les daban los sondeos, y complicarán la gobernabilidad del proyecto europeo. Y puede que también la de los países donde obtienen mejores resultados.
La abstención, el otro gran peligro, fue menos fiera de lo que se pintaba: voló alto, aunque menos de lo que auguraban todos los pronósticos. Al final la participación fue del 43,1%, estabilizada por vez primera desde 1979.
Ni el fulgurante impulso de los populismos ni la abstención empañan el triunfo ajustado de Juncker ni el sabor agridulce que les queda a sus oponentes: las elecciones son siempre una especie de tribunal de última instancia, y los votantes decidieron que el socialdemócrata alemán Martin Schulz se quedara a varios cuerpos del candidato conservador. La izquierda sigue así con su particular travesía del desierto.
Eso en cuanto al pulso Juncker-Schulz. Porque la foto panorámica de las elecciones es distinta: el bloque de izquierdas (socialdemocracia, izquierda radical y Verdes) lograba este domingo cierta ventaja respecto al centroderecha (PPE y otros partidos conservadores), con los liberales a medio camino entre unos y otros y los populistas claramente al alza, especialmente en Francia, Italia y Reino Unido. “Ese auge de la eurofobia es descorazonador; es una depresión política en ciernes”, apuntó a este diario una alta fuente comunitaria. Más allá del ascenso del Frente Nacional, del UKIP británico y compañía —que en ningún caso pone en peligro la mayoría proeuropea—, si el resto de cifras se confirma eso deja las cosas muy abiertas en la Eurocámara, a la espera del juego de alianzas habitual en Bruselas. Y con la posibilidad de una gran coalición a la alemana ganando fuerza.
Según los resultados hechos públicos a las 15.50 de este lunes, por detrás de populares (213 escaños, lo que les permite proponer a Juncker como presidente de la Comisión Europea) y socialistas, que a la luz de los primeros datos escrutados suben ligeramente respecto a 2009 (190), los liberales salvaron los muebles (64), los Verdes bajaban levemente (53 diputados) y la izquierda radical ganaba ligeramente terreno (42 eurodiputados) entre los partidos más votados. Aunque las europeas no son como las demás: en las semanas posteriores a los comicios hay siempre un baile de sillas capaz de engordar o adelgazar a los principales grupos parlamentarios, que puede modificar la fisonomía de la cámara y dar un vuelco a las mayorías que apenas se vislumbraban anoche.
El auge de los eurófobos es una sacudida e indica que el grado de incertidumbre aún es altísimo
El veredicto de las urnas deja varias incógnitas por resolver. El bipartidismo está de capa caída, pero no se desploma: Juncker o Schulz tendrán que aliarse o buscar socios para gobernar, pero ambos partidos serán imprescindibles y, con la que está cayendo, siguen sumando casi el 55% de los votos (según los datos provisionales, el conjunto de ambos alcanza el 53%). Pero cuidado. Si la política es la forma en que una sociedad se ocupa de la incertidumbre, el auge de los eurófobos es una sacudida en toda regla e indica que el grado de incertidumbre en Europa aún es alto. Los radicales suman algo más del 20% de los votos, con resultados impactantes en numerosos países. El populismo, con sus remedios simples para problemas complejos y acariciando el gatillo de su tenebroso arsenal antiinmigración, enseña las garras con una pujanza que marcará las agendas políticas fundamentales de los próximos tiempos. Las rimas de la historia: el siglo XX europeo demuestra que las grandes crisis, combatidas con determinadas recetas económicas, “provocan que la democracia se vuelva contra la democracia”, apunta un diplomático.
La sede bruselense del Parlamento era la noche de este domingo un ir y venir incansable de periodistas, políticos y funcionarios. El PP se daba ganador desde los primeros sondeos; Schulz se veía “capaz de encontrar una mayoría” de gobierno. En medio de ese jaleo los análisis coincidían en ser cualquier cosa menos complacientes. Charles Kupchan, del think tank CFR, veía el auge del populismo como “una severa, fea y rotunda reprimenda al proyecto europeo”. Y el sociólogo José María Maravall avisaba de que el ascenso de los radicales debería vacunar a Europa contra la tentación de la gran coalición: “Sería una declaración de debilidad, cuando lo que necesita el proyecto es un gobierno que asuma responsabilidades: la UE es un extraño animal político en el que la responsabilidad de los líderes se difumina y la ciudadanía es incapaz de atribuir culpas y de castigar a nadie de forma coherente. Por eso suben los radicales”.
La participación rompe la tendencia y crece ligeramente
La participación aguantó y se convirtió en una de las grandes sorpresas de la noche electoral. A rebufo de los grandes países, la UE salvó este domingo una de sus jornadas más complicadas con una afluencia a las urnas ligeramente superior a la prevista por varios estudios demoscópicos. Según los primeros resultados provisionales, el 43,09% de los europeos acudió a las urnas, solo 0,12 puntos más que en las elecciones de 2009 pero no muy lejos de las optimistas expectativas de las propias instituciones comunitarias que en los últimos días habían deslizado que la cifra mejoraría los precedentes. La mayor movilización del voto en Francia y Alemania —los dos países más poblados de la UE— donde la participación aumentó en casi cinco y tres puntos respectivamente han logrado dar la vuelta a los discretos resultados cosechados en los países del este.
A tenor de las cifras, la campaña puesta en marcha por la propia Eurocámara en un clima de escepticismo generalizado habría logrado —parcialmente— su objetivo de revertir la tendencia a la baja de las últimas décadas. No obstante, la de ayer es la primera cita electoral comunitaria en la que la participación aumenta: desde los primeros comicios europeos, hace 35 años, el incremento de la abstención se había convertido en una constante.
Este cambio de tendencia es especialmente significativo en unas elecciones que habían sido señaladas en rojo como las primeras en las que los aspirantes a la presidencia del Ejecutivo comunitario hacían campaña electoral. Sin embargo, a pesar de este viraje, la participación sigue siendo sustancialmente inferior a la de procesos electorales de dimensiones similares. Las últimas elecciones presidenciales estadounidenses se saldaron en 2012 con la participación del 57,5% del electorado y, hace apenas dos semanas, el 66,4% de los casi 800 millones de los electores de India habían acudido a las urnas por fases en el considerado mayor proceso electoral de la historia.
De cumplirse una de las máximas del reputado crítico teatral norteamericano George Jean Nathan —“los malos dirigentes son elegidos por buenos ciudadanos que no votan”— la ciudadanía europea habría dado el primer paso para que sus gobernantes lleven a la UE por la buena dirección. Los cinco próximos años tendrán la última palabra.
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