El mito de la invasión gringa
En América Latina, la cacareada intervención de los EEUU suena hoy en día casi como un chiste
Si yo fuera afgana o iraquí, indudablemente este artículo tendría otro tono. Pero en América Latina, la cacareada intervención de los EEUU suena hoy en día, casi como un chiste. Indudablemente tenemos que aclarar que en el pasado, en el siglo XIX y buena parte del XX, el intervencionismo fue una triste realidad. El “patio trasero” de Teddy Roosevelt y sus contemporáneos era todo el Caribe. En esa época los marines visitantes, podían tardar décadas en irse y dejaban al país peor de lo que estaba en un principio. Haití es quizás el más triste ejemplo de ese tipo de intervencionismo.
Pero mucho más recientemente, sin haberlo leído en libros de historia, puedo recordar la injerencia bien documentada en el Chile de Allende, la invasión de Republica Dominicana en tiempos de Juan Bosch, la Contra en Centro América, la desproporcionada invasión de Granada y la última de todas en 1989, para sacar a Noriega de Panamá. El record no es desechable. No incluí a Cuba en la lista, porque aparte de Bahía de Cochinos, los cuentos de Castro sobre conspiraciones americanas parecen obra de García Márquez y no de algún burócrata de la CIA. Mi preferido es, sin duda alguna, el tabaco explosivo que lo iba a dejar desnudo y sin barba.
Así que estamos claros: en un pasado bastante reciente, hubo invasiones, injerencias serias, intentos ridículos por desplazar líderes y tiranos y una enorme desproporción en el uso de la fuerza. Pero hoy en día las cosas han cambiado. Toda la política de injerencia en el Oriente Medio ha sido tan absolutamente catastrófica para los EE UU, desde todo punto de vista, que no conozco un solo americano que quiera volver a intervenir directamente, con tropas, en ninguna parte del mundo. Obama fue electo con la promesa de salirse, lo antes posible, de Irak y Afganistán. Sirios y Ucranios, que han venido a Washington a pedir ayuda, se han enfrentado a esta nueva realidad: los EE UU no quieren perder un solo soldado más en una guerra lejana. Quizás manden drones y le den dinero a alguna facción armada, pero no están dispuestos a intervenir directamente.
Gobiernos como el de Maduro en Venezuela o Evo en Bolivia no captan esto o quizás sí lo han comprendido muy bien (y por eso se atreven a desafiar al monstruo), pero siguen usando la eterna narrativa de la invasión de marines y de las conspiraciones tenebrosas para derrocar gobiernos. Prácticamente a diario en Venezuela, la gente de Maduro acusa a los EE UU de espiar, de haber desatado una guerra económica para que no se consiga papel higiénico, de enviar malvados espías que incitan a los delincuentes para que cometan fechorías o a los estudiantes para que salgan a las calles.
La visión de Maduro es que Obama prácticamente no duerme pensando cómo puede hacer para derrocar a los héroes bolivarianos. Incluso se ha dicho que el cáncer que acabó con la vida del Comandante Eterno fue inoculado por agentes del Imperio y más aún, los antepasados de dichos agentes, mataron también a Bolívar, para que no siguiera fastidiando. Lo más sorprendente es que dicha narrativa es aceptada por los chavistas que han sido adoctrinados desde niños, pero también por un sector muy pequeño pero extremista de la oposición, que espera una invasión de rubios y apuestos marines que los vengan a liberar del yugo comunista. Una especie de versión tropical del desembarco en Normandía.
Quienes usan a la invasión gringa como una especie de espantapájaros y quienes, en el fondo de su corazón la desean, ignoran completamente el rumbo que ha tomado la política exterior bajo Obama y además de todo, el poquísimo interés que siente este Presidente por América Latina. Obama preferiría que Brasil, España, el Vaticano, o cualquier país del mundo se ocupase de conseguir soluciones a tantos conflictos y que los jóvenes soldados americanos “no tengan que seguir muriendo por preservar la democracia en países lejanos”. Y aquí nos encontramos con una paradoja. En el mundo entero vemos al intervencionismo norteamericano como deseo de poder, conquista de petróleo o cualquier otra riqueza por parte de una gran potencia, heredera de los Imperios del pasado. Los EE UU se ven a sí mismos, como un país que se ha sacrificado por los demás, enviando soldados y gastando miles de millones en “búsqueda de la libertad”.
Las dos visiones sobre el papel de los EE UU son tan divergentes, que nunca lograremos coincidir. Los norteamericanos se sienten dolorosamente incomprendidos si no se les ve como el país que aporta democracia y libertad para el mundo, a costa de grandes sacrificios. Visión idealizada, que dejó de tener vigencia después de la Segunda Guerra Mundial. En los “patios traseros” se tiende a ver a Washington con la visión expuesta en “Las venas abiertas de América Latina”. Libro, cuyo autor Eduardo Galeano reconoce que está pasado de moda, pero que Chávez regaló como una gran novedad a Obama en Trinidad en 2009, la única vez que se encontraron frente a frente.
Maruja Tarre es profesora Universidad Simón Bolívar, Caracas. Twitter @marujatarre
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.