Managua, una ciudad en permanente tensión
Las autoridades reportan 21 casas colapsadas en toda la provincia capitalina
La noche del domingo Managua se convirtió en un gran dormitorio al aire libre. Miles de personas decidieron pasarla en vela en las calles, algunos sobre colchones puestos en las aceras, tras la alerta lanzada por el gobierno por el temor a la activación de las fallas sísmicas que devastaron la ciudad en 1972.
En Bello Horizonte, un populoso barrio localizado al norte de la ciudad lleno de bares, restaurantes, casinos y discotecas, los vecinos se reunían en grupos para comentar las últimas noticias. El Gobierno informó de una noche telúrica, con más de treinta sismos sacudiendo las zonas cercanas a Managua, uno de ellos de 5,6 grados en la escala de Richter. Al menos 21 casas colapsaron en toda la provincia por los sismos, pero las autoridades se congratularon de haber alertado a tiempo a los capitalinos: apenas se registran dos heridos de levedad.
La tensión y el nerviosismo se han apoderado de los habitantes de la ciudad –de unos dos millones de personas– desde que el pasado jueves un terremoto de 5,2 grados azotara con fuerza la región de las costas del Pacífico, dejando un muerto, 33 heridos graves y 2,354 viviendas dañadas. Tras el sismo se registraron más de mil réplicas y un segundo terremoto cerca de la ciudad de Nandaime, al sur de la capital, que no dejó daños. Desde entonces, los managuas viven en permanente alerta.
La noche del domingo, en el barrio Centroamérica, al sur de la ciudad, la gente sacaba los automóviles de las cocheras, que serían usadas como refugio preventivo. Los vecinos hacían guardia con sus mascotas en las aceras, mientras los niños dormían acurrucados en los pechos de sus madres. Una anciana era consolada por sus nietos tras un ataque de pánico luego del sismo de 5,2 grados, mientras que una pareja joven discutía la posibilidad de pasar la noche fuera de la ciudad.
Todos los vecinos de este barrio capitalino estaban pendientes de una radio, la televisión o los más jóvenes de las redes sociales. Twitter fue el medio de comunicación estrella: cada réplica era comentada inmediatamente por los usuarios. Monseñor Silvio Báez, el número dos de la Iglesia Católica, fue una de las voces más activas de esa red social, al escribir recomendaciones, llamar a la calma y citar textos bíblicos. “¡Noche larga y riesgosa en Managua! Seamos precavidos, pero sin miedo. Oremos unos por otros. El Señor cuidará a nuestra amada Nicaragua”, lee uno de sus tuits. Mientras, muchos jóvenes publicaban mensajes exigiendo a las autoridades que abrieran las celdas de La Modelo, la principal cárcel de la capital, donde centenares de presos guardan condena en condiciones de hacinamiento.
Las autoridades mantienen la alerta en la capital tras el anuncio hecho la tarde del domingo por la primera dama, Rosario Murillo, de que se activó la falla sísmica que causó el devastador terremoto de 1972. La Alcaldía de Managua ha demolido 22 infraestructuras potencialmente en riesgo, además de evacuar a sitios seguros a 800 personas, informó el secretario general de la alcaldía capitalina, Fidel Moreno, a los medios oficiales.
Una de las principales críticas hechas por la prensa nicaragüense es que toda la información ha sido centralizada por los medios del Gobierno, siendo la primera dama Murillo la única voz autorizada para informar a la población. Desde que la emergencia comenzó el pasado jueves, el presidente Daniel Ortega solo ha aparecido un par de veces en cadena nacional, mientras que su esposa interrumpe la programación habitual cada media hora. Ortega ordenó elevar al máximo las medidas de seguridad.
El lunes la capital recuperaba la calma, la gente continuaba con su rutina diaria y sus planes de vacaciones de Semana Santa, cuando miles de capitalinos se refugian de las altas temperaturas en las playas y lagos del país, los voceadores ofrecían en los barrios capitalinos La Prensa, el principal diario nicaragüense, gritando los titulares relacionados a los sismos, mientras la televisión mostraba a personas con el rostro desencajado, que hacían el recuento de los daños causados en sus casas por la noche telúrica.
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