Crónica del fuego feroz
Una reportera de Valparaíso relata su experiencia y recoge voces de otros vecinos
-Es como el fin del mundo, como un castigo -dice Margarita.
Cuando empezó la gran pira, recién había limpiado su casa.
-Pasé dos horas fregando la cocina. Relucía. Tenía lleno el refrigerador de carne y había pagado en la multitienda otra cuota del televisor. Estábamos viendo una película en el plasma nuevo, cuando sentimos que las llamas se nos venían encima. Explotaron los cilindros de gas, uno a uno.
Y el ruido retumbó como un bomba sobre la bahía.
Todo se fue a negro.
Se cortó la luz y las sirenas de los bomberos empezaron a ulular frenéticamente. Todo el día, toda la noche. Los marinos y los militares se acuartelaron y salieron a la calle a terminar con la fiesta de sábado. Y a imponer la ley seca.
¿Dónde partió el fuego? En unos pastizales. En un fundo y de ahí a la quebrada. Y de ahí a un cerro y a otro cerro y a otro cerro. Allá arriba es muy difícil llegar con agua. Así que todo ardió como una gran pira, como un infierno en la tierra, en el paraíso que es Valparaíso sin fuego.
El viento dispersó la primera fogata a lo largo de 1,5 kilómetros de cerros.
Esa noche, a tientas, todos comenzamos a huir cerro abajo.
Era mejor estar juntos y asustados, que separados y asustados.
En la Plaza O`Higgins, llegaron los hombres cargando a las abuelas paralíticas.
Llegaron las ambulancias y un gato sin cola bajó chamuscado y sin bigotes, casi muerto. Una perra recién parida aterrizó apenas con sus perritos en la boca y las tetas hinchadas de leche. En el camino, venían cerdos ardiendo, una mula mal herida y dos caballos arriba de una camioneta, conducida por un hombre. Llegaron personas quemadas y con esquirlas en los ojos. Los curaron en la calle las enfermeras de la Cruz Roja.
Llegó también una señora a repartir chocolate caliente.
Llegó una mujer con tres fotos en sus manos: la de sus dos hijos y la de un nieto.
-No sé por qué salvé a mis hijos y a las fotos de mis hijos. Yo creo que salvé el recuerdo.
Llegó también el vendedor de pegamento La Gotita y fumó, uno a uno, todos los cigarrillos de su cajetilla de Fox mientras miraba hacia arriba como ardía su casa y la de todos sus vecinos.
Eran 8 mil personas evacuadas en el plano.
A estas ocho mil personas las albergaron en escuelas, hospitales y gimnasios.
A estos lugares llegaron colchones, frazadas y alimentos en un santiamén.
Una semana atrás había sido la alerta de tsunami.
La gran ola amenazaba con caer en la costa chilena.
Y pocos días antes del incendio, un temblor fuerte despertó a los porteños. Y todos corrieron cerro arriba. Ahora todos corren cerro abajo.
-Se vive con miedo acá, dice Ximena de 22 años que bailaba raggaeton cuando empezó a arder su casa: yo estaba haciendo un video con mi celular y empecé a enfocar la luna. La luna de blanca pasó a roja. Era la lengua de fuego.
Y ahí entendió que debía huir de su propio docu reality.
Ximena madre dice: “Yo quería salvar a mis patos, a Cuacuá y a cuacuaracuá”.
Pero eran los patos o ellas.
Varios vecinos están desaparecidos aún. Cientos de animales muertos. En Valparaíso la gente cría animales: gatos, miles de gatos; perros cientos de perros.
Hoy, esta noche aún las sirenas ululan. Y sigue ardiendo el bosque y los vestigios de las casas. La gente llora sobre las ruinas, pero ya han comenzado a decir chistes.
Y a intentar limpiar las cenizas. Todos tosen y van como zombies con los ojos rojos. Margarita: “la carne que tenía en el refrigerador seguro está hecha bistec”.
Raimundo, bromeando, pide un poco de alcohol: “No donen agua, donen piscolas”.
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