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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Resurrección atlántica

La OTAN regresa a los orígenes, cuando un enemigo simétrico daba sentido a su vida

Lluís Bassets
El presidente Barack Obama (der) conversa este miércoles con el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen.
El presidente Barack Obama (der) conversa este miércoles con el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen.S. L. (EFE)

El mensaje de Obama es inequívoco. La OTAN vuelve a tener sentido. El objetivo fundacional de disuadir y repeler cualquier agresión que pudiera llegar del Pacto de Varsovia, la alianza simétrica organizada por Moscú, regresa al frontispicio de la organización. Animada por tales propósitos, consiguió adquirir el prestigio de la alianza militar más exitosa de la historia, puesto que 42 años después de su fundación acabó por vencer a su adversario, desaparecido en 1991, sin un solo disparo.

Pocos dirigentes atlánticos quieren reconocerlo, pero desde la desaparición de la Unión Soviética la alianza buscaba un sentido a su vida. Nada había conseguido llenar el vacío que produce la desaparición de un verdadero enemigo, aunque fuera más por autodisolución y debilidad que por una auténtica victoria. Con la paradoja de que al éxito que acompañó la época fría, sin disparos, le suceden operaciones calientes, casi todas controvertidas y no siempre con desenlace claro, como las intervenciones en los Balcanes, luego en Afganistán, en Libia o en la costa de Somalia contra los piratas.

Ahora, con Vladimir Putin, la OTAN revive. Regresan las ideas que le dieron sentido. El famoso artículo cinco, que garantiza la defensa de cualquier socio ante una agresión, se esgrime de nuevo con el énfasis de los viejos buenos tiempos. Adquiere fuerza renovada la idea de que es una organización para actuar dentro del área euroatlántica en estricta defensa de sus miembros, más que una policía global que auxilia a la primera superpotencia americana para mantener el orden público internacional. Con mayor razón cuando esta nueva guerra fría coincide con la salida de Afganistán prevista para finales de 2014.

Con el regreso a los orígenes, muchas cosas han empezado a cambiar desde que Rusia se zampó a Crimea de un silencioso bocado y también sin pegar un tiro. De entrada,reverdece súbitamente el viejo y deteriorado lazo transatlántico. Ha quedado zanjada la discusión sobre el desinterés real o supuesto de Washington por la aburrida y desganada Europa. El pivote asiático de Obama queda para más tarde, ante la demanda del viejo pivote euroasiático, que hizo girar el mundo en el último siglo. Rásquense el bolsillo para gastar en armas como en tiempos del Telón de Acero.

El desván atlántico será el destino de los artefactos inventados en los últimos 20 años para intentar sostener esa relación imposible con Moscú, entre ellos el Consejo OTAN-Rusia. Los viejos mapas de Europa central y oriental se despliegan de nuevo sobre las mesas del cuartel general atlántico en Mons, donde los militares preparan planes de contingencia y mandan aviones y barcos a misiones de reconocimiento. Los vecinos de Rusia, y especialmente los que cuentan con esas minorías rusófonas que Putin quiere proteger, verán reforzados sus dispositivos de alerta. El escudo antimisiles, con su componente naval radicada en Rota, que debía guarecernos del Irán fundamentalista y nuclear, se convertirá directamente en el nuevo dispositivo para defendernos de la amenaza rusa.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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