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Columna
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¿Existe Ucrania?

El actual enfrentamiento civil incide en la identidad e incluso la supervivencia del propio país

Lluís Bassets
Un manifestante usa un tirachinas durante las protestas en Kiev.
Un manifestante usa un tirachinas durante las protestas en Kiev.SERGEY DOLZHENKO (EFE)

La fuerza del mapa coloreado que representa las viejas naciones se sobrepone con frecuencia sobre una realidad mucho más precaria y frágil. Esa Ucrania que parece encontrarse ahora en un momento crucial de su historia tiene solo 22 años de vida como nación política unida e independiente. Su nombre eslavo no es ni siquiera el de un país, sino literalmente el de la frontera, que es lo que significa su denominación. Todo lo demás son proyecciones del presente sobre el pasado y fantasías habituales en la narrativa nacionalista. Según el investigador de la Fundación Juan March, Leonid Peishakin, “si hay algo que define la experiencia ucrania es la división, entre la unión polaco-lituana y Rusia desde 1569 hasta 1795, los imperios austríaco y ruso entre 1795 y 1917, y el catolicismo griego y la ortodoxia rusa desde 1596 hasta hoy”.

Las raíces de la actual división de Ucrania en dos segmentos al borde de la guerra civil están inscritas así en su historia y su personalidad. Según un diplomático británico que viajó allí en 1918, cuyo testimonio recoge el historiador Orlando Figes, “si preguntamos a un campesino medio de Ucrania cuál es su nacionalidad nos dirá que es griego ortodoxo; si le preguntamos si es granruso, polaco o ucranio, nos diría probablemente que es un campesino; y si insistiéramos respecto a qué lengua habla, nos diría que la lengua local”.

La división actual responde en un primer plano a la doble opción que se les ha venido ofreciendo a los ucranios entre la integración en la Unión Europea, tal como corresponde a su pasado austro-húngaro, y el regreso a Rusia, ahora en forma de una unión aduanera, que recrea tanto el expansionismo del viejo imperio zarista como el de la desaparecida Unión Soviética. En un segundo plano afecta también a dos modelos políticos, sea la democracia soberana corrupta y autoritaria que Yanukóvich intenta mantener a flote mediante sus poderes presidenciales, sea el régimen parlamentario de tipo occidental demandado por los manifestantes. Pero incide en la propia identidad y existencia del país, es decir, en la improbable capacidad de los ucranios para mantenerse unidos a partir y no a pesar de estas diferencias que han venido separándoles hasta ahora y que en este momento les sitúan al borde de la guerra civil.

Hay muchas responsabilidades en el deslizamiento violento del conflicto que empezó en noviembre tras la negativa del presidente Yanukóvich a firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea y su decantación en favor de Putin. La primera, del propio presidente ucranio, inepto y mendaz hasta molestar a su propio patrono del Kremlin. También las tiene el presidente ruso con sus ambiciones imperiales frente a Washington y Bruselas. Son evidentes las de la vacilante Unión Europea. Y no puede faltar la oposición, incapaz de controlar un movimiento que ha ido cayendo en el descontrol de la violencia o bajo el control de la extrema derecha.

Ucrania vive una mezcla de conflicto civil y de guerra geoeconómica que está derivando hacia la contienda armada. Están en juego las fronteras de Europa, e indirectamente la capacidad de la UE para existir en el mundo. Pero lo más sustancial concierne a los ucranios y es su capacidad para construir Ucrania juntos, país que solo podrá sobrevivir si consigue convertirse en un Estado democrático que respete e incluya todas las diferencias e identidades.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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