Cohetes mortales a seis reales
La muerte del cinegrafista Santiago Andrade abre nuevamente el debate sobre hasta que punto el material pirotécnico debe estar al alcance de cualquier uno
La muerte del camarógrafo Santiago Andrade, alcanzado por un cohete de uso legal mientras cubría el pasado 6 de febrero una manifestación contra la subida del billete del autobús en las inmediaciones de la Estación Central de Brasil, en Río de Janeiro, vuelve a plantear la cuestión de hasta qué punto el material pirotécnico debe estar al alcance de cualquiera. Según los expertos, el artefacto que provocó la muerte de Santiago se denomina en Brasil “cohete de vara” y fue previamente manipulado para que su lanzamiento no siguiera una trayectoria definida sino una suerte de baile brusco y final imprevisible, siguiendo la lógica macabra de la ruleta rusa. La realidad ya ha demostrado que este tipo de explosivos de uso legal, cuando no son correctamente usados, pueden convertirse en auténticas armas arrojadizas, tan peligrosas como las propias armas de fuego.
En Brasil el material pirotécnico está clasificado en cuatro categorías. La clase A, compuesta principalmente por petardos de baja potencia, es apta para cualquier persona. La B incluye pirotecnia de carga explosiva superior y solo los mayores de 16 años pueden adquirirla en tiendas especializadas. La clase C sube un escalafón más en cuanto a gramaje y tamaño de las bombas y su compra está condicionada a ser mayor de 18 años. La última clase, la D, está restringida a personas con licencia para manipular bombas con carga superior a seis gramos de pólvora. Suele usarse para espectáculos de pirotecnia.
El cohete que le quebró la vida a Santiago se encaja en la clase C o D, según explica Valter Jeremías, director administrativo de la Asociación Brasileña de Pirotecnia. “El rojão o cohete de vara tiene una vara de estabilidad que hace que el artefacto estalle en el cielo a 50 o 100 metros de altura. Todo indica que le quitaron esa vara convirtiéndolo en un cohete fuera de control”, explica Jeremías.
EL PAÍS entró en contacto con varios comercios especializados en pirotecnia para establecer el precio y el grado de dificultad para comprar el mismo tipo de cohete que segó la vida de Santiago. En ningún momento existieron restricciones para adquirir el material y su precio ronda los 70 reales (casi 30 dólares) por una caja que contiene 12 unidades, es decir, casi 6 reales (dos dólares y medio) por cohete.
“Un arma de fuego esta fabricada a sabiendas de que puede usarse para matar. Los fuegos artificiales, sin embargo, no se fabrican pensando en matar a nadie”, explica Jeremías. “El sector está profundamente chocado con lo sucedido y somos conscientes de que esto nos perjudica. Pero debe quedar claro que no fabricamos fuegos artificiales para provocarle la minima quemadura a nadie. Si se usan de forma correcta, es prácticamente imposible que haya accidentes. Y si se usan de forma indebida, pueden convertirse en una arma”, admite.
En países como España, México o Argentina, la legislación que regula la venta y uso de fuegos artificiales es similar a la brasileña, aunque con algunas restricciones. Por ejemplo, España e Inglaterra son tajantes en la prohibición del uso de bengalas, cohetes o cualquier material pirotécnico en el interior de estadios de fútbol. En Brasil, sin embargo, en la práctica no se aplica ninguna ley federal para restringir la pirotecnia en espectáculos deportivos. No obstante, algunos Estados, a iniciativa propia, han decidido dar este paso.
El lamentable episodio del incendio de la discoteca Kiss, en la localidad de Santa María, en Río Grande do Sul, que se saldó con la muerte de 242 personas y 116 heridos, inauguró el debate sobre la quema de material pirotécnico sin restricciones. El incendio comenzó después de que el vocalista de la banda Gurizada Fandangueira encendiese una bengala que provocó la primera y fatal deflagración.
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