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Jordania recibe parte de la ayuda internacional de los refugiados sirios

El éxodo del país vecino ha generado tensiones que Ammán intenta desactivar

Lucía Abellán
Una calle del campo de refugiados de Zaatari este viernes.
Una calle del campo de refugiados de Zaatari este viernes.KHALIL MAZRAAWI (AFP)

Las miserias de la guerra no acaban con la huida de los bombardeos. Los casi 600.000 refugiados sirios que acoge Jordania, el segundo mayor receptor de asilados después de Líbano, aprenden poco a poco a superar las tensiones derivadas del conflicto civil. Pero la estancia en el país vecino alumbra otras disputas. Tras casi tres años de llegada masiva de sirios, la población jordana recela de una comunidad que recibe atención humanitaria, satura el mercado del alquiler y en ocasiones trabaja ilegalmente por salarios ínfimos. La comunidad internacional ha decidido emplearse a fondo para calmar las aguas.

La cuarta ciudad más poblada de Jordania no tiene jordanos registrados en su censo. Tampoco calles asfaltadas ni viviendas de ladrillo. Y su antigüedad apenas supera el año y medio. La cuarta ciudad jordana es un extenso campo de refugiados sirios llamado Zaatari, que llegó a acoger a 130.000 personas, aunque la cifra ha ido cayendo hasta quedar por debajo de 100.000. Todos ellos reciben una atención de la que muchos jordanos carecen. Esa ayuda, unida a la creciente convicción de que la estancia en el país vecino va para largo, ha aliviado las revueltas internas que al principio registraba el campo.

“En agosto de 2012 llegué a ser evacuada 38 veces, pero en los últimos meses no ha ocurrido ni una sola vez”, explica bajo el sol del desierto jordano Dorte Jessen, jefa del proyecto que el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas desarrolla en Jordania con motivo de la crisis siria. Los refugiados de Zaatari viven en relativa armonía (a la que, por supuesto, no son ajenos los 900 policías jordanos que protegen el asentamiento). Han desaparecido las banderas negras —símbolos de Al Qaeda— que llegó a haber colgadas en algunas de las tiendas y casi todos los problemas del campo se discuten ahora en civilizadas reuniones con representantes de la comunidad internacional.

Con ser importante, esa organización modélica solventa solo una parte del problema. Porque los campos de refugiados constituyen la puerta de entrada al país, pero apenas acogen al 20% de los desplazados. El 80% restante se dispersan en las ciudades, principalmente en Ammán, donde el riesgo de desequilibrios es mayor. El precio de los alquileres se ha duplicado en las zonas con más demanda siria. Y el agua escasea en un país que acaba de colocarse como el tercero del mundo con más riesgo en el suministro acuífero, según explican los representantes de la ONU en un viaje organizado por el programa de alimentos.

Hasta ahora prevalecía la comprensión de los jordanos, un pueblo carente de riqueza pero acostumbrado a compartir sus escasos recursos con los refugiados (Jordania acoge a un gran número de asilados de otros conflictos, la mayoría palestinos). “¿Qué podemos hacer? Vemos el drama que tienen los sirios. No nos queda más remedio que ayudarlos”, razona Abe Haaded en la caja de un supermercado de Ammán donde compran juntos jordanos y sirios, estos últimos con los vales de comida de la ONU. A su lado asiente resuelta su hija Lara, una de las pocas jóvenes vestida a la occidental —y con el cabello suelto y descubierto— que pueblan las cálidas calles de Ammán.

“Estamos agradecidos a los jordanos. Como comunidad, son mucho mejores que otros”, considera Ahmed Suleiman, que huyó el año pasado de la ciudad siria de Alepo con su esposa y sus nueve hijos. Pese a ese agradecimiento, su caso refleja bien los agravios que pueden llegar a sentir los jordanos más pobres. Este refugiado padece una enfermedad crónica y requiere de cuidados sanitarios continuos, que Jordania ha decidido prestar de forma gratuita a los sirios. Además de atención médica, sus hijos necesitan educación, un servicio que los refugiados usan de manera creciente ante la evidencia de que el regreso a Siria es improbable. Donde antes había 20 estudiantes por clase ahora hay, en muchos casos, 40. “Y a veces los niños sirios llegan con mochilas nuevas, cuando los jordanos no las tienen. Esto crea resentimiento e insatisfacción”, explica Heinke Veit, de la oficina regional para asistencia humanitaria que tiene la UE en Ammán.

Para evitar fricciones, el Gobierno jordano exige un porcentaje de beneficiarios locales en los planes que desarrollan instituciones y ONG. “Ahora, un 30% o un 40% de los receptores de muchos de nuestros proyectos son jordanos”, precisa Carlos Afonso, coordinador de los programas europeos de respuesta a la crisis siria. La situación dista de estar resuelta frente a un éxodo de sirios que representa ya el 10% de la desértica jordana y que va camino de engrosar esa cifra en los próximos meses.

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Sobre la firma

Lucía Abellán
La redactora jefa de Internacional de EL PAÍS ha desarrollado casi toda su carrera profesional en este diario. Comenzó en 1999 en la sección de Economía, donde se especializó en mercado laboral y fiscalidad. Entre 2012 y 2018 fue corresponsal en Bruselas y posteriormente corresponsal diplomática adscrita a la sección de España.

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