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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Poco o nada que celebrar

El golpe de Estado de julio ha creado una profunda herida y ha radicalizado al sector islamista

Tres años se cumplen hoy de la revolución que hizo caer a Hosni Mubarak y Egipto tiene pocos motivos para celebrar. Los ataques con explosivos de ayer en El Cairo demostraron lo que el nuevo régimen y sus muchos seguidores se niegan a admitir: que el golpe de Estado de julio ha creado una profunda herida y ha radicalizado al sector islamista. “No nos quieren dejar celebrar”, decía ayer el ministro del Interior, Mohamed Ibrahim, como si los ataques fueran un caso aislado.

Las protestas tras el rezo de los viernes se suelen tornar violentas, con muertos. La península del Sinaí es en buena parte una tierra sin ley, a merced de milicias yihadistas. Y El Cairo, que sueña con que vuelvan los turistas, es ahora escenario de atentados suicidas que apuntan a una verdadera campaña insurgente.

El frágil equilibrio que han impuesto los militares amenaza con romperse. Al intuirlo, las masas se han dejado imbuir por una adoración febril al general Abdel Fatah al Sisi, que ejecutó el golpe de Estado el pasado verano y ahora se plantea aspirar a la presidencia. Creen que podrá sacarles de cualquier problema. El referéndum constitucional de la semana pasada se consideraba una consulta sobre su capacidad para ser presidente. El resultado, 98,1% a favor. Egipto ha regresado pues a los tiempos de votar lo que digan los militares, con resultados superiores al 90%. Al fin y al cabo por esas cotas se eligió a Mubarak en los 30 años en que controló el Estado.

Hay algo, en realidad, que en todos estos años no ha cambiado. En Egipto mandan los generales. Estos dejaron a Mubarak caer en 2011. Luego tomaron las riendas del país durante 18 meses, para entregarlas a los Hermanos Musulmanes cuando ganaron las elecciones libres con Mohamed Morsi a la cabeza. Este último quiso renovar inmediatamente la cúpula militar. Sustituyó al todopoderoso mariscal Mohamed Tantaui como comandante y ministro de Defensa por Al Sisi, una decisión de la que aún debe arrepentirse en la cárcel, donde aguarda juicio por varias causas.

Los detractores de Morsi le culpan a él y a su gobierno de los grandes males que aquejan a Egipto. Dicen que sus políticas fundamentalistas y excluyentes llevaron al país a la ruina. Lo cierto es que los Hermanos Musulmanes no estaban acostumbrados al poder, al que accedieron después de medio siglo en la clandestinidad, y dieron signos de no saber qué es el consenso. Pero el daño que pudieron hacer en apenas un año de gobierno fue limitado.

El verdadero problema es que ante el aparato militar del Estado, la revolución de 2011 no dio líderes claros. Careció siempre de unas ideas unitarias y contundentes, de un programa de justicia social que un candidato pudiera avanzar desde el poder. Todo se quedó en una legión de autodenominados activistas que son excelentes en el arte de la protesta, pero que no han sabido construir un nuevo sistema político.

Por ese motivo, cuando llegó la hora de elegir presidente en 2012, a la segunda vuelta llegaron Morsi, un islamista, y Ahmed Shafik, un antiguo ministro de Mubarak. Los Hermanos Musulmanes, que están muy bien organizados, supieron aprovechar aquella oportunidad. La siguiente, la de gobernar, la malgastaron. Ahora han vuelto a la clandestinidad forzosa.

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