Manuel Valls impone su ley en Francia
El ministro del Interior cobra protagonismo gracias a medidas muy populares, que sus críticos y adversarios tachan de oportunistas y autoritarias
El filósofo Alain Finkielkraut y el dibujante Plantu vivieron el viernes un tenso cara a cara en el plató de la televisión I-Tele. Discutían sobre Dieudonné, el humorista antisemita y antisistema declarado enemigo público por el Gobierno socialista que copa desde hace semanas el foco mediático. Furioso y exaltado, Finkielkraut defendía al ministro del Interior, Manuel Valls, que acababa de cumplir su promesa de prohibir los espectáculos del cómico tras forzar al Consejo de Estado a resolver su recurso en un proceso sumarísimo. Plantu acusaba al filósofo de no haber visto nunca a Dieudonné, y sostenía la tesis de la Liga por los Derechos Humanos, la ONG creada en 1898 a raíz del caso Dreyfus: la libertad de expresión no se puede censurar de forma preventiva, y deben ser los jueces quienes decidan a posteriori si hay o no un delito de opinión.
Mientras los intelectuales se dividían, los antidisturbios contenían la ira de los seguidores de Dieudonné en Nantes, y estos pedían la dimisión de Valls cantando La Marsellesa y haciendo la quenelle, el corte de mangas al sistema que los judíos consideran un saludo neonazi.
El único ministro popular del malquerido Gobierno de François Hollande se había anotado una nueva victoria, y la celebró con indisimulada satisfacción: “No he vencido yo, sino la República”, afirmó Valls. “Nunca dije que el camino sería fácil. Pero no podemos permitir que se siembre el odio contra los judíos impunemente”.
Valls (Barcelona, 1962) es el político mejor valorado del país en estrecha concurrencia con Marine Le Pen, y esto no es raro porque el primer policía de Francia suele ser la figura más apreciada. Lo nuevo es que Valls ha sustituido al presidente François Hollande y a su antecesor, Nicolas Sarkozy, como símbolo institucional de autoridad y eficacia. Cuanto más baja Hollande en las encuestas, más sube su ministro. Según un sondeo, el 83% aprueba la actuación de Valls con Dieudonné.
“No podía ser de otra forma”, dice Eric Fassin, profesor de Sociología en la Universidad París VIII. “Valls es muy hábil eligiendo los asuntos que generan consenso y manejando la opinión y los medios. Ha pasado de ser sospechoso de racismo por sus ataques a los gitanos a colocarse en la vanguardia del antirracismo. Dieudonné es un antisemita indefendible, negro y un héroe en las banlieues. El problema es que su censura exacerba las tensiones raciales, convierte la lucha contra el racismo en un asunto de Interior y no de Justicia, y separa en vez de unir”.
Fassin cree que, lejos de reducirse, “el antisemitismo va a aumentar en las comunidades árabes y negras. Su sensación de que los judíos reciben un trato de favor se ha confirmado. La operación revela que el poder usa dos varas de medir: hay tabúes y racismos más tolerables que otros”.
Valls planteó su pulso al cómico —siete veces condenado por incitar al odio racial— el 17 de noviembre. Y lo publicitó urbi et orbi durante las vacaciones, cuando Hollande se vio forzado a admitir que su promesa de revertir la curva del paro antes de fin de año era una quimera. En solo dos semanas, el compadre de Jean-Marie Le Pen ha sido expulsado de la escena. La sentencia del Consejo de Estado le ha impedido actuar incluso en su teatro de París, y Dieudonné, ha prometido que desde ahora solo se reirá “de los negros y los árabes”.
El desenlace refuerza las ambiciones de Valls, que aspira a ser primer ministro y futuro presidente de la República. Y no sería raro que consiga pronto lo primero. Jean-Marc Ayrault, tan hundido en las encuestas como Hollande, ha perdido su combate con el ministro barcelonés, que tiene el apoyo de siete de cada diez ciudadanos. Aunque algunos piensan que sus métodos no son tan democráticos ni sus principios tan republicanos como él sostiene.
El magistrado honorario Philippe Bilger, presidente del Instituto de la Palabra, afirmaba ayer que “el proceso impulsado por Valls es un atentado a las libertades públicas que convierte al Estado en árbitro moral”.
El politólogo Stéphane Rozes, presidente de Consejos, Análisis y Perspectivas (CAP), cree que Valls “gusta porque muestra una coherencia entre su temperamento, firme y reactivo, y los valores republicanos que defienden dos terceras partes de los franceses”. “En el caso Dieudonné”, añade, “Valls ha actuado de una forma muy francesa, confundiendo justicia con derecho. Los políticos creen que pueden imponerse sobre el derecho. La justicia es una categoría vertical, política, y el derecho es horizontal. La política ha ganado al procedimiento”.
Marc, un conductor de taxi parisiense que vivió dos años en España, cree que Valls es la gran cortina de humo de Hollande. “Llevamos semanas hablando de lo que Valls quiere que se hable. No hablamos de la crisis, de la seguridad, del paro. Esto es una dictadura mediática dirigida por Valls”.
Rozes matiza que “si Francia pasa el tiempo debatiendo sobre asuntos de sociedad como el racismo de un cómico es porque falta un relato político, que Hollande no ha sido capaz de hilar”.
Edwy Plenel, director del diario digital Mediapart, explica que “Valls es un Sarkozy bis que impone su agenda ante la acusada fragilidad pública y privada y la falta de claridad de Hollande. Pero su apuesta por la política del miedo, a la manera neoconservadora, traiciona los valores de la República y del Partido Socialista. Valls es un pequeño Napoleón, una tragedia que se repite, porque ya sucedió lo mismo con Sarkozy cuando Chirac era presidente. Valls es una catástrofe para la izquierda. Controla los servicios de información, es un Estado dentro del Estado, y utiliza ese poder en su beneficio”.
Plenel matiza que, “al prolongar la deriva sarkozysta e instalarse en una burbuja mediática, Valls es fuerte y débil a la vez, porque triunfa dividiendo al país, retorciendo el Estado de Derecho, imponiendo el choque de civilizaciones, señalando a la comunidad musulmana... Es una mutación peligrosa, pero atención porque en las primarias socialistas solo sacó el 6% de los votos”.
Sus mensajes, pese a todo, siguen calando. “Muchos franceses necesitan amparo”, cuenta Fabienne, una joven profesora. “La gente está asustada. El miedo al diferente se nota cada vez más, es como si todo el mundo quisiera vivir en su concha”.
Valls, que se transforma cuando aparece una cámara, parece calmar esos miedos. La impotencia que generan las recetas económicas de Hollande parece haber dejado en manos del titular de Interior la brújula de una sociedad que desconfía de la capacidad de la política para cambiar las cosas. Pero se trata de una impresión engañosa, advierte Eric Fassin. “Los socialistas se conforman con dar un poco de espectáculo a las masas y prometer una falsa protección. Es circo en vez de pan”.
Fassin recuerda que el ministro comenzó su campaña atizando la xenofobia cuando declaró que los romaníes europeos son distintos y no quieren integrarse. Tras ese falso resbalón, que no tuvo coste político porque el 80% de los franceses comparten esos prejuicios, Valls volvió a presumir de celo con el caso Leonarda, al sostener que la detención de la quinceañera durante una excursión escolar y su deportación a Kosovo eran “acordes al reglamento”. La aparición de Hollande ofreciendo a la joven regresar al país sin su familia hundió otro poco al presidente y encumbró a Valls.
Dieudonné ha sido el colofón a varios meses de circulares, ubicuidad y política sin complejos. Adulado por las mujeres, jaleado por la derecha, reclamado por los alcaldes que le ven como el único socialista que puede ayudarles a vencer las municipales, e idolatrado por los grandes medios y los nuevos filósofos, Valls es el nuevo patrón de la política francesa. Y sus planes de suceder a su amigo y jefe en 2017 parecen mejor encaminados que nunca.
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