Una deuda con Oradour-sur-Glane
Alemania lanza el proceso contra los últimos responsables vivos de la matanza de 642 civiles en 1944. El pueblo es un símbolo de la crueldad nazi
En junio se cumplirán 70 años desde que la división blindada Das Reich de la Waffen-SS perpetró, en la localidad francesa de Oradour-sur-Glane, uno de los peores crímenes en la sangrienta hoja de servicios del brazo militar de la SS nazi. Werner C. tenía entonces 19 años y hoy es un carpintero jubilado que ha vivido tranquilamente hasta que, esta misma semana, la Fiscalía de Dortmund presentó cargos penales contra él por su presunta participación en aquella masacre de 642 civiles franceses. El octogenario veterano ha admitido que estuvo en el pueblo, pero dice que aquel día le tocó montar guardia junto a los vehículos de los verdugos. Los fiscales creen, en cambio, que participó directamente en el ametrallamiento de 25 hombres y que colaboró en la matanza de cientos de mujeres y niños. Las autoridades judiciales alemanas investigan, además, a otros cinco camaradas suyos alemanes y a un sexto que vive en Austria. Todos rondan los 90 años de edad.
Los aliados habían desembarcado en la Normandía ocupada por Hitler apenas cuatro días antes de que la II División blindada de la Waffen-SS se pusiera en marcha hacia el noroeste de Francia. Por el camino tenían orden de tomar represalias contra la población civil. La resistencia francesa, alentada por las noticias del lento avance hacia el interior de las fuerzas estadounidenses e inglesas, intensificaba su hostigamiento a los alemanes desde la retaguardia. Con la excusa del supuesto secuestro de uno se sus soldados, las tropas mandadas por el general Heinz Lammerding colgaron a 99 rehenes civiles en la localidad de Tulle el 9 de junio de 1944.
Al mediodía siguiente, 120 hombres del regimiento conocido como Der Führer —en alusión a Adolf Hitler— rodearon el pueblo de Oradour, a unos 30 kilómetros al noroeste de la ciudad de Limoges. No se sabe a ciencia cierta por qué eligieron ese pueblo para la masacre ejemplarizante. La urbe se conserva hoy tal y como quedó tras la destrucción, como símbolo de la barbarie nazi.
El comandante Adolf Diekmann organizó los siguientes pasos: todos los habitantes tuvieron que concentrarse en la plaza del mercado, donde los alemanes segregarían a los hombres de las mujeres y los niños. A los primeros se los llevaron a cuatro graneros locales, donde los ametrallaron en grupo y los fueron rematando a punta de pistola. A las mujeres y a los niños los llevaron a la iglesia del pueblo, donde los encerraron para poner en práctica el método de exterminio con el que los alemanes asesinaron a millones de personas, sobre todo judíos, en los territorios ocupados de Europa. Cuando vieron que no bastaba con la bomba de humo tóxico que detonaron ante el altar para gasear a bebés, niños y mujeres, los nazis abrieron fuego de fusil y arrojaron granadas de mano por las ventanas antes de incendiar el edificio. La campesina Marguerite Rouffanche, única superviviente de las 240 mujeres y 213 niños encerrados en la iglesia de Oradour, saltó por una ventana. Contó cómo una vecina apellidada Joyeux trató de pasarle a su bebé de siete meses. No pudo llevárselo en su huida a una huerta próxima, donde cayó ametrallada por un alemán que la dio por muerta. Sobrevivió con los cinco balazos.
El diario Bild fotografió el jueves a un anciano con mostacho, gafas y gorro que iba a hacer la compra apoyado en un andador de cuatro ruedas. Los reporteros dieron con Werner C. cuando salía del súper en un barrio del oeste de Colonia y le preguntaron por sus recuerdos de guerra: “Sí, estuve allí, pero no disparé un solo tiro”.
El fiscal de Dortmund Andreas Brendel está convencido de que Werner C. apretó el gatillo de su subfusil junto a otros 14 soldados en una bodega donde murieron 25 hombres indefensos. Sobre los desmentidos del anciano, el fiscal Brendel recuerda que ningún veterano de la II Guerra Mundial “ha reconocido nunca” que cometiera crímenes, “todos dicen que no dispararon un solo tiro”. El premio Nobel Günter Grass, por ejemplo, usó esa misma frase cuando admitió, en 2006, que él también había militado en la Waffen-SS al final de la guerra.
En el caso de Werner C. se sabe al menos contra quién dice no haber disparado ese tiro: los civiles de Oradour, entre los que asegura haber “salvado la vida de dos mujeres” que regresaban del bosque justo antes de que sus camaradas masacraran al pueblo entero y se dieran al pillaje de las casas vacías. Cuenta Werner C. a Bild: “Cuando se acercaban les grité que escaparan de nuevo al bosque, cosa que hicieron”.
Además de los 25 asesinatos directos, los fiscales acusan al anciano de haber colaborado en el gaseamiento y matanza de los civiles en la iglesia, bien como vigilante apostado en las inmediaciones para ejecutar a los posibles fugitivos, bien transportando material inflamable para quemar el edificio.
Esta ofensiva judicial será el último intento de que los participantes en la masacre de Oradour respondan por el crimen. En 1953, un tribunal de Burdeos condenó a 21 hombres por la masacre, entre ellos a 14 franceses de la Alsacia anexionada por Hitler. También se dictaron 44 condenas en rebeldía. Dos fueron sentenciados a muerte, pero solo pasaron por la cárcel. Uno de ellos, el oficial Heinz Barth, volvería a ser condenado en la república Democrática Alemana en 1983. Salió de la cárcel en 1997, por “mala salud”. Murió una década más tarde a los 87 años.
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