_
_
_
_
el futuro de europa

Rumanos y búlgaros aún creen en Europa pese a la hostilidad de los socios

Bucarest y Sofía siguen confiando en la UE como pilar de su progreso

Silvia Blanco
Salida de un autobús desde Sofía hacia Londres el día 2 de enero.
Salida de un autobús desde Sofía hacia Londres el día 2 de enero. STOYAN NENOV (REUTERS)

Desde el 1 de enero, a Radu-Victor Ionescu, un rumano de 29 años, ya no le podrán volver a descartar para un puesto de trabajo debido a su nacionalidad en ningún país europeo. “Hasta ese día, los rumanos y los búlgaros hemos sido ciudadanos de segunda”, afirma desde Groningen, en Holanda, donde estudia un máster en Derecho de la energía. Habla inglés, francés y el flamenco que aprendió en Bélgica, donde ha vivido cinco años. Ha experimentado esa desigualdad en primera persona. “Estuve a punto de conseguir un trabajo en una multinacional en Bruselas. Fue un proceso con varias entrevistas”, cuenta. “En la última, me dijeron: ‘Tienes la cualificación para el puesto, pero nos hemos dado cuenta de que eres rumano. Los requisitos para contratarte tardarían tres meses y necesitamos a alguien ya, pero contáctanos cuando no necesites un permiso de trabajo”, recuerda.

EL PAÍS

Las trabas para emplear a los ciudadanos de Rumanía y Bulgaria que nueve países, incluida España, todavía mantenían seis años después de la entrada de Bucarest y Sofía en la UE expiraron en Año Nuevo. Mientras los ciudadanos de los dos países más pobres de la Unión vieron sus derechos ampliados, ese día debía comenzar la supuesta invasión masiva de ciudadanos del Este dispuestos a aprovecharse de subsidios sin la menor intención de trabajar que llevaban meses cocinando la prensa sensacionalista británica y políticos populistas. Las cifras, y hasta ahora los hechos, contradicen esta teoría que parecía compartir el propio primer ministro británico, David Cameron, cuando anunció en noviembre medidas para dificultar a los extranjeros, aunque sean comunitarios, que se beneficien de ayudas. Esa retórica populista, que presenta a rumanos y búlgaros como la gran amenaza, circula con velocidad también en Francia —con las expulsiones de gitanos rumanos— y en Alemania. Esta semana se ha sabido que los democristianos de Baviera, socios de gobierno de Angela Merkel en la gran coalición, proponen restringir el acceso de rumanos y búlgaros al sistema social alemán.

El rechazo y griterío británicos son los que más se han oído en Sofía y Bucarest, pero hasta ahora los dirigentes allí se han limitado a asegurar que no habrá tal llegada masiva de sus ciudadanos a Londres y que no permitirán la discriminación. Tampoco ha sido el tema central en la prensa ni en el debate público. “No ha habido una histeria nacionalista en Bulgaria. La gente sabe que se ha exagerado el tema y que, desde que hay libertad de circulación, quien ha querido ir allí y encontrar un empleo [pese a las restricciones] ya lo ha hecho”, cuenta el analista Daniel Smilov, del think tank Centro de Estrategias Liberales de Sofía.

Algo parecido ha sucedido en Rumanía. “La gente tiene cosas más importantes de las que ocuparse, como las dificultades económicas”, indica Claudiu Pandaru, jefe de opinión de un importante diario rumano, Gandul (Pensamiento), que dio una respuesta irónica en inglés a la campaña antiinmigración británica con la web “¿Por qué no venís aquí?”.

Una de esas cosas más importantes a las que se refiere Pandaru son los bajos salarios. El sueldo medio en Rumanía es de 350 euros. Aunque en Bucarest son algo más altos, una visita a la facultad de Medicina o a un hospital de la capital sirve para entender por qué muchos de los mejor preparados en los dos países se van, al menos por un tiempo, ante hechos como que un especialista con dos décadas de experiencia cobre 800 euros. La fuga de cerebros perjudica a un país que ya tiene tres millones de emigrados, la mayoría en Italia y España, de una población de 21 millones. “Ponte en el lugar de alguien que necesita un empleo y puede ganar 400 euros en su país o 1.500 por el mismo trabajo en Alemania”, propone Ionescu. “¿Qué elegirías? Mis padres son profesores y entre los dos ganan 1.000 euros mensuales”. En Bulgaria, inmersa desde hace casi un año en la inestabilidad política, la situación es peor, con unas economías familiares tan débiles que una subida de la luz es capaz de desencadenar, como el año pasado, unas protestas que siguen.

Otra explicación para la respuesta hasta ahora moderada de los rumanos ante esta campaña es que, como en Bulgaria, los ciudadanos “por desgracia, están acostumbrados” a ese rechazo, comenta Victoria Cojocariu, experta en inmigración de la fundación Soros de Bucarest. La desconfianza de Europa hacia Rumanía y Bulgaria es patente desde su adhesión, en 2007. Bruselas supervisa el sistema de justicia de ambos países, donde la corrupción y la fragilidad institucional están muy enraizadas, y los recelos de varios países aplazan su entrada en el espacio Schengen.

Pese a todo, pese a que esa UE también es la que ha permitido la imposición de trabas durante siete años, la confianza de búlgaros y rumanos en Europa es muy superior a la media de Los Veintiocho. El 56% de los búlgaros y el 48% de los rumanos cree en las instituciones europeas, según el eurobarómetro de otoño de 2013, cuando la media es del 31%. “Muchos búlgaros confían en la ayuda europea frente a sus Gobiernos, percibidos como corruptos”, explica Smilov. Bruselas se ve como una especie de contrapeso también en Rumanía frente a los políticos nacionales, muy desprestigiados y alejados de los ciudadanos por la corrupción. Es más, en ambos países crece la sensación de que las cosas van bien en la UE respecto a la anterior encuesta.

Los rumanos son conscientes de la mala imagen que tienen en algunos países. Lo suelen atribuir a la ignorancia —“En Reino Unido no saben cómo vivimos, no nos conocen”, afirma Alexandra Toderasc, de 23 años, que se va de Erasmus a Hamburgo— o a que un puñado de rumanos “que piden o roban dan una imagen negativa” de los demás, como opina Alexandru Bogdan, un ingeniero de 29 años de Bucarest. Tampoco es infrecuente que otros rumanos deslicen racismo y culpen a sus compatriotas gitanos de ensuciar la imagen de todos.

“Por muchas campañas de difamación que haya, tenemos derecho a trabajar en cualquier país de la UE”, dice Ionescu, quien, más que estar molesto con la mala imagen de los rumanos, afirma: “Me sorprende la ignorancia desplegada en torno a cómo somos”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Silvia Blanco
Es la jefa de sección de Sociedad. Antes ha sido reportera en El País Semanal y en Internacional, donde ha escrito sobre migraciones, Europa del Este y América Latina.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_