El fiasco de Ucrania resucita la desconfianza entre Rusia y la UE
El choque diplomático amenaza con congelar negociaciones clave Rusia gana peso en la escena internacional
La batalla diplomática que libran la Unión Europea y Rusia por atraerse a sus vecinos más próximos ha rescatado del olvido viejos clichés. Rusia despliega sus veleidades imperialistas —y las presiones soviéticas— para mantener en su órbita al vecino más preciado, Ucrania. Y Europa ejerce de tutor airado al reprender a quien chantajea al mal alumno que renuncia a sus exigentes estándares. Estos son los reproches que se lanzan mutuamente Bruselas y Moscú tras el tropiezo ucranio, un obstáculo en la política de vecindad de ambos territorios. Y sin embargo, ese relato simplificado de los hechos no contribuye a reconciliar a unos socios cuya única opción es entenderse, principalmente por los fuertes lazos energéticos que los unen.
La desconfianza explica en buena medida las tormentosas relaciones que han mantenido desde siempre ambos bloques. Bruselas no se fía de las promesas rusas porque suele reaccionar de forma enérgica —y en muchos casos imprevisible— a cualquier tipo de tensión. Y Moscú recela de esa política europea de guante de seda que, en última instancia, persigue también extender su área de influencia.
Esos son los dos frentes que dibujan las fuentes consultadas, casi todas con exigencia de anonimato. Rusia se sabe ganadora, al menos de momento, en la disputa por Ucrania, que culminó a finales del mes pasado con el portazo de Kiev a un ambicioso acuerdo de asociación con la UE. Esa victoria del presidente ruso, Vladímir Putin, refuerza su proyecto de unión aduanera, por el que trata de estrechar aún más los lazos con parte del antiguo territorio de la URSS.
“Rusia ha ejercido una política coercitiva y de chantaje, como si esto fuera una competición. Obedece a la mentalidad que tienen y a ese viejo estilo comunista de hacer política”, esgrimen fuentes comunitarias, que atribuyen a Moscú “miedo a verse rodeada de países con estándares comunitarios”, es decir, de democracia y libertad.
Más allá de los lamentos, el episodio evidencia graves errores de cálculo por la parte europea. Pese a que el propio presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, advirtió al líder ruso de la intención de asociarse a Kiev, la diplomacia comunitaria minimizó los riesgos que planteaba la fuerte relación que conserva la exsoviética Ucrania con Rusia. Y no previeron esa respuesta tan enérgica que acabó echando por tierra el pacto. “Los rusos también fallaron al reaccionar tan tarde a un proyecto que conocían desde hacía tiempo”, añaden otras fuentes.
Con el desliz de Ucrania, la UE aleja de su área de influencia uno de los territorios que podía servirle de dique de contención frente al Este. La pérdida de una influencia en el Este que Bruselas creía próxima se suma al desgobierno existente en las fronteras comunitarias del sur. Con el golpe de Estado de Egipto, la ausencia de algún tipo de autoridad en Libia y los focos de radicalismo incontrolado que está provocando la guerra en Siria, la UE se expone a muchos más riesgos en la zona del sur. Y los problemas orientales agudizan su vulnerabilidad exterior.
En el otro lado, la victoria de Putin en Ucrania amplifica los últimos éxitos diplomáticos que han devuelto al antiguo imperio un papel crucial ante el mundo. Su intervención para que el régimen sirio acepte acudir a Ginebra en los próximos meses con el fin de negociar con la oposición una salida a la guerra ha sido decisiva. Rusia, al final, desbloquea una vía política que Europa lleva meses invocando.
El otro acierto —aunque compartido— de Putin se localiza en Irán. La presencia de Moscú en las negociaciones que han frenado la amenaza nuclear en este país eleva también su perfil estratégico en la escena internacional. Un realce similar le proporcionó el cobijo otorgado al exanalista de la agencia estadounidense de seguridad (NSA) Edward Snowden, aunque esto le genere tensiones con Estados Unidos.
Buena parte del juego diplomático entre la UE y sus socios rusos consiste en arreglar las numerosas crisis que periódicamente entorpecen negociaciones vitales para los dos territorios. “Es difícil explicar cómo desde el punto de vista económico estamos cada vez más próximos, pero en política caminamos en distintas direcciones. Tenemos que dialogar más con Rusia, aunque por supuesto dejando claro que las presiones son inaceptables”, explica Knut Fleckenstein, el eurodiputado que preside la comisión parlamentaria de asociación entre la UE y Rusia.
Este socialdemócrata alemán es consciente de que, por encima de todas las rencillas, la única opción que tienen Moscú y Bruselas es solucionar sus problemas. Principalmente por motivos de dependencia energética. Aunque en los últimos años la UE ha logrado reducirla, Rusia sigue siendo el principal suministrador de energía, con un 30% del consumo de gas y petróleo. Algunos países, en general los antiguos del bloque soviético, dependen casi al 100% de la llave rusa del gas y gigantes como Alemania se acercan al 40%.
Si Bruselas no puede perder de vista esos datos, tampoco Putin puede enfadar excesivamente a los vecinos comunitarios, sus principales clientes. La mitad de las exportaciones rusas en 2012 tuvieron como destino la UE. Esos vínculos generan tensiones continuas, con amenazas de interrupciones del suministro por parte de Moscú y procesos antimonopolio en Bruselas que inquietan a la oligarquía rusa. El último frente abierto es el del gigante energético Gazprom, al que investigan las autoridades de Competencia por supuesto abuso de posición dominante en Europa central y del Este. Rusia ve una afrenta en esta operación, al entender que vulnera acuerdos ya firmados entre la rusa Gazprom, que suministra una cuarta parte de las necesidades gasísticas de la UE, con los Estados comunitarios.
Todos esos altercados impiden avanzar en un acuerdo de asociación con Moscú que lleva negociándose desde 2008 para procurar una mayor integración económica entre los dos bloques. Uno de los principales flecos pendientes de sus relaciones es la eliminación de visados para cruzar de un polo a otro de Europa —un concepto que ambos territorios reclaman para sí—.
La Administración de Putin cree que técnicamente está todo ultimado y que solo falta la voluntad política de Bruselas. Y las autoridades comunitarias se lo piensan dos veces antes de conceder libertad de movimientos a unos vecinos de los que recelan y cuyo respeto a los derechos humanos les generan más que dudas. “No son solo elementos técnicos los que están retrasando su puesta en marcha”, matiza el eurodiputado Fleckenstein.
Los dos bloques tendrán oportunidad de limar diferencias en la próxima cumbre bilateral, que se celebrará a finales de enero. Antes de eso, el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, acudirá a un almuerzo de trabajo con sus homólogos de los 28 Estados el próximo 16 de diciembre en Bruselas. Queda por ver si el conflicto con Ucrania ha afectado tanto a las relaciones como para imponer un retroceso. En todo caso, la cumbre no será como cualquier otra, admiten fuentes comunitarias.
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