El guardián de los secretos del poder
Un barbero italiano en Washington ha cortado el pelo a numerosos presidentes internacionales, embajadores, políticos y jueces. Desde 1968 se ha ido labrando la confianza de las élites.
Se suele decir que los chóferes de los altos cargos políticos o económicos son quienes mejor conocen los secretos de los más poderosos y que los guardan con celo. Pero tras visitar la famosa peluquería de Diego d’Ambrosio en Washington habría que considerar añadir a los barberos a esta categoría de preciados confidentes. Este italiano, nacido en 1939, hace 45 años que le corta el pelo a un profuso número de mandatarios internacionales, embajadores, políticos o jueces en su pequeño establecimiento en la capital de Estados Unidos. Y desborda entusiasmo por ello.
Acudir al Diego’s Hair Salon en el centro de Washington supone una experiencia de principio a fin y un retorno al pasado: a esas barberías de barrio en las que se saluda a los clientes por su nombre, hay clásicos musicales de fondo -en este caso, por supuesto, italianos- y mucho interés en hablar de la vida y en dejar satisfecho a todo el mundo. “Buon giorno. Come stai?” [Buenos días. ¿Cómo estás?], les dice un sonriente y afable D’Ambrosio, ataviado con una elegante corbata y con su pelo bronceado perfectamente peinado, a todos los que entran a su local. Enseguida se pasa a su inglés con un marcado acento italiano y le pide a uno que espere pocos minutos hasta que él o alguno de los otros ocho peluqueros o peluqueras le atiendan.
“Mientras, mira todas las fotografías”, afirma con orgullo señalando las paredes absolutamente repletas de marcos con retratos firmados por todo tipo de personalidades famosas, desde embajadores hasta militares y congresistas pasando por algunas caras muy conocidas. En una posición destacada sobresalen las fotografías del presidente de EE UU, Barack Obama, y las de algunos de sus antecesores, como Bill Clinton o George H. W. Bush. Entre la maraña de imágenes, también se pueden apreciar las firmadas por el exvicepresidente norteamericano Dick Cheney; la expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi; el actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu; el exmandatario italiano Romano Prodi; o el exministro y exbanquero español Rodrigo Rato, que solía visitar la peluquería durante su etapa al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI).
En la ubicación más privilegiada, justo al lado de la caja registradora y de la butaca en la que se sientan los clientes a los que atiende D’Ambrosio, cuelga una instantánea de él junto al papa Benedicto XVI en Roma. Al anterior pontífice tenía que haberle cortarde el pelo en 2008 durante su estancia en Washington, pero a última hora no pudo hacerlo por problemas de salud del religioso alemán.
Tras una corta espera, le llega a uno el turno. D’Ambrosio coge sus utensilios, hace un par de bromas, empieza a cortar con calma y arrancan las preguntas:
- ¿Les ha cortado el pelo al resto de todos los fotografiados?
- Me conocen en todo el mundo -proclama esbozando una amplia sonrisa-. Lo tengo registrado. He atendido a 137 embajadores, el último hoy mismo; 26 mandatarios internacionales, también a senadores, miembros de la Corte Suprema, empresarios, etc.
- ¿Y a algún presidente de EE UU?
- Eso no puedo decirlo. Me firmaron las fotografías porque soy bueno – Y al instante empieza a troncharse de risa.
- ¿Cuál es el secreto para tener clientes tan poderosos y que suelan repetir con frecuencia?
- Mi secreto es muy antiguo: escucha a todo el mundo y no cuentes nada.
-¿Qué cree que les atrae a venir a una peluquería como ésta?
- Esto es como una familia. Cualquiera que venga es muy especial para mí. Todo el mundo confía en mí y si alguna vez necesito algún favor me ayudan mucho. Si dijera todo lo que sé, nadie volvería a venir.
A lo largo de toda la conversación, entre tijeretazo y tijeretazo, carcajadas continuas y sorbos de café, D’Ambrosio evita revelar el misterio sobre si ha cortado el pelo a algún presidente norteamericano aunque admite que en ocasiones atiende a sus famosos clientes en sus despachos de trabajo -“me llaman del Servicio Secreto sin decirme el nombre de la persona”- y que, por ejemplo, ha estado en la Casa Blanca. “Pero solo almorzando”, matiza el italo-americano, que prefiere que le llamen estilista en vez de barbero.
D’Ambrosio cobra el mismo precio -20 dólares- por cada corte de pelo masculino -el femenino varía y puede llegar a los 45- desde 1989, cuando desplazó unos metros la sede de su peluquería hasta su ubicación actual, a pocas calles de la plaza de Dupont, uno de los principales epicentros de ocio de la capital federal, y cercana a algunas legaciones diplomáticas y a las instalaciones del FMI y del Departamento de Estado. Su primera barbería la abrió en 1968 cuando su socio cubano, con el que llevaba dos años trabajando, se marchó a vivir a Miami. Siete años antes, en 1961, había llegado a Estados Unidos para trabajar durante un período temporal en la Embajada italiana en Washington, donde realizaba distintas tareas, entre ellas perfilar el pelo a los empleados.
Era un veinteañero oriundo de Santa Marinello, un pueblo a las afueras de Roma, donde ya había hecho sus primeros pinitos como barbero. Y como tantos otros inmigrantes, su planteamiento inicial era vivir durante un “corto período” en EE UU, pero ahora ya lleva ni más ni menos que 52 años. “Tras terminar mi servicio, el embajador me dijo que si me quería quedar en Estados Unidos él me ayudaría”, rememora mientras suena de fondo la canción Azzurro de Adriano Celentano. Al poco tiempo, consiguió el permiso residencial permanente en el país, y cuando empezó a trabajar de peluquero, el personal de la Embajada lo ayudó a darse a conocer en las esferas diplomáticas, políticas y judiciales. “La gente empezó a hablar de mí y a venir”, subraya. Y desde entonces el boca a oreja ha sido imparable. “A cualquier lugar que vayas conocen mi nombre”, se jacta, sacando pecho con modestia.
En estos 45 años al frente de su pequeña barbería en Dupont, D’Ambrosio se ha ido granjeando la confianza de las elites, atraídas por el clima familiar, la cercanía a sus puestos de trabajo y el aura que desprende todo establecimiento famoso. Y, por ende, el estilista ha dejado su impronta en Washington, lo que le ha valido varios reconocimientos. En abril de 2010, la pequeña travesía en la que se sitúa la peluquería se rebautizó como Diego D’Ambrosio Way por la “contribución” de este inmigrante italiano a la ciudad y a su comunidad empresarial. Aunque, sin duda, también influyó que el alcalde de entonces, Adrian M. Fenty, sea un fiel cliente desde hace muchos años. Y en 2009 fue condecorado por el Gobierno italiano por su promoción del legado de su país natal.
D’Ambrosio tiene dos hijos, nacidos en EE UU, y que no han seguido el negocio familiar. Con sus más de 70 años a cuestas, se le ve encantado con su trabajo y se muestra sarcástico sobre una hipotética jubilación: “No puedo ir a ningún sitio porque la calle está a mi nombre y, por tanto, tengo que quedarme aquí”. Pese a su éxito, descarta abrir más establecimientos porque, asegura, “cuantos más abres, más problemas tienes”.
En su luminoso Diego´s Hair Salon, cómo le llaman todos, domina perfectamente los tiempos y es el rey de la escena. Saluda a todo el mundo mientras va hablando y controlando al resto de peluqueros. Tres de ellos son también italianos y el resto de Perú, El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Camboya, Vietnam y Grecia. Todo un ejemplo de variopintas historias de éxito de la inmigración. D’Ambrosio repite que lo que más le gusta es “ver a la gente y hablar con ella”. Y parece que no miente. Da la impresión de estar muy feliz con ello. Tras acabar el corte, le despide a uno por su nombre y le espeta en italiano, esbozando una vez más su amplia sonrisa: "Mile gracie. Ci vediamo la prossima” (Muchas gracias. Nos vemos en la próxima). Una experiencia de principio a fin.
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