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Brasil, lo que queda por hacer

Aloizio Mercadante recrea la década del nuevo desarrollismo brasileño: la contestación a los límites y distorsiones de nuestra democracia representativa y de nuestro sistema político

Protesta en Río para mejorar los servicios públicos, en junio.
Protesta en Río para mejorar los servicios públicos, en junio.YASUYOSHI CHIBA (AFP)

Las sublevaciones, las protestas y las grandes manifestaciones pueden ocurrir incluso en un cuadro económico y social positivo y en democracias plenas. Algunos autores, como Lara Resende, citan como ejemplo el movimiento de Mayo del 68 en Francia. Esa rebelión estudiantil, que surgió súbitamente en las universidades y calles de París y de otras metrópolis francesas, también se dio en el cuadro de una democracia y en un ambiente socioeconómico que era, en general, positivo. Esto, sin embargo, no impidió que esos movimientos adquiriesen grandes dimensiones y suscitasen amplios cuestionamientos sobre aspectos relevantes de la sociedad francesa. Como en el Brasil de 2013, esos movimientos criticaron todo y pusieron en duda la legitimidad de las autoridades constituidas y de los partidos. Por un breve periodo, en la primavera francesa, se vivió la sensación de que era posible satisfacer todas las utopías y reivindicaciones en el corto plazo. La frase escrita en un muro de París, “Sé realista, pide lo imposible”, resume bien el carácter libertario y, en cierta forma, anárquico, de aquellos movimientos juveniles.

Pero no fue solo el Mayo del 68 Francés. La década de los sesenta fue pródiga en movimientos y protestas que implicaban a jóvenes contestatarios y libertarios, que también se dieron en un contexto socioeconómico de crecimiento y de afirmación del Estado de bienestar, al contrario de lo que ocurre hoy. En EE UU hubo grandes protestas estudiantiles que, aunque provocadas en gran parte por la guerra de Vietnam, manifestaron una amplia serie de insatisfacciones con la sociedad y la política estadounidenses. La efervescencia política y cultural de la época también estuvo vinculada al movimiento feminista, al movimiento de los derechos civiles y a varios movimientos de afrodescendientes. El propio movimiento de los hippies, aunque contrario a grandes manifestaciones, también expresó una gran inconformidad con los valores y rumbos de la sociedad de la época.

Todos esos colectivos, surgidos a pesar de la bonanza económica del momento, y tal vez incluso causados por ello, tenían motivaciones políticas, culturales y de comportamiento desvinculadas de un cuadro de deterioro social y económico. Con todo, fueron movimientos muy fuertes y relevantes, que dejaron marcas profundas en sus sociedades.

Sus causas estaban mucho más vinculadas a factores de cultura y comportamiento. El choque de generaciones y de valores, la revuelta contra el autoritarismo difuso y el malestar contra el “vacío” de la sociedad de consumo tuvieron un papel mucho más preponderante que cualquier factor económico coyuntural. Eran más propiamente movimientos “contraculturales” que insurrecciones desencadenadas por el cuadro social y económico de la época.

Los jóvenes de la clase media brasileña están inmersos en una nueva cultura, la de Internet y las redes sociales

Esto no es sorprendente. Freud, en su obra El malestar en la cultura, ya señalaba que la represión de los instintos, imprescindible para impedir el colapso de la civilización, causaba un inevitable malestar, una insatisfacción permanente, una situación de conflicto entre individuo y sociedad que podía apenas ser mitigada por la sublimación. Obviamente, los jóvenes son siempre más sensibles a ese malestar difuso, y menos propensos a aceptar pasivamente cualquier forma de autoritarismo y orden establecido.

En el caso específico del Brasil de 2013, también podemos identificar factores de esa naturaleza.

Los jóvenes de la clase media brasileña, así como los jóvenes de casi todo el mundo, están inmersos en una nueva cultura, la cultura de Internet y de las redes sociales. Esa nueva cultura, surgida del paradigma tecnológico basado en la microelectrónica y en la expansión extraordinaria de la sociedad en redes, tiene como características principales la horizontalidad, la adaptabilidad, la flexibilidad y la cooperación. En ella no existe lugar para la verticalidad de la organización, para la concentración de las decisiones y para los liderazgos en el sentido tradicional. Además de eso, en las redes sociales la velocidad de la información y de las respuestas es enorme. Existe una instantaneidad en la interacción que no tiene paralelismo con las formas tradicionales de organización, lo que no impide la constitución de grupos de interés en las redes sociales, pero les da, en la mayor parte de las ocasiones, un trazo de identidad peculiar.

Pues bien, esa cultura digital, horizontal, flexible y de intensa colaboración e interacción es diametralmente opuesta a la cultura analógica, verticalizada, de baja flexibilidad e interactividad que se observa en el mundo offline de las grandes organizaciones.

Ese, digámoslo así, “choque cultural” es más intenso y evidente cuando hablamos del Estado y de la representación política. La gran verticalidad, la rigidez de las estructuras, la lentitud de las respuestas, y la baja interactividad son características destacadas del aparato del Estado, que lo confrontan con la nueva cultura de las redes digitales expandidas. Esta confrontación se hace más aguda cuando el sistema político es poco transparente, tiene bajo nivel de accountability y está atrapado por grandes intereses económicos.

A pesar de los grandes avances recientes, este es, infelizmente, el caso del sistema político brasileño, aún muy marcado por el amiguismo, por la ausencia de partidos orgánicos, por la influencia avasalladora del poder económico en las elecciones y por lo que ya denominamos la “privatización del Estado”. Además, las instituciones públicas aún están imbuidas, en general, de una cultura administrativa burocratizada y poco eficiente. Por eso mismo, uno de los grandes desafíos que Brasil tendrá que afrontar para consolidar el Nuevo Desarrollismo atañe justamente al perfeccionamiento de su democracia y de sus instituciones republicanas, así como a la promoción de una mayor participación de sus ciudadanos en el sistema político.

El filósofo Marcos Nobre argumenta que ese fue, en realidad, el principal factor desencadenante de las manifestaciones de junio de 2013. Para Nobre, el obstáculo fundamental para el social-desarrollismo brasileño se refiere a las distorsiones y límites del Estado y de la representación política en Brasil, que exige coaliciones con partidos amiguistas para garantizar la gobernabilidad.

Sin embargo, en el contexto actual de claras insuficiencias, distorsiones y límites del sistema político brasileño, no sorprende que las protestas de las calles de Brasil hayan manifestado un intenso rechazo a la representación política y a los partidos políticos en general. Así como ocurrió en algunos países de Europa, el lema “no nos representan”, alusión a los políticos y a los partidos, también se apoderó de las calles de Brasil. La cultura digital y participativa de las redes sociales entró en choque frontal con la cultura analógica y representativa del sistema político.

En ese aspecto, los movimientos en Brasil tienen, de hecho, un claro punto en común con los otros movimientos internacionales de jóvenes, en particular con los de los “indignados” europeos: la contestación a los límites y distorsiones de nuestra democracia representativa y de nuestro sistema político. Como en Europa, los jóvenes brasileños también exigen nuevas formas de hacer política y mecanismos innovadores que amplíen la democracia participativa. Aparte de eso, han podido apropiarse de eslóganes, como el “no nos representan”, que velozmente se diseminan por las redes sociales, traspasando fronteras nacionales y su sentido original.

Brasil: de Lula a Dilma (2003-2013), de Aloizio Mercadante, de Clave Intelectual, está ya a la venta. 492 páginas. 25 euros.

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