La llegada de una nueva tormenta a Leyte complica el reparto de la ayuda
Los habitantes de Tacloban huyen de la isla ante la falta de comida y agua
Cinco días después del paso del tifón Haiyan, las condiciones de supervivencia en la ciudad siguen siendo extremas. El clima tropical, combinado con los fuertes olores de podredumbre y de muerte, dan una sensación de sed permanente, y la mayoría de población no tiene agua. Las fuertes lluvias que llegaron de nuevo ayer solo empeoran la situación: hay agua y barro por todas partes, pero nada potable. No hay casi comida y el reparto de la ayuda sigue siendo muy complicado.
Muchos habitantes han perdido a sus familiares, y buscan desesperados información y alimentos. Los servicios de rescate de Tacloban, que trabajan sin descanso desde el viernes, no saben qué ha sido de muchos de sus compañeros y familiares. Un responsable explica que ellos solo se han concentrado en encontrar a los miembros de su equipo desde el tifón y que, aun así, muchos siguen desaparecidos.
La amenaza de un nuevo frente tormentoso ha sometido a los habitantes de Tacloban que han sobrevivido a un dilema: quedarse, porque temen por sus bienes, o huir hacia la seguridad que ofrece la cercana Cebú. En Tacloban, sobrevivir es prácticamente imposible y el dinero ya no vale para casi nada: incluso comerciantes acaudalados están abandonando la ciudad. Hay algunos centros de reparto de leche y arroz, camiones que distribuyen agua y empiezan a aparecer algunas tiendas en las que hay comida. El Departamento de Infraestructuras ha logrado despejar carreteras y, tras retirar obstáculos de todo tipo arrastrados por el ciclón, las principales carreteras se encuentran en bastante buen estado.
Sin embargo, en las zonas más afectadas por el tifón, los equipos de recogida de cadáveres todavía no han podido hacer su trabajo. Cuerpos hinchados y azules yacen en la acera ante la indiferencia total de los habitantes, acostumbrados al horror. Los pocos lugares que sobrevivieron intactos al paso de las lluvias y el viento también han sido tocados por la tragedia. El estadio que sirvió como centro de evacuación durante el tifón se convirtió en una trampa. "El estadio se inundó y todos aquellos que estaban en los niveles más bajos se ahogaron", asegura un testigo.
"El problema es que no podemos comunicar ni con Manila ni con nuestros equipos de rescate", explica Luciano Gubloa, director general del Departamento de Obras Públicas y Carreteras. Su centro de operaciones es un oasis en medio de la devastación de Tacloban: allí hay electricidad, gracias a un generador, gasolina y algo de comida. "La mayoría de veces les mandamos a trabajar con pocas reservas de agua y comida y cruzamos los dedos para que les baste", agrega.
Hace unos dos días, los barcos llegaban a la isla de Leyte cargados de familias en busca de supervivientes y de víveres. Ahora, en cambio, salen llenos de familias, que cargan con todas sus pertenencias (o lo que han podido rescatar de ellas). Via, que volvió a la isla y ahora huye de nuevo, relata: "Regresé justo después del tifón porque no tenía noticias de mi familia y me era imposible esperar. El Gobierno filipino es muy lento. Pero ahora he conseguido convencer a mis padres de que manden a mis hermanos conmigo de vuelta a Cebú. Ellos se quieren quedar, porque todavía piensan que podemos reconstruir la ciudad". "¿Y usted qué cree?". "Quizás", contesta. Pero es un quizás que suena a no. En los barcos también salen muchos heridos, algunos por sus propios medios. Una joven lleva una vía intravenosa en el brazo, pero ni siquiera saben a qué hospital va a ir cuando lleguen a Cebú. "No tenemos batería en el teléfono, así que cogeremos un taxi", relata su madre en el barco, sacudido por las olas de la nueva tormenta.
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