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“Quisieron acabar con mi lucha pero la multiplicaron”

Patishtán es indultado por Peña Nieto convertido en icono de la lucha a favor de los pobres que atestan las cárceles mexicanas

Patishtán este jueves junto a su hijo Héctor
Patishtán este jueves junto a su hijo HéctorPEP COMPANYS

El Gobierno mexicano decretó este jueves la libertad inmediata del indígena Alberto Patishtán, preso desde hace 13 años después de un proceso penal plagado de irregularidades. El secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, fue el encargado de anunciar, por mandato del presidente, el indulto del maestro, de 42 años. "Quisieron acabar con mi lucha pero la multiplicaron", dijo una vez libre el profesor, convertido ya en un icono de los derechos de los pobres y analfabetos que atestan las cárceles mexicanas.

"Hay indicios consistentes de violaciones graves de los derechos humanos", dijo Osorio Chong en referencia al análisis jurídico pedido por Enrique Peña Nieto para valorar la salida de Patishtán de prisión. La noticia se conocía desde el martes, a través de la cuenta de Twitter del presidente, pero el Gobierno convocó a la prensa para hacer el anuncio oficial. Poco después, tres funcionarios le dieron la noticia al profesor en la casa religiosa del Distrito Federal en la que reside mientras completa un tratamiento médico por el tumor cerebral que desarrolló en la cárcel.

Patishtán apareció públicamente más tarde para narrar su epopeya: "Encontré en la cárcel humillaciones. Los indígenas que no tienen dinero para pagar un abogado se quedan dentro. Encontré llantos. Hice de sacerdote aunque no lo soy. Tuve que hacer de psicólogo para consolar a los estresados. De doctor y abogado". El profesor enseñó a leer y a escribir a un buen número de reos y se ocupó personalmente de sus casos. En total ha participado en la liberación de 22 condenados a los que ha asesorado jurídicamente.

Aunque la lucha más difícil fue la suya. Entró en prisión acusado de asesinar a siete policías que protegían a un alcalde, el de su pueblo en los bosques de Chiapas, que él intentaba derrocar. Se fabricaron pruebas en su contra y los testigos que le situaban en otro lugar el día del asesinato no fueron tomados en cuenta. "Quisieron acabarme en la cárcel pero estoy vivo y no muerto", explicó con un acento que delata que el castellano no es su lengua materna.

Sentenciado a pasar 60 años entre rejas, se ocupó de la situación de sus compañeros de celda. La mayoría era gente pobre, analfabeta, que en ocasiones ni siquiera hablaba español. Las autoridades, conscientes de su influencia sobre el resto de convictos, lo trasladó de una prisión a otra, e incluso fue recluído en una de máxima seguridad, la de Guasave, en Sinaloa, a miles de kilómetros de su hogar. No consiguieron silenciarlo.

Con el indulto en la mano logrado por la reforma del Código Penal, en una casa religiosa en la que se congregó la prensa le esperaba una multitud de familiares y seguidores que se lanzaron a abrazarlo nada más verlo aparecer. Una escolta de mujeres y hombres con machetes y el rostro cubierto con paliacates lo recibió con todos los honores. Solo quedaba escucharlo: "¿Quién es Alberto Patishtán? Soy yo, que apenas veo por los ojos por culpa de mi enfermedad pero que veo claro por mi corazón". Cada cierto tiempo era interrumpido con gritos de "presos políticos libertad" y "nadie lo indultó, el pueblo organizado su libertad logró".

Antes habían tomado la palabra sus hijos, unos niños cuando su padre fue detenido. Héctor Patishtán, el menor, es el más expresivo: "En estos 13 años, aunque estuvo en la cárcel, he aprendido junto a él a no quedarme callado y a estar al lado de los pobres, los míos". Gabriela, la mayor, apuntó: "Cuando lo detuvieron yo tenía 9 años y ahora lo tengo a mi lado. Hoy vemos el fruto de nuestra lucha". El caso Patishtán evidencia los problemas de impartición de justicia en el país, un secreto a voces.

Simpatizante del ejército zapatista, señala que se rebeló contra el presidente municipal de su pueblo, también primo, ("Manuel Gómez Ruiz", para que conste por escrito) harto de las humillaciones y vejaciones que estaba recibiendo la gente. En la cárcel sostiene que encontró más de lo mismo y no le quedó otra que continuar con su activismo, lo que va a seguir haciendo ahora en libertad. "¡La lucha sigue, Zapata vive!", acabó voz en gritó

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